24 de diciembre. – EL RITO EN BATALLA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Como un gigantesco –y de algún modo atemorizador– animal de la estación el viejo pascuero, papá Noel, en fin: el anciano de los juguetes que se nos dijo vivía en el Polo Norte con enanos y renos, se apresta para su mortífero recorrido universal. Acaso sufra: casi no se estilan ya medias colgando de las ventanas, las chimeneas son escasas y los niños que creen en realidad no creen en él: a su modo reproducen la vida ezquizoide de sus padres: creer que se debe creer en lo que no se puede creer, y obrar en consecuencia.

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Los que creen, sí, son los comerciantes. Los comerciantes son los verdaderos renos; como los animalitos quizá carezcan de alma, pero sí tienen precios, ofertas, categorías. Los comerciantes son verdaderamente globales: los hay, desde luego, cristianos, pero se pliegan al festejo navideño también los ateos; y musulmanes, hinduistas, siontoístas, judíos, animistas, simplemente confusos en materia de fe. Tendrán su extraña y propia Navidad –pobre o rica– el día 26, cuando pongan sus cuentas en claro.

A últimas horas de hoy 24 de diciembre, ante la constatación de algún olvido imperdonable –¿a quién echarle la culpa?– los olvidadizos recordarán que la tradición real navideña es la del pesebre, y se prometerán recorrer ferias de artesanía, puestos callejeros, tiendas y «centros de compras» la próxima semana, para llegar, como reyes magos, a depositar la ofrenda al olvidado el seis de enero.

La fiesta en loor y homenaje del último dios solar pasará en pocas horas en un berrinche de abrazos y manteles sucios, entre la borrachera de un tío o padrino que no supo –o no quiso– contener la sed, la pena desolada de una mujer viuda o abandonada, la mano estirada de un último mendigo que persiguió al corazón sensible hasta el estacionamiento o la estación del ferrocarril, el llanto de un niño que no sabe explicar que quería otra cosa, que lo habían hecho soñar con otra cosa.

foto En muchos hogares la tele encendida repetirá las películas de todos los años –más algunos bodrios nuevos– y los relamidos presentadores de programas, sus invitados y los lectores de noticias también repetirán conceptos de otros años, que ya entonces significaban poco. Algunas mujeres –porque el «humor» de la tele es infinito– prestarán el sí es no es de sus tetas –son tetas, no senos–, eso sí con los pezones quizá pudorosamente cubiertos, para alguna farsa burda con Papá Noel y todo. Y si el cura del año pasado no ha muerto será él mismo el que diga las cosas que puede haya dejado incluso de creer mucho antes.

De todos los festejos multitudinarios, el más sacrificado, agredido, demolido es el de la Navidad. La fe sencilla –y en muchos sentidos grandiosa– de creer que nacía alguien destinado a morir para enseñar el camino de la humildad y la salvación a todos los demás hasta la consumación de los siglos, ha sido fatalmente reemplazada por un obsceno revolcón consumista de mal gusto y derrochador.

foto El Cristo en cuyo nombre se revuelcan –o se revolcarán en pocas horas; los hoteles que alojan parejas para un rato de amor corto suelen bajar sus precios para una mejor «nochebuena»– no dejará de morir en Iraq o en Guatemala, en las sórdidas callejas de las ciudades, en los hospitales; azotes, clavos y lanza de nuevo cuño son esos niños que hoy se irán, como todos los días, a la cama con hambre y, como todas las mañanas, despertarán mañana sin futuro posible.

El Cristo en cuyo nombre comerán y beberán no dejará esta noche de morir –no de nacer– por el vinagre del gasto sin freno de los que no necesitan poner freno a sus gastos haciendo la vista gorda al vecino de extramuros que quizá no tiene cómo pagar la luz de la escuálida guirnalda del falso abeto navideño.

Lo cierto es que ninguna ambición descansará por mas tiempo que el que tarde en abrirse el paquete navideño, comprado habitualmente por compromiso no con el destinatario, sino porque debe hacerse –regalarse– según lo manda el rito estacional o la necesidad de dejar un mensaje que no de amor y paz, sino otro que signfica marcar el territorio del «estar bien». Lo que los perros hacen con su orina, muchos lo cumplen o disfrazan con un regalo.

foto Los ritos son el ceremonial cumplido de lo que nos conforma o resultado de pequeñas y grandes batallas interiores que ganamos o perdemos, pero que, de cualquier forma, nos integran de una u otra manera en el entorno social que nos reconoce y reconocemos.

El Cristo en cuyo nombre agreden la modestia y enmascaran el orgullo se esfuma con cada imitación del invierno en esta América que ha comenzado a vivir días más breves desde el solsticio que anunció el nacimiento cuya buena nueva hoy se pretende exorcizar.

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