A propósito de migraciones: el miedo al otro

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Toño Angulo Daneri*

Una escritora estadounidense, casada con un novelista español, contaba que en las primeras reuniones con la familia de su marido empezó a notar que algunos de ellos se referían en tono despectivo a los inmigrantes. Como eran sus parientes políticos, no se contuvo y les preguntó: ¿No se dan cuenta de que al vivir en España yo también soy inmigrante?

Lo que provocó con esta pregunta de sentido común fue uno de esos silencios que sobrevienen cuando alguien refuta el sospechoso consenso de una mayoría: todos se miraron incómodos a las caras. Pero, segundos después, uno le respondió:

–Tú no eres inmigrante –le dijo, como si la absolviera de un delito–. Tú eres norteamericana, y un norteamericano jamás es un inmigrante en ninguna parte del mundo.

Quien dijo esto debería recibir una medalla a la honestidad brutal: un estadounidense no puede ser un inmigrante, como tampoco lo es un europeo –a menos que sea de Europa del Este– ni un canadiense ni un japonés.

La definición de inmigrante en estos tiempos de viajes al espacio se parece más a la de un esclavo que a la de un viajero explorador: alguien que se muda de país no por propia voluntad sino porque tiene hambre y a veces no tiene otra opción para sobrevivir, a quien algunos acogen porque necesitan su mano de obra barata, pero al que la mayoría desprecia y lo enviaría de vuelta a su país como si lo arrojara al fondo del mar con una roca amarrada a los pies. Para que nunca regrese.

Éste es el nuevo fantasma que ahora recorre Europa: el de la inmigración y su consecuencia de odio, repugnancia u hostilidad hacia los extranjeros, la xenofobia. Según la Statistical Office of the European Communities, en 2005 España ya estaba por llegar a los cuatro millones de inmigrantes, cuando cinco años antes no tenía ni un millón. Y lo mismo en Alemania, Inglaterra, Francia e Italia, donde la cantidad de inmigrantes se ha multiplicado hasta por cinco durante esos mismos años.

La mayoría de estos viajeros sin reserva en hoteles llegan desesperados, huyendo de condiciones intolerables de vida y con la intención de trabajar en lo que sea porque a veces el solo hecho de cobrar una propina disfrazada de sueldo significa para ellos y sus familias una vida mejor.

En cambio, para sus nuevos vecinos, significan una molesta intromisión: son unos invasores que les quitan los puestos de trabajo, traen enfermedades, aumentan la delincuencia y, quizá lo peor, afean el paisaje local con sus costumbres de pobres, sus vestimentas estrafalarias y sus impuros colores de piel.

Lo natural, según la biología, es que todos reaccionemos con rechazo y temor a la presencia de un extraño. Lo que no es normal es un cartel como éste: No dogs and mexicans allowed [Prohibida la entrada a perros y mexicanos], como se podía leer en algunos restaurantes de Texas hasta los años cincuenta, y como algunos europeos firmarían ahora mismo y harían extensivo a sudamericanos, árabes, africanos, chinos y europeos del Este.

No es sólo una cuestión de racismo. A alguien como Ronaldinho no lo tratan de la misma manera que a su compañero de equipo Samuel Eto’o, aunque podrían ser primos lejanos, ni tampoco Eto’o recibe el mismo trato que los cientos de miles de africanos negros que cada año intentan llegar a Europa, aunque podrían ser sus hermanos.

El tema, como explicó Einstein cuando ya era famoso, se mide por cuánto necesita un xenófobo a un inmigrante. Cuando se supo que su teoría de la relatividad era un descubrimiento brillante, los alemanes empezaron a decir que Einstein era alemán, y los suizos, que era suizo. Pero si hubiese sido un fracaso, decía el genio, los suizos dirían que soy alemán y los alemanes que soy judío.

Ahora, por lo visto, Europa no necesita más inmigrantes. Por eso algunos los desprecian y otros les tienen miedo. Como se quejaba un taxista en Madrid, qué sería de su vida si su hija se casara con un negro y sus nietos le saliesen cantantes de reggaetón.

* Co director de la revista publicada en Perú Etiqueta Negra.

(En preparación su edición digital: www.etiquetanegra.com.pe).

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