A TOMARSE LA BASTILLA CHIQUILLOS

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

El catorce de julio de 1789, el pueblo de París –todavía farol de occidente a pesar de los gringos canutos que se comunican directamente con Dios para hacer negocios sin interferencia– y sus flamencos rosados, las masas, se levantaron y asaltaron el símbolo del poder real.

No ha sido la única revolución traicionada, repitiendo el título de un libro del profeta armado Trotzky, donde describe a Stalin y sus burócratas usufructuando del trabajo de los revolucionarios que hicieron la revolución, dándole dachas a sus amigos, estableciendo nomenclaturas y nuevas clases, mandando a los disidentes de izquierda al patíbulo, cavando ya desde entonces la tumba de la revolución rusa.

Pero no importa. Una y otra vez se levanta el pueblo, como en La liberté guidant le peuple, de Delacroix, para salir a las calles, atacar los símbolos del poder –la mujer de senos generosos y altivo perfil griego con la bandera tricolor, y los diversos ciudadanos armados, niños, adultos, petimetres y obreros–. Para luego entrar en componendas y generar castas de políticos que a veces con hambres atrasadas o esquemas paranoicos terminan negociando la revolución, estableciendo sistemas carcelarios que proscriben la vida y la alegría, o mandan a sus propios pueblos a los campos de exterminio.

Pero se insiste, y las masas seguirán saliendo a la calle, cuando más allá de las reivindicaciones concretas que justamente desean satisfacer, en medio de la huelga, la toma, alcanzan a entrever en el fragor de las consignas atisbos de ese otro mundo, ese cielo posible en la tierra, descrito en todas las utopías, en todos los paraísos de todos los libros sagrados, que quieren creer posible, al alcance de la mano. Y lo es, de alguna manera.

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Hasta que salen a la calle también con sus tanques los del Otro Lado, cuya existencia misma se define por la explotación y la opresión, sus servidores y lacayos, que se definen y obtienen su ser por la servidumbre a esos amos que a cambio les otorgan la identidad y el bienestar. Los adefesios del lado nuestro, que se meten en la pelea porque a ellos siempre les faltó algo, sus egos insaciables siempre se creen ultrajados, dejados de lado de prebendas y posiciones –que creen merecer–, y que siempre terminan por organizar una nueva clase que se revuelca en los chiqueros del poder, y una vez más traicionan a la revolución, a la ciudad entrevista a veces en las acciones y manifestaciones. Porque ellos se van a morir y por lo menos hay que tratar de pasarla bien, de armarse su bolichito.

Eso sin contar con los reales enemigos, que concertan todos los poderes institucionales, económicos y militares en su enferma concepción de un mundo y una humanidad organizados para la explotación y la ganancia. Pero siempre siguen, o seguimos, como la hidra de Lerna, sacando una cabeza tras otra, para ser cortadas tan pronto como aparecen. Como el caracol caracol, que de todas maneras saca su cachito al sol.

Hasta que en una de estas, quién te dice, quién sabe, ganamos y nos mantenemos y agarramos de las patas a la utopía y la plantamos aquí para siempre.

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* En La cita trunca: http://etcheverry.info.

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