¡ABAJO EL ESCEPTICISMO!

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Sí, allá lejos, en Venezuela. Este hecho ha sido presentado aquí, en Chile, como otro zarpazo del presidente Hugo Chávez a la libertad de expresión. La medida, provocada por no renovar la concesión de su señal de trasmisión, luego de 53 años de existencia, ha desatado una ola de protestas. Incluso, se habla de un flagrante atropello a los Derechos Humanos.

El domingo 27 de mayo de 2007 El Mercurio equilibra su primera página con esta noticia. Es el punto grave, la noticia refleja preocupación por la desestabilización externa. Que, tal vez, se une al déficit de lluvias que “agudiza el cuadro energético por la falta de gas”. Digo tal vez, porque como Venezuela tiene petróleo y a nosotros nos falta, seguro que hay alguna relación. O, también es posible, esta información permite bajar la alegría que produce el que una encuesta hecha por el diario revele que el 45,8% de los chilenos no cree en los anuncios que la presidenta Michelle Bachelet hizo el 21 de mayo.

Quienes abominan del gobierno de Chávez, tendrán material para agudizar sus críticas. Sin duda, el cierre de cualquier medio de comunicación es un atentado a la libertad de expresión. Sobre todo si lo que queremos es resaltar los DDHH en una democracia. ¿Pero qué es lo importante? ¿La libertad de expresión o la libertad de empresa? Porque son dos cosas distintas ¿o no? Hago la pregunta porque ya me entran dudas. Sobre todo cuando escucho voces de quienes siempre han defendido los derechos de las personas, y ahora ven en la actuación del ejecutivo venezolano una vulneración de los mismos.

Esta es una situación compleja. Cuando los amantes del establishment hablan de amenazas a la estabilidad, tengo la sensación de que están defendiendo los derechos adquiridos. Y, sin embargo, ellos mismos ponen el grito en el cielo cuando los defensores de los derechos de las etnias primigenias, por ejemplo, quieren hacer valer las prerrogativas de éstas.

Por otra parte, esta defensa de derechos de pronto se transforma en una trampa a la coherencia. ¿Usted diría que existe libertad de información en Chile? La mayor parte de los canales de televisión se encuentra concentrada en manos de privados. Y la única televisora estatal abierta que existe, sigue la pauta que imponen los otros canales.

En cuanto a prensa escrita, los mismos intereses económicos y políticos marcan su sesgo ideológico sin contrapeso. En la radio, el escenario se presenta más o menos parecido. En resumen, la oposición –entiéndase grupos económicos– mantiene un férreo control sobre los medios de comunicación en Chile. Tal situación es apoyada por un Estado que abre su cartera publicitaria a tales medios. Y rechaza entregar una parte de tales aportes a prensa alternativa. Una prensa que ha tenido que ir retrocediendo hasta refugiarse casi exclusivamente en Internet.

A nadie se le ocurre aquí hablar de que el desbalance mediático es un atentado a la democracia chilena ¿Será por los derechos adquiridos? ¿Será por el derecho de propiedad? No lo sé, pero dejo planteada la inquietud.

Con esto no quiero justificar ningún atentado a la libertad de expresión. Pero tampoco quiero ser hipócrita y ponerme apocalíptico. Deseo ser realista. Mirar de frente el mundo en que vivimos. Este Chile en que una asesora del hogar es discriminada por la banca cuando trata de pedir un crédito de consumo. Hace la denuncia a Línea Directa de El Mercurio y el diario manda su reclamo a la Superintendencia de Bancos e Instituciones Financieras (SBIF). Como si no supiera que aquí los bancos –y la empresa privada, en general– son dueños de hacer lo que se les antoje. Y la SBIF le responde eso, con palabras más cuidadas, claro.

Si aún no me cree, pregúntele al senador Andrés Zaldívar. Él sigue levantando su voz para alertar sobre el peligro que encierran maniobras como la fusión de Falabella y D&S. Dos conglomerados que, en conjunto, representan el 44.8% del comercio minorista del país. Zaldívar denuncia esto como una irracionalidad del mercado. Dice que no sólo es un peligro para el bolsillo de los consumidores, que enfrentarán prácticamente a un monopolio, sino para los proveedores. Estos últimos, todos pequeños y medianos empresarios que le dan trabajo al 80% de la fuerza laboral chilena.

Lo concreto es que si nuestra aspiración verdadera es lograr una democracia respetable, no podemos basarla en desigualdades. Porque una cosa es contradictoria con la otra. Eso tenemos que asumirlo.

Vuelvo a mi título. Y cierro con Immanuel Wallerstein, quien afirma “que el progreso no es inevitable, a diferencia de lo que la Ilustración, en todas sus variantes, predicó. Pero no acepto que sea por ello imposible. El mundo no ha avanzado moralmente en los últimos miles de años, pero podría hacerlo. Podemos movernos en la dirección de lo que Max Weber llamó ‘la racionalidad sustantiva’, esto es, valores racionales y fines racionales, alcanzados colectiva e inteligentemente”. ¿Por qué no?

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* Periodista.

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