Afganistán: la ineficicencia para dar muerte acelera la derrota

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Cuando, a principios de octubre de 2001, el gobierno estadounidense ordenó —como en los mejores tiempos del ojo por ojo, diente por diente— la invasión de Afganistán bajo la falsa acusación de su gobierno fue cómplice de de atentados que destruyeron las «Torres Gemelas» en Nueva York (entre otros graves atentados) nadie imaginó que 11 años después los cantos de victoria se desvanecerían, como sus tropas, en el viento y la polvareda afgana.| RIVERA WESTERBERG.

 

Pocos analistas —de aquellos que escriben para las agencias transnacionales de noticias— osó entonces recordar que los guerrilleros afganos habían, una década antes, propinado la única derrota del Ejército Rojo (cierto es que con la ayuda de Estados Unidos y países mahometanos).

 

Entonces la prensa sirvió a sus lectores, escuchas y videntes el plato de un país guerrero, sí, jamás antes vencido, también, todo lo cual como aderezo de la victoria de las «fuerzas aliadas» y mercenarios ad hoc, que se estimaba sobvrevendría antes de la primavera del Hemisferio Norte. Al fin de cuentas, se informó, allí moraban algunas tribus incivilizadas de hombres con barba y turbante y mujeres cubiertas de pies a cabeza —que esperaban ser liberadas por Occidente.

 

Ese invierno de 2001/2002 Afganistán no cayó; los guerreros talibán, al contrario, comenzaron a reagrupar sus fuerzas; tampoco fue encontrado el hombre por cuya captura se produjo la invasión, un jefe guerrillero árabe —los afganos no son árabes, cosa que muchos periodistas ignoraban, y probablemente también muchos invasores— entrenado por la CIA y el US Army llamado Osama ben Laden. Ben Laden fue asesinado 10 años después en una precisa operación comando en Pakistán por fuerzas especiales de EEUU.

 

Ben Laden, incidentalmente, nunca reconoció de manera oficial haber ordenado el ataque a Estados Unidos.

 

Tan confiados los estrategas y jefes militares del Pentágono (y los altos mandos ingleses, franceses, españoles, italianos, etc…) estaban de que Afganistán era un paseo y nada más, aunque el desfile de la victoria pudiera demorarse un par de años, que en marzo de 2003 comenzaron a cañonear Irak.

vLa guerra irakí se montó para impedir que el gobierno de Sadam Husseín continuara cvpomn el desarrollo de «armas de destrucción masiva» —que nunca existieron.

 

Sadam Husseín advirtió que con la salvaje agresión a su país comenzaba la «Madre de todas las batallas»; las preclaras inteligencias occidentales no supieron descifrar el mensaje; Irak fue destruido, saqueados sus museos y bibliotecas, violadas sus niñas y mujeres, echados abajo sus hospitales y centros de enseñanza. Y las guerras siguen.

 

En Irak la tortura se convirtió en el procedimiento penal por excelencia. Irak marcó también un regreso desembozado al modo de hacer la guerra del fin del medievo europeo: con mercenarios.

 

Nada importó. Bajo la égida y comando estadounidense las eufemísticas tropas de la OTAN cruzaron su propio Rubicón de derrota en Asia. Y las mujeres afganas sí van siendo liberadas, no del burka, se las libera de vivir.

 

Ocho mujeres murieron y otras ocho resultaron heridas en un bombardeo nocturno de la OTAN en la provincia de Laghman, en el este de Kabul el fin de semana recién pasado. Claro que la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad —vaya alguien a saber qué es ese organismo fantasmagórico— indicó había sido una explosión lo que causó el deceso de «5 a 8 afganos». milagrosa explosión que, por otro lado, acabó con un «gran número de insurgentes». Bendita sea la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad.

 

La atroz metáfora de esa matanza es que «el incidente» se produjo cuando las mujeres recogían leña.

 

Mientras los famosos «drones» descuartizan mujeres, niños, campesinos, transeúntes, invitados a bodas o asistentes a mezquitas, y los soldados yanquis asesinan en descampado, queman libros religiosos, se drogan, mean sobre los que matan o se suicidan, la guerra desatada contra «esas tribus» se ha convertido en la lenta y justa agonía de un ejército sin moral de combate ni éticas personales.

 

Por el contrario, los guerrilleros talibán amplían el apoyo que reciben en el país y entre sus vecinos. Disciplinados, además, son capaces de golpear con dureza, como los aprendieron los ingleses cuando en el interior de un cuartel —Camp Bastion— murieron dos soldados y fueron destruidos seis cazas Harrier. Otra acción costó la vida cuatro soldados de Estados Unidos. Los atacantes fueron 15 guerrilleros.

 

¿Dónde, que otro lugar, servirá para otra guerra por la democracia y la libertad? O, lo que es lo mismo: ¿dónde serán nuevamente derrotados?
¿Y cómo explicarán esos genocidas alos suyos que deberán vivir con esas derrotas?

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