Ahora que Cervantes muere

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Durante años nos presentaron la disolución de los hábitos de lectura como el drama principal de nuestro progreso cultural. Editores, medios de comunicación e instituciones de todo tipo animan regularmente campañas de lectura de los clásicos que indefectiblemente no consiguen cambiar las tendencias. Pero de verdad ¿leemos menos? no será que ¿las obras del siglo XX y anteriores ya no explican a los humanos de la Sociedad Red y sufren la distancia igual que en su día lo hicieron los clásicos griegos o latinos? La era literaria de Cervantes y Proust, de Shakespeare y Goethe, podría estar llegando a su fin.

Según el último informe de Red.es sobre los usos de Internet en los hogares españoles, un 62.14% de los usuarios de Internet se informan en la web… y a pesar de todo, en el mismo documento no se considera la lectura como una actividad entre las posibles a desarrollar en Internet, a pesar de que está implícito en cualquier uso de la web.

La ceguera sobre la relación lectura/ web se torna dramática cuando leemos el avance del informe del Ministerio de Educación y Cultura sobre los hábitos de lectura de los adolescentes españoles. Aquí no sólo no se considera la lectura en pantalla como una forma más de leer, equivalente a libros, revistas o cómics, sino que incluso se recoge que navegar por Internet es una actividad preferida a leer sobre papel entre los adolescentes.

Es este enfoque cegato el que nos impide tener datos claros sobre el impacto del uso de la web en los hábitos de lectura. En el último estudio de hábitos de lectura y compra de libros (2002), sin embargo se apreciaba una correlacion generacional entre uso de Internet y hábito de lectura. Pero esta correlación no implica causalidad: el que los más jóvenes lean más que sus mayores podría deberse a las benéficas virtudes de nuestro sistema educativo o a la incansable labor de nuestras televisiones que, lejos de constituir un sustitutivo a la lectura, se afanan cada día en ser su mejor aliciente.

Leer en red, leer en papel

El hecho es que si contáramos las horas de lectura en la web muy posiblemente nos encontraríamos con que se lee más que nunca. Y dado que la industria editorial no ha reducido significativamente sus cifras, si se aproximaran volúmenes de lo editado en la web en español y de la cantidad de autores que lo hacen, podríamos cuantificar lo que sólo sabemos cualitativamente: que gracias a la red se publica más que nunca, merced a la democratización que las tecnologías web suponen.

Pero este lector que tiene a su alcance la publicación, que está acostumbrado a comentar en red lo leído, a buscar con libertad y acceder al contexto pinchando en los hiperenlaces ya no puede ser entendido como el lector de libros del siglo pasado.

El mismo concepto de cultura (la que pertenece a los individuos, no ese imaginario al que el nacionalismo romántico quiso que pertenecieran) cambia. Porque ¿qué era fundamentalmente esa cultura sino la capacidad de establecer relaciones, de generar contexto a partir de otras lecturas? El hipertexto -sobre todo cuando se utiliza en plenitud- transforma, facilita y funde con la biografía del autor ese abstracto personal que antes formaba parte exclusiva del lector. El nuevo lector es un saltimbanqui que salta por las relaciones establecidas casi aleatoriamente por los autores en función de sus propias preferencias biográficas. Es un surfer. ¿Podemos pedirle a alguien así que represente su mundo a partir de Conrad o Baroja, de la linealidad y el individuo aislado?

Literatura y transculturalidad

fotoLa literatura no es sino una forma de representación de la realidad. Realidad que no sólo es diferente en cada época y entorno cultural, sino es que es percibida diferentemente por sus protagonistas, porque los conceptos e instituciones con las que se manejan y ordenan son distintos. Por eso para que una obra evoque algo parecido a lo que pretendía su creador, las instituciones que mediaban la vida social del autor y los conceptos a través de los cuales se expresaba deben permitir relaciones de comparabilidad con los del lector. Si no, entre ambos se daría una de esas situaciones en las que «decimos lo mismo pero queremos decir cosas diferentes».

Por eso, cuando se pretende que la literatura nos explique, que nos de las claves de nuestros problemas, de nuestros valores, no puede olvidarse que si lo hace es precisamente porque parte de un marco conceptual e institucional que nos es afín o cuando menos comparable. Cuanto más aisladas o separadas en el tiempo estén los entornos de escritor y lector, mayor tendrá que ser el ejercicio de contextualización histórica y por tanto la inversión previa en «cultura», en tiempo dedicado a conocer un contexto ajeno.

La muerte de Cervantes

Los ciberpunks caracterizamos precisamente nuestro tiempo, el de la Sociedad Red, por la independencia que nos ofrecía respecto a las instituciones, por esa institucionalización del individuo de la que habla Íñigo Medina. Un proceso liderado por Internet en el que la mediación institucional se reduce y diluye. Como escribíamos a propósito de la universalización del periodismo:

Nos «institucionalizamos» por ejemplo cuando podemos escribir en nuestra propia bitácora y establecer con otros la relación de medio y de fuente, ser, parte de ese periódico mural que hacemos todos por las mañanas con las pestañas de nuestro navegador. Es decir, la red nos permite actuar socialmente a cierta escala sin tener que contar con la mediación de instituciones externas, nos permite actuar de hecho como «instituciones individuales» y en ese sentido ser mucho más libres, tener más opciones

Pero entonces, ¿qué literatura nos representa? ¿qué autores explican el mundo desde conceptos ligados a las nuevas instituciones que vivimos y que no dejan de ser creaciones personales y adhoc de cada uno de nosotros?. Seguramente pudieran trazarse rastros por la red, intentos de construir mundos y contextos fragmentarios y completos a la vez. Pero lo que es seguro es que poco de lo que hay en los pasillos de las librerías y en los comentarios de libros de los periódicos. Y no puede ser ajeno a esto ni la lejanía -cada día mayor- de los clásicos, ni el desarrollo entre los nuevos públicos del gusto por los «géneros» míticos (aventura, ciencia ficción…).

Conclusiones

¿Quiere esto decir que ya no toca leer a los clásicos? No, sólo que está empezando a quedar demasiado lejos todo su entorno conceptual e institucional como para responder a las viejas preguntas literarias ¿por qué soy como soy? ¿por qué existo así ahora?

Y sí, es verdad que en España sólo somos un 20% de internautas. Una amplia minoría de vanguardia, pero minoría al fin. Pero ¿no era mucho menor la élite alfabetizada en esa época prodigiosa que llamamos Ilustración?. Así que hoy la pregunta no es tanto si lo que los ciudadanos-red viven es la percepción social o mayoritaria, sino si hoy se podría formar parte de la vanguarda ilustrada equivalente estando fuera de la red. Si los conectados serían hoy el equivalente a los alfabetizados de entonces, los netócratas serían los Ilustrados de hoy. Algo que inmediatamente debería plantearnos dudas sobre la capacidad para aprehender lo original de nuestro tiempo por tanto escritor de premio y cobertura mediática ufanado de no haber usado Google nunca, cuando Google es hoy, como decía irónicamente David Teira hace unos años, el espíritu objetivo del nuevo milenio.

Y de todas formas el fenómeno es más amplio de lo que parece: o si no ¿por qué el éxito de todas estas novelas como Soldados de Salamina a medio caballo entre la divulgación histórica y el relato literario si no es porque vencen la pereza que genera el siglo pasado a base de incorporar la información de contexto?

Leer a los clásicos griegos o latinos es un ejercicio de documentación histórica. No son ya, por la ajenidad de su contexto, literatura para nosotros pues no responden a lo que de la literatura esperamos, sino que son contexto del estudio o la aproximación histórica, documento. Y así tiende a pasar cada vez más con los autores de la era industrial. Y es que seguramente, si queremos promocionar la lectura, tengamos que ofrecer más PK Dick, más Sterling y más Stephenson antes que exigirle a un joven cibernauta víctima de la LOGSE que -paradójicamente- se arme de todo un contexto histórico o se pierda o aburra mortalmente con Calderón de la Barca… o Gabo.

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* Escritor, economista, teórico de la red. Presidente de la Asociación de derechos civiles en Internet Ciberpunk, coordina el diario experimental Ciberpunk News. Nació en Madrid en 1970.

Artículo publicado el 21 de octubre de 2004 en: www.lasindias.com/articulos_3/cibercultura_octubre.html.

Reproducido en El periodista digital ( www.periodistadigital.com/boletin/object.php?o=33698.

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