Aire libre: sobre el papel de los espacios abiertos en la inspiración literaria

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Juan Manuel Costoya.*

Uno de los protagonistas de la obra de Iván Turgeniev Tierras Vírgenes es el malogrado Najdanoff quien por toda explicación a su suicidio argumenta “No he conseguido hacerme simple”. El contacto con la naturaleza y la simplicidad de gustos y costumbres, según esta fórmula, consiguen dejar atrás el lastre de las costumbres rutinarias, alertan los sentidos y facilitan encontrar una explicación aceptable al misterio de la vida y la muerte.

 La soledad, los horizontes abiertos y el trabajo físico más o menos extenuante están en el centro de numerosos argumentos literarios. No pocas veces el autor posee una personalidad acusada a mitad de camino entre el misticismo y la ingenuidad con dosis razonables de autodisciplina y osadía.

Esta combinación, sutil en las adecuadas proporciones, es la que puede ayudar a entender a Henry David Thoreau, el autor de Walden, subtitulada en algunas ediciones como “La vida en los bosques”. El autor de “La desobediencia civil” sigue la tradición russoniana de considerar a la naturaleza como el mejor de los educadores y el que posibilita el florecimiento de la virtud.

Como el papel de la literatura suele ser el de plantear dudas y aniquilar certezas, el autor norteamericano William Golding firmó su inquietante El señor de las moscas en 1954. La naturaleza no podía ser aquí más pródiga con la treintena de muchachos que sobreviven a un accidente aéreo y que van a parar a una isla idílica. Sin embargo, la concepción filosófica de Hobbes, que puede ser resumida en la sentencia latina “el hombre es un lobo para el hombre”, toma venganza sobre el mito del buen salvaje de Rousseau, y el deseo de dominación y los instintos atávicos acabaron imponiéndose en la novela de Golding, transformando el edén en una sucursal del infierno en la tierra.

Parece claro, según esta interpretación, que la naturaleza salvaje por sí sola no consigue efectos terapéuticos en el individuo cuando éste comparte espacio físico e intereses con otros congéneres. El infierno son los otros.

Los Mares del sur y la Patagonia

Robert Louis Stevenson fue uno de los escritores pioneros a la hora de buscar en el camino el argumento a su inspiración. Con honestidad, sin atajos, el genial escocés publicó en 1879 Viaje en burro por las Cévennes. Su natural empatía con el mundo y su capacidad de observación se pusieron a prueba en los 220 kilómetros que unen las localidades de Monastier-sur-Gazeille con Saint Jean du Gard, en el sureste francés. La larga caminata, en la compañía de su borrica Modestine, se extendió a lo largo de doce días y constituyó un gozoso preámbulo a sus posteriores libros de viaje.

El gusto por el aire libre es una de las constantes que identifican buena parte de la vida y la obra del autor de La isla del tesoro y que alcanza su culminación cuando Stevenson publica, en el crepúsculo de su vida, Los mares del sur.

Admirador de la obra de Stevenson, y también británico fue Bruce Chatwin (1940-1989). La casa de subastas de arte Sotheby´s fue su primera escuela mundana y allí aprendió, primero a educar y más tarde a embotar por agotamiento, su exquisita sensibilidad. Los horizontes ilimitados de la Patagonia argentina fueron el escenario en el que Bruce Chatwin buscó exorcizar sus demonios interiores y las fantasías de su infancia.

Las áridas y ventosas tierras del sur del mundo, semejan un desierto físico pero allí han florecido desde siempre las historias individuales. A Chatwin le bastó echar un vistazo al azar a la guía telefónica de Buenos Aires para darse cuenta de que Argentina era una nación de emigrantes y que Patagonia era un inmenso solar vacío repleto de exiliados voluntarios.

Según su propio testimonio abrió el listín por la letra R, pero allí no buscó a los Rodríguez ni a los Romero y sí a los Romanov, los Rommel, los Rose, los Radziwill o los Rotchschild. Su talento narrador y su elitismo británico hicieron el resto, convirtiendo su obra En la Patagonia en un clásico de la literatura viajera.

Chatwin no tenía nada de misántropo y sí mucho de publicista. No buscó apartarse del mundo sino encontrar a los apartados para hacerse un lugar en el quién es quién literario de Londres. Sea como fuere su obra marcó una época y tuvo numerosos admiradores entre ellos el chileno Luis Sepúlveda quien no tuvo reparos en afirmar que En la Patagonia era el mejor libro de viajes que hubiera leído nunca. La alargada sombra del británico refresca alguna de sus propias obras como Mundo del fin del mundo, Patagonia Express o Un viejo que leía novelas de amor.

El Himalaya y Africa

Otros autores han buscado en los horizontes abiertos un camino de búsqueda interior y un bálsamo a sus heridas. En ocasiones con resultados impredecibles. Anímicamente convaleciente por la muerte de su esposa, el escritor y naturalista norteamericano Peter Matthiessen se embarcó en un extenuante viaje a pie por las tierras altas del Dolpo, en plena cordillera de los Himalayas.

La disculpa era la búsqueda de una rara y esquiva especie de felino, el leopardo de las nieves, pero el contacto con la naturaleza en condiciones exigentes hizo posible el alumbramiento de una conciencia nueva, a mitad de camino entre la mística zen, el budismo tibetano y la clarividencia propia de una mente lúcida que recicla el esfuerzo físico y lo convierte en percepción inteligente.

Con tan intenso bagaje a sus espaldas Matthiessen escribió El leopardo de las nieves, una obra íntima y personal, melancólica y optimista, con profundos y trascendentes mensajes, alguno de los cuales, referido al arte de moverse al aire libre, bien pudiera ser, parafraseando al autor; “Viajar ligero de equipaje sin aferrarse a nada ni despreciar nada, con la tranquila aceptación de todo lo que sucede”.

Concluida su experiencia vital en el Dolpo, Matthiessen siguió viajando por los grandes espacios abiertos del planeta, buscando especies amenazadas y escribiendo libros fruto de sus experiencias. De los bosques tropicales africanos y de su sabana destiló la literatura necesaria para escribir Los silencios de África, una obra que mezcla las experiencias de un naturalista con la nostalgia del que evoca, quizás por última vez, los amenazados paraísos naturales del continente negro.

Aunque pueden pertenecer a estilos y mundos diferentes leyendo los escritos africanos de Matthiessen el lector evoca la fatalidad que se desprende de muchos de los libros escritos por europeos y norteamericanos sobre África.

Quizás la más literaria y representativa de estas obras sea Lejos de África, la novela firmada por la danesa Isak Dinesen y que es, entre otras muchas cosas, un canto al cielo azul, a la tierra roja, al horizonte infinito y a la pasión por vivir. Las tierras altas de Africa oriental enseñaron a la baronesa Blixen que la naturaleza puede ser tan subyugante como depredadora y que el ser humano admite en su seno tanta hermosura como podredumbre, tanta rapacidad como capacidad de entrega.

Siberia

El novelista ruso Antón Chejóv ha sido unánimemente declarado como uno de los maestros indiscutibles del relato breve. Alejado de la severidad moral y de los remordimientos atroces que explican la vida y obra de Tolstoi y Dostoyevski, Chéjov fue capaz de introducir el humor, la ironía y la lucidez sin dramas en su obra.

En 1890, cuando contaba treinta años, viajó hasta Sajalín, en el extremo oriental de Siberia, con el fin de preparar una tesis doctoral que culminara su carrera de Medicina. En aquella isla, situada en los confines del imperio zarista, Chejóv se esforzó por dar cuerpo a una tesis, que a la postre, fue declarada no apta por el tribunal universitario y que, además, fue vilipendiada, criticada sin piedad y censurada. La universidad perdió un doctorado anónimo pero la literatura y el relato de viajes ganaron La isla de Sajalín, un modelo de investigación atenta que revela al viajero responsable, honrado y comprometido.

Con este precedente y pocos años después, el militar, naturalista, cartógrafo y escritor ruso Vladimir Arseniev escribió Dersu Uzala. Arseniev, que nació en San Petersburgo y murió en el otro confín de la vasta geografía rusa, en Vladivostok, resucitó con su obra el mito russoniano del buen salvaje. En sus exploraciones en el lejano oriente siberiano frecuentó el trato de un hombre de la taiga, el propio Dersu Uzala, quien le inculcó el respeto por la naturaleza y por costumbres consideradas bárbaras sobre el papel.

La obra es en sí misma un elogio de las evidentes virtudes del respeto y la tolerancia hacia lo que es desconocido y diferente. Si la literatura ha emparentado a Dersu Uzala con el buen salvaje, la vida real ha demostrado que Hobbes y su interpretación cainita del ser humano no se basan en una fantasía.

A pesar de ser considerado un héroe de la Unión Soviética, la viuda de Arseniev fue fusilada tras un simulacro de juicio y su hija deportada a un gulag sin acusación concreta. De haber conocido a Stalin quizás la obra de Hobbes El gran Leviatán hubiera llevado otro nombre.

Alaska

En abril de 1992, Chris McCandless, de 24 años, se adentró solo y mal equipado en los bosques de Alaska tratando de vivir de los recursos naturales proporcionados por la caza y la recogida de frutos silvestres. Apenas cuatro meses después la aventura desembocó en drama y el joven muere, en apariencia, por desnutrición.

La extraordinaria personalidad de McCandless provocó el interés del alpinista y escritor Jon Krakauer, quien decidió reivindicar los valores y las postreras decisiones del malogrado joven. Fruto de una bien documentada investigación Krakauer reconstruye los últimos años de la vida de McCandless haciendo público no sólo el drama íntimo que pesaba sobre la conciencia del joven sino, y sobre todo, las motivaciones que le llevaron a buscar una vida de total libertad en estrecho contacto con la naturaleza.

Antes de hacer efectiva su decisión Mc Candless culminó una carrera universitaria y como paso previo a su liberación donó todos sus ahorros a una ONG. El libro llevaría el título de Hacia rutas salvajes y en él Krakauer demostró que la muerte del joven se debió a la fatalidad, y no, como apareció en los medios de comunicación, a las consecuencias de la ingenuidad y la improvisación.

En el refugio en el que expiró y junto a su cadáver se encontraron una serie de libros llenos de anotaciones manuscritas. Las lecturas de Tolstoi, Pasternak y Thoreau, entre otros, inspiraron el comportamiento y entretuvieron el ocio del joven McCandles en sus últimos días.

* Escritor.

 

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