Allende en Guadalajara

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El documental —brevísimo, y es lamentable— se llama El mejor discurso de todos los tiempos. Corresponde al que pronunció en la Universidad de Guadalajara, México, el entonces presidente de Chile; eran, claro, otros tiempos, había espacio para la diversidad, no se prohibía soñar —no del todo, al menos, aunque los estudiantes de California habían sido apaleados—. En fin, otra época.

RW
El problema cuando se tiene acceso al pasado reciente de las sociedades, es que puede quien recuerda confundirse, creer que se trata de un asunto entre realidades y utopía. Ya sabemos que las islas mágicas no existen. Nunca fueron realidad geográfica, del mismo modo pensamos que ningún tiempo pasado fue mejor. Pero no es el pasado el problema.

El problema es el futuro.

Sucede que el futuro fue hurtado a Chile en 1973 y entre 1990 y 2011 los médicos eligen amputar en vez de reconstruir. Por eso en este balcón sobre la mar ya nadie cree nada. O tal vez sí algunos, los estudiantes: esas aves maravillosas que supieron decir a sus padres y tíos y abuelos que todavía están de verdad vivos y pueden volar.

El discurso de Salvador Allende, así, no es una llamada del pasado, es un recordatorio del futuro. Si los pueblos no recuerdan lo que puede venir, fatalmente olvidarán lo que ocurrió, serán inermes, perderán la voz. Al fin de cuentas una cordillera no es más que un abismo mirado al revés, imagen literaria que probablemente pertenece a Joan Manuel Serrat

Pero el documental pone al espectador frente a una realidad, quizá subjetiva pero no menos importante que aquella que presentan las grandes realidades históricas: ayuda a comprender que no se existe sin esa "cuota de locura" que hoy significa sentirse ciudadano. Ante la traición  chilena —que no fue solo de los uniformados golpistas, que fue mayor entre más de uno que hoy clama contra el gobierno de Sebastián Piñera o llama a la concordia social—, pero también frente al conformismo de pensar que "las cosas son así".

Cuando Allende habla a académicos y alumnos de la Universidad de Guadalajara sabía lo que se venía, no nos engañemos: sabía. Sus palabras entonces están lejos de las formalidades que se le exigen a un político, estaban preñadas de su propia muerte. Y del triunfo —que todavía espera.

La grandeza de un estadista no se mide por puentes construidos, se mide por lo que comparte con su pueblo, y en Guadalajara Salvador Allende compartió el horizonte. No parece mucho, mas los navegantes  ¿qué otra cosa pueden compartir? Cuando Allende es elegido presidente la pobreza no se ocultaba, se veía en calles y plazas y poblaciones. Han cambiado los métodos para definirla, la pobreza no se ha ido.

El discurso de Allende es un camino para comprenderlo; aunque pocos hoy lo entiendan.

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