América del Sur – GLIFOSATO, LUCHA SOCIAL Y EL LARGO BRAZO DEL IMPERIO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

En lo fundamental el comercio de estupefacientes en América Latina se llama cocaína –el crac como subproducto–, algunos kilos de amapola –heroína– y la ya larguísima discusión acerca de la buena hoja del cáñamo –que por lo demás la producen gozosos muchos jardineros aficionados en sus casas y balcones entre el estado de Wáshington, EEUU, y la Patagonia, y desde las playas del Atlántico hasta los atardeceres del Pacífico.

Desde la última década resulta beneficioso como pocos el tráfico de anfetaminas, meta anfetaminas y otros productos de laboratorio. Las nuevas generaciones no han oído hablar del Acapulco Gold ni les interesan los suspiros azules.

La política anti narco, comandada por EEUU, pone el acento en la eliminación de los cultivos. El principal mercado mundial de droga, y el mayor número de personas atrapados por ellas, está en las calles y cárceles de las ciudades estadounidenses. De todas las drogas, legales e ilegales, el único estupefaciente cuyo consumo parece retroceder es el del tabaco contenido en los cigarrillos.

La economía colombiana es floreciente en su aspecto informal, léase narcotráfico. Para que exista dicho comercio debe existir y ser de algún modo tan «protegido» como explotado un sector del campesinado. Campesinos que cultiven coca y amapola como último –a veces único– recurso para subsistir. Los cárteles proporcionan vigilancia cuasi militar, y procesan, refinan, empacan, distribuyen y venden el producto final.

Tonelada tras tonelada salen de laboratorios industriales clandestinos instalados en distintos países de América –no sólo en aquellos que cosechan– y encuentran su camino al consumidor. Los consumidores se inician a menudo al borde de la adolescencia, sin que exista una edad límite, y no pocos se convierten en revendedores callejeros. Un cálculo conservador es que por cada kilo que las autoridades de cualquier país logran confiscar un mínimo de tres llega a los expendios.

El nudo colombiano

En Colombia el espionaje estadounidense afirma que las guerrillas no conforman la expresión armada de un movimiento político, sino que constituyen una gigantesca y violenta empresa de la aventura narco. Puede. La tentación del financiamiento ilegal para un objetivo político a través de las drogas lo puso en evidencia, en Nicaragua, a mediados de la década de 1981/90 la CIA y otras beneméritas instituciones. En todo caso para los investigadores dedicados al asunto sí existen en Colombia demasiados lazos entre los cuerpos denominados paramilitares, el círculo originario e íntimo del presidente Uribe, integrantes del stablishment político y el tráfico de drogas.

A fines de la década de 1991/2000 los presidentes Pastrana y Clinton, de Colombia y EEUU respectivamente, pusieron en órbita –con ilimitadas expectativas– uno de los mayores fracasos políticos y militares del continente: el Plan Colombia. Se trataba de aniquilar el narco y además de contener especialmente a las FARC, que si bien desde mucho antes, pero sobre todo desde entonces, jugaban una complicada partida de ajedrez con los gobiernos colombianos, una partida cuyas constantes tablas implicaban e implican un pequeño avance tanto en el dominio territorial del país como en su influencia política.

El narco tampoco parece haber sufrido demasiado con los centenares de asesores y supervisores estadounidenses; de hecho, porque las fuerzas armadas e instituciones de inteligencia y seguridad de EEUU controlan en parte aeropuertos y espacio aéreo interno así como el diseño estratégico de las peculiares guerras civiles del país anfitrión –contra las guerrillas, los paramilitares y el narco–, lejos de haber logrado siquiera un triunfo en esos terrenos, el Estado colombiano sufre una constante capitis diminutio y sus gobiernos se asientan sobre bases sociales cada vez más débiles.

Detrás del Plan Colombia

No pocos observadores y expertos en asuntos americanos advirtieron sobre el fracaso del Plan Colombia –el que más pesó sobre contribuyente de EEUU fuera de lo que se destinaba en esos días a Israel (la aventura iraquí, otro fracaso, barrió con toda posibilidad de cálculo objetivo)–; advirtieron que éste es un intento de redibujar el mapa americano sólo si se trazaba paralelo a otro proyecto imperial: el Plan Puebla Panamá.

Y también advirtieron que ambos, el Plan Puebla Panamá y el Plan Colombia, dependían para trazar «a la americana» un camino de estilo romano de dominación de que EEUU pudiera levantar una base en la región llamada de la Triple Frontera –entre la Argentina, Brasil y Paraguay–, sin descuidar una táctica coherente para conseguir –con apoyo europeo– la «internacionalización» de Amazonia, vasto territorio principalmente brasileño que une a los países de América del Sur con excepción de las Guyanas, Panamá y Chile.

Si los gobiernos de EEUU lograron balbucear algunas razones para justificar parte de ese diseño geo-estratégico, económico y político en América del Norte (el tratado de libre comercio con Canadá y México), la carretera del «progreso» que uniría México con Panamá –absorbiendo su trazado las reservas acuíferas y petroleras y las tierras agrícolas del sur mexicano y terminando de convertir a los países del istmo en prefecturas o subprefecturas–, como esos niños de madres debilitadas, nació muerta y fue sepultada por los costos de las invasiones a Afganistán e Iraq. Su ADN, empero, puede ser rescatado si la situación futura permite exhumar el plan.

El futuro del territorio amazónico, del Acuífero Guaraní y de, más al sur, la Patagonia son por ahora una «realidad virtual» a la espera de que los nuevos mapas puedan imprimirse. No obstante EEUU levantó una base militar en Paraguay –cerca de la frontera boliviana– y mantiene un sistema de observación cuidadoso y discreto sobre la Triple Frontera y desde otra base en Ecuador, pero también desde Colombia, refuerza la observación constante que le permiten los satélites sobre Amazonia.

En cuanto a la extensa geografía patagónica y antártica está por verse el rol que se pretenda juegue el Estado chileno, que la comparte con la Argentina, y el desenvolvimiento de las relaciones argentino-estadounidenses.

foto Los vientos que soplan en el sur

América central y América del Sur no tienen –Brasil sí– asignado un papel en el mundo en el futuro inmediato; en realidad en la última década el único Estado que intenta desarrollar una visión cosmopolita desde una óptica ideológica-política que consulta sus intereses económicos nacionales por lo menos a mediano plazo es Venezuela.

En cuanto al Brasil, si bien gravita menos de lo que el peso de su población y el de su realidad y potencial económico le permitirían, no es difícil advertir que Itamary procede según una mirada estratégica tan cautelosa como de largo alcance.

En el plano interno la «sensación térmica» es que las prioridades de Lula para hacer de Brasil una sociedad según los principios socialdemócratas son paliar la desmedrada situación de los más pobres de entre los ciudadanos –el plan Hambre Cero–, extender luego el alcance de la educación, abrir Amazonas a la explotación de sus recursos e intentar una redistribución de la renta nacional, en la actualidad tan injusta como en Chile.

Argentina.En el extremo sur de América los gobiernos argentinos no han dado con la clave para disciplinar a una población heterogénea, individualista y con fuertes principios libertarios que no crece a una tasa que contribuya a impulsar su economía; muchos años de gobiernos autoritarios enmarcados en la ilusión de «Argentina potencia» han provocado una grave crisis en el campo educativo y desgastado la creatividad social.

La entrega del potencial y realidad energética a corporaciones transnacionales acelerada durante el gobierno de Menem –el país perdió Yacimientos Petrolíferos Fiscales, teléfonos y la generación y distribución de energía eléctrica–, la intrusión de grandes proyectos mineros de transnacionales en la Cordillera de Los Andes –algunos abarcan territorios argentinos y chilenos–, la depredación del Mar Argentino, la pérdida de objetivos estratégicos para el desarrollo de su economía, la baja de lo índices de natalidad, la tendencia en diversas áreas agrarias al monocultivo de soya –lo que significa la pérdida de sustentabilidad en el tiempo de esas zonas–, en fin, conspiran para mantener el retraso relativo de la economía y del bienestar de sus habitantes.

Bolivia, por segunda vez en su historia reciente, se ha embarcado en un proceso social y político cuyo objetivo es redefinir las características del Estado, la organización de la producción y el reparto de ese producto. Su futuro inmediato parece todavía incierto, aunque se destaca la disciplina de las bases sociales, que son las que mantienen en pie la cristalería que los sectores más poderosos, y étnica y culturalmente minoritarios, amenazan con echar abajo.

La desestabilización institucional, la secesión o el derrocamiento de Evo Morales tendrían efectos difíciles de predecir en las sociedades de América Latina.

La mediterraneidad boliviana es un urgente asunto de Estado para Chile y Perú que, curiosamente, los gobiernos de esos países se niegan a abordar, en conjunto o unilateralmente.

Chile padece una crisis terminal del sistema educativo –primario, secundario y superior–, los partidos políticos perdieron la confianza de la ciudadanía, el sector financiero y de la gran industria y comercio, en pos de ganancias opera en forma salvaje sobre el resto de la sociedad. La distribución de la renta nacional es entre las más injustas del mundo.

La compleja maraña de tratados comerciales firmados luego del TLC con EEUU –que abarcan buena parte del mundo– no parece contribuir ni a la generación de empleo ni a la estabilidad y calidad del trabajo. Por lo menos cuatro ciudades sufren serios problemas ambientales y el frágil equilibrio ecológico, tanto en el territorio continental como marino, se ha roto en varias zonas mientras otras se encuentran seriamente amenazadas.

Aunque hay consenso entre los expertos en el sentido de que recientes focos de corrupción descubiertos en los estamentos políticos no son graves y se encaran en forma correcta, significan un nuevo golpe al sistema representativo heredado de la dictadura y que inexplicablemente sigue vigente. No sorprenderá un otoño complicado en este país.

En Ecuador la tensión política ha disminuido; luego de un período de práctica ingobernabilidad las organizaciones populares otorgan al recientemente electo Rafael Correa una suerte de primavera que se prolongará por un tiempo luego de que asuma, en enero de 2007, la Presidencia de la República. Pero si la «cuestión social» se ha tranquilizado –los actores sociales, empero, siguen sentados sobre un barril de pólvora con la mecha en una mano y cerillas en la otra–, los asuntos derivados de los efectos de la guerra civil colombiana y la lucha contra el narco adquieren un cariz preocupante.

Como e hizo en Colombia, Perú y Bolivia –y probablemente en áreas amazónicas– hizo su entrada al escenario ecuatoriano el glifosato. Con el nombre de Round Up este producto de la ingeniería industrial nacido en laboratorios para el combate de plagas en el mundo vegetal es una de las herramientas favoritas para la erradicación de plantíos de coca.

No constituye un producto nuevo. En Viet Nam se utilizaron similares para «desbrozar» la selva refugio del viet-cong, con efectos desastrosos para la fauna y vegetación y consecuencias –no cuantificables o mantenidas en secreto, en todo caso terribles, para la vida humana. Ahora, guiados por la proverbial exactitud estadounidense –probada en Serbia y en Iraq– tropas colombianas comienzan a gasear con glifosato áreas del Ecuador para «combatir» la coca. El gobierno de Ecuador sostiene en su reclamo al de Colombia, que esos cultivos ya se habían eliminado.

No es el único problema ambiental-social ecuatoriano. No han cedido las movilizaciones de los pequeños poblados transandinos en la defensa de los territorios amenazados o ya depredados por la actividad de las petroleras.

Paraguay es el otro país mediterráneo de América del Sur junto con Bolivia, y su situación no es mejor que la de aquel. Los gobiernos, y los partidos políticos, que sucedieron a la dictadura de Stroessner han sido incapaces de democratizar y dinamizar la vida cultural y económica paraguaya. Informaciones de los últimos años incluso apuntan al fortalecimiento de redes corruptas al interior de los aparatos del Estado, que salpican hasta al Presidente de la República.

Paraguay parece haber sido elegido por los estrategas estadounidenses para establecer en su territorio la infraestructura de control, espionaje y dominación general del área. Desde aquí el transporte a Bolivia, norte de la Argentina y sur de Amazonas, Brasil, es expedito; el comando de las FFAA estadounidenses ya cuenta en este país con un aeropuerto mayor que el de Asunción e instalaciones para un contingente de tropas con gran poder de fuego amén de los recursos tecnológicos suficientes para ese control.

Entre el Pacífico y la Amazonia occidental, Perú parece dispuesto a pretender un rol estratégico en América del Sur. Por ahora alteró unilateralmente sus límites marítimos con Chile, no parece dispuesto a facilitar una salida al mar a Bolivia –asunto que debe acordar con Chile según los tratados– y se dispone a intentar un salto en materia de desarrollo económico dentro de un marco de creciente nacionalismo.

Junto con Bolivia y Ecuador es el país con mayor población indígena de América del Sur, aunque sus antiguas culturas –prehispánicas– no parecen haberse puesto aun en movimiento como las de sus vecinos. Por ahora, y al precio del aumento de la indiferencia ciudadana ante los tejemaneje de las pretendidas elites políticas, la instalación del segundo gobierno de Alan García, y quizá la esperanza de la extradición del ex presidente Fujimori desde Chile, contribuye a un período de relativa paz social.

Uruguay termina de despertar del narcotizado sueño de la dictadura de los ochentas buscando fortalecer su hasta entonces tradicional democracia tanto como ensayando modalidades para diversificar su economía. Uno de los pasos en este sentido es la construcción de sendas plantas de celulosa por dos transnacionales a orillas del río homónimo.

La jugada es algo más que peligrosa si un 10% de los temores planteados por los amabientalistas se hacen realidad. Si el porcentaje sube, la situación sería lisa y llanamente un desastre. Y los pronósticos no son buenos.

Como en el caso de Paraguay, se discuten los beneficios que obtiene del MERCOSUR; en este caso el riesgo es desestimar qué ocurriría de abrir sus fronteras comerciales y financieras a Estados Unidos o Europa.

Respecto de <1b>Venezuela todo puede inducir a engaño. La apariencia de las cosas indica que luego del contundente triunfo electoral de Chávez los primeros días de diciembre de 2006, gobierno y oposición encontrarían un lugar donde discutir sus diferencias en tono civilizado. No es así. Ni todos los sectores del chavismo han depuesto la soberbia, ni todos los sectores de la oposición se disponen al diálogo.

Soterrada, pero siempre con el apoyo financiero, ideológico y dirección de organismos con sede en EEUU, el emergente y pretencioso núcleo más activo de las capas medias continúa su campaña para minar al gobierno; por ahora no encuentran demasiados oídos, pero sabemos que un apotegma propagandístico es repetior, repetir hasta que algo quede.

Chávez, lanzado en la tarea de incluir a Venezuela en América del Sur tanto como darle voz en el resto del mundo, por una parte, y por otra la mejorar la educación y desarrollar la economía nacional, única manera de dar fuentes de trabajo estable y digno, corre serios riesgos de no poder o no hacer lo suficiente para acotar y eliminar la corrupción en el Estado, combatir la burocratización y, en suma, de perder su actual y sólido respaldo popular.

La tan ciega como férrea oposición al gobierno bolivariano y las necesidad de éste de producir resultados palpables pronto, se traduce en la necesidad de contar lo antes posible con partidos políticos responsables y democráticos; en esa parada no está la oposición, por lo que la constitución de un partido único pro gobierno puede considerarse un hecho –con los peligros que los partidos únicos amasan en el cuerpo social–. Tal vez no dejar otra salida al gobierno sea la estrategia a mediano plazo de los sectores coludidos con los intereses estadounidenses o que, incluso si en forma inadvertida por ellos mismos, le hacen el juego.

Al «cocimiento rápido» elegido con la intención de derrocar a Chávez, sucede la técnica del «cocimiento lento». 2007 será clave a no mucho que ande el nuevo año.

En cuanto a Guyana y Surinam, atrasan su inserción en América del Sur sin duda en el caso de Guyana el conflicto limítrofe del Esequibo con Venezuela; pero probablemente para estos dos países, los más nuevos del continente, también influye su atraso económico relativo y el constituir Estados cuyos habitantes en general no hablan castellano.

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* Informes de Alejandro Tesa y Magalí Silveyra.

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