América Latina y el fundamentalismo religioso

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Lo dice el investigador mexicano Martínez García* en un artículo publicado en el diario La Jornada de México: «el protestantismo tiene que ser entendido no solamente por las condiciones sociopolíticas en que acontece su inserción y crecimiento, sino que debe comprenderse, también, que es una propuesta atrayente para personas que buscan respuestas trascendentes para el sentido de su vida. Es decir, si bien es cierto que muchos investigadores sobre el hecho protestante no son creyentes, deben tener en cuenta que quienes son integrantes de su objeto de estudio sí lo son y orientan su proyecto personal y comunitario en función de creencias religiosas».

Señala en el mismo texto (El protestantismo y sus variedades): «Por tratarse de una fe con determinados contenidos doctrinales, los investigadores tienen que ocuparse de estudiar no solamente las expresiones sociales de la fe, sino que, adicionalmente, deben compenetrarse de las convicciones teológicas que sustentan las conductas de un determinado grupo de creyentes que se adscriben a una comunidad confesional protestante en particular (…) La intrincada variedad del protestantismo en América Latina dificulta el seguimiento de una rama en particular, pero la precisión conceptual y analítica exige de los investigadores compromiso cognoscitivo para no confundir agrupaciones que a primera vista parecen todas iguales. Los énfasis y tonalidades de cada expresión de la amplia familia protestante/evangélica latinoamericana son rasgos que no deben generalizarse a todos sus integrantes».

fotoSincretismo, mestizaje, superación

Muchas cosas -prácticas, usos, hábitos, religiones,etc…- adquieren en América Latina un sesgo diferente, una fruta -se diría- que la planta original nunca maduró en su territorio. El Marx americano adquirió tez oscura, paso andino y ritmo tropical, los anarquistas en el norte comienzan a desdeñar las bondades de la civilización y en el sur visten poncho y de camaradas pasan a ser peñis, hermanos. El campo, no la polis, marca los entrecruzamientos étnicos y filosóficos en este mundo que por tantos siglos espera dejar de ser futuro y convertirse en presente.

En el Caribe y a orillas del Atlántico bahiense -por ejemplo- Cristo y su corte de santos se integraron a los dioses y demonios del mar y la Tierra; al comer y dar de comer la carne de los dioses el chamán de la sierra oaxaqueña convoca ángeles desconocidos en los ruedos católicos y al invocar al dios cristiano se dirige, en verdad, a dioses de los que el cristianismo no tiene memoria -ni pudo asesinar-; en Los Andes la Pachamama tiene, hoy, mayor y distinta vigencia que todas las vírgenes que son una sola virgen: ella, la Pachamama, es la Madre-Tierra y sus hijos son carnales y mortales. Aquí a nadie en su sano juicio se le ocurriría que la mujer es «hija adoptiva» de dios…

Nunca hubo burgueses atrevidos en América Latina que encontraran en el protestantismo la vía y la justificación para el eficienticismo que los enriqueciera; la explotación siempre fue romana. Por eso protestantismo retoña con un rostro menos adusto, más popular, sin conformar sectas ávidas de sangre, dinero, eficiencia, rigidez. Hay evangélicos que beben vino, metodistas que son pentecostales y calvinistas de ceño alegre. Lutero no habría engendrado aquí con el paso de las generaciones un filme como La fuente de la doncella.

Demasiado acostumbrados estamos a pensar que somos el exotismo de Occidente, su frontera silvestre -prefieren llamarla salvaje- como para darnos cuenta que los exóticos son los demás, que Europa nunca fue el centro del mundo -su ombligo en todo caso es Te pito te henua-.

Todo es diferente aquí, en América Latina, la pudrición alquímica es tan veloz como inalterable lo permanente y la sal se encuentra a muchos metros sobre el nivel de la mar. Aquí, en este continente de ríos donde un delta desemboca en un estuario, donde es posible encontrar un pastor que gime una borrachera enamorada o un acólito imbatible en el mus o en la brisca rematada, las palabras fundamentalismo e integrismo se desprenden de su onomatopeya peligrosa y excluyente.

Esa es nuestra fuerza: la diversidad.

El siguiente es un artículo del mencionado Carlos Martínez García, publicado también en La Jornada1 a fines de setiembre de 2004.

fotoFundamentalismo, integrismo, (in)tolerancia

Toda clase de fundamentalismos están en boga en las sociedades contemporáneas. Esas visiones de la vida nos ofrecen sistemas acabados que tienen respuestas para todo y soluciones definitivas para cada problemática. El integrismo es panóptico: todo lo incluye en su ojo vigilante. Sanciona cada pensamiento y conducta de acuerdo con un canon bien establecido por los intérpretes de los textos sagrados, sean religiosos o políticos. La intolerancia es casi consustancial a cada grupo humano; la variante es la forma en que se exterioriza, ya sea con un simple movimiento negativo de cabeza o mediante actos que buscan la desaparición de los diferentes.

El fundamentalismo debe su nombre a una reacción dentro del protestantismo conservador estadounidense, que a principios del siglo XX produjo una serie de libros llamados The Fundamentals, cuyo objetivo era fijar las verdades fundamentales del cristianismo frente a los avances del ala liberal protestante que cuestionaba o negaba la dimensión sobrenatural de algunas enseñanzas bíblicas. En consecuencia, como bien ha dicho Umberto Eco, el fundamentalismo es antes que todo un «proceso hermenéutico ligado a la interpretación de un libro sagrado». Por supuesto que el fundamentalismo existió mucho antes de los primeros años del siglo pasado, pero es a partir de entonces cuando la postura que toma literalmente los postulados bíblicos, o de cualquier otro texto tenido por divino, llega a ser conocida con aquel concepto.

 

Fundamentalistas hay en todas las religiones, pero esto no tiene por qué ligarse necesariamente a posturas agresivas o imposiciones éticas a quienes tienen otras creencias y prácticas. Por ejemplo, grupos que se consideran poseedores de la verdad y practican una clara diferenciación entre ellos y el resto de la sociedad. Se es parte de ellos por medio de la conversión, y acto seguido hay un compromiso del converso en las tareas de difundir su nueva fe. Se espera que los postulados éticos de la creencia sean practicados por los integrantes del grupo, pero no por los de afuera porque carecen de la apropiación de los principios que solamente da la experiencia conversionista. El compromiso es voluntario y, por tanto, el integrismo (definido como la disposición a practicar las enseñanzas religiosas en cada aspecto de la vida cotidiana) es limitado, ya que está circunscrito a quienes forman parte del grupo.

Muchas veces hay confusión entre fundamentalismo e integrismo y se les toma por sinónimos. Nuevamente recurrimos a Umberto Eco para clarificar el malentendido semántico: «Por integrismo entendemos una posición religiosa y política, a la vez, que persigue hacer de ciertos principios religiosos un modelo de vida política y la fuente de las leyes del Estado» («Definiciones lexicológicas», varios autores, La intolerancia, Ediciones Granica). En este sentido son intregristas Provida, Osama Bin Laden y sus huestes: la Christian Coalition, organización estadunidense protestante conservadora, y un amplio abanico de agrupaciones que buscan imponer mediante las estructuras de poder sus convicciones religiosas a toda la sociedad. Todo integrista es fundamentalista, pero no todo fundamentalista es integrista. Puede parecer una diferenciación ociosa, pero en el matiz hay una distancia que es importante tener en cuenta al momento de los análisis que conforman nuestras decisiones y actitudes.

Aunque nunca se fueron del todo, en las últimas décadas del siglo XX vimos la resurrección de los integrismos. Mientras parecía constante el avance del Estado laico, con distintos ritmos, por todo el mundo, imperceptiblemente se iban fortaleciendo los gurús, profetas, iluminados y santones que prometían llegar al cielo por asalto e instaurarlo como realidad factible en las sociedades terrenales. Para ellos quienes duden de esta posibilidad, la critiquen o desdeñen son infieles a quienes no vale la pena convencer, sino que es necesario someter. En esta acción todos los medios son válidos, contra los herejes cualquier recurso es útil dado el tamaño de su contumacia y peligrosidad.

La intolerancia encuentra terreno fértil por todas partes. Lo mismo entre los rancheros texanos que se organizan para atacar a quienes les parecen indocumentados que en las intrincadas explicaciones del doctor de Harvard Samuel P. Huntigton en su libro ¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad estadunidense (Ediciones Paidós, 2004), en el cual pontifica sobre por qué Estados Unidos debe revitalizar su herencia cultural fundante y excluir a quienes la amenazan, como los latinoamericanos reacios a convertirse al «American way of life». De la misma manera la intolerancia florece en algunas comunidades indias, que expulsan a quienes se convierten al protestantismo, que entre científicos sociales dados a teorizar sobre las razones por las cuales los indígenas deben seguir con sus ritos ancestrales y rechazar al demonio protestante.

 

Ante todo esto es necesario reforzar las tareas educativas alrededor de esa frágil virtud que es la tolerancia, que por sí misma no puede enfrentar a sus enemigos (necesita el refuerzo de la leyes), pero que es indispensable en las sociedades auténticamente democráticas.

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* Sociólogo, e investigador del Centro de Estudios del Protestantismo Mexicano

1 www.rodelu.net/semana40mundo69u.htm

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