Argentina: Concentración y extranjerización de tierras

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Juan Guahán*

 Uno de los aspectos que destacan a Argentina en el mundo son sus tierras.La diversidad de climas, los humedales, los bosques, la abundancia de humus hacen que nuestras tierras sean motivo de admiración. Dicha “admiración” no es estética ella produce una tendencia irrefrenable hacia la posesión de ese bien.

 

Ello deriva en una serie de políticas, profundizadas en los 90’ y que hoy se continúan, ellas son las tendencias hacia una agricultura sin agricultores, la concentración y extranjerización de la tierra.

Por todo eso tienen una gran actualidad dos hechos recientes. El pedido de la Presidenta, al inaugurar el 129º período legislativo,  para que se debata una ley que contemple la cuestión de la propiedad de la tierra. 

La denuncia de la Federación Agraria Argentina (FAA) asumida por el Superior Tribunal de Justicia de Rio Negro para verificar cómo grandes propietarios (además extranjeros) atentan contra la soberanía nacional, cerrando rutas y accesos públicos. En este caso al Lago Escondido.

En el tema de una “agricultura sin agricultores”, el monocultivo sojero es una de las principales causas de este vaciamiento del campo, particularmente de las explotaciones familiares. En la década de los 90’ unos 100 mil productores dejaron sus campos. En la primera década de este siglo otras 60 mil familias, abandonaron sus campos, dándole continuidad a aquella dolorosa realidad. 

Cuando hablamos de concentración de la tierra, hay algunos datos que permiten avanzar en este tema sin temor a errores o exageraciones.  

Argentina tiene algo más de 174 millones de hectáreas cultivables. El 1,3% de los propietarios posee el 43% de la superficie. En la región pampeana, una de las mejores tierras del planeta, más de 4 millones de hectáreas está en manos de 116 oligarcas. Es sabido que esta concentración se constituyó, en el siglo XIX, con el reparto de las tierras arrebatadas a los pobladores más antiguos. En las últimas décadas ese fenómeno se profundizó con la compra de tierras a campesinos que no podían sostenerse y por la entrega de tierras fiscales. Un ejemplo de esto último es la provincia del Chaco.

Allí había -en 1995- casi 4 millones de hectáreas de tierras fiscales. Hoy quedan unas 680 mil hectáreas. Otros 3 millones de hectáreas han sido “vendidas” a los “amigos del poder”, muchas de ellas han sido destinadas a la soja. Cuando vemos por TV cómo –en el Impenetrable chaqueño- campea el hambre ente los pueblos originarios y mueren sus bebés, podemos concluir que en ese drama mucho tiene que ver esta entrega de tierras. En esos lugares el desierto verde de la soja reemplazó a su habitat tradicional de montes y bichos.   

Este fenómeno se repite en toda América del Sur. Frente a ello, muchos se preguntan: ¿Suramérica, es la tierra del futuro o es el último refugio de los poderosos?

Es sabido que uno de los dramas de nuestra historia, a diferencia de los Estados Unidos, es que la feracidad de nuestras tierras no fue puesta al servicio de un desarrollo compartido, de una industrialización que sirva a la expansión de su mercado interno. No. Sobre su dominio se constituyó un sector social: la oligarquía, que modeló un país a su gusto. Nuestra capacidad productiva fue puesta al servicio de ese minúsculo sector y de las conveniencias de las grandes potencias industriales y sus empresas trasnacionales.

Después de variados intentos, particularmente el proyecto industrialista de 1945 a 1955, la política de concentración de la tierra sigue viva. En las últimas décadas ella ha sido agravada por el hecho que esa concentración ahora es protagonizada por empresas de otras banderas o directamente por empresas estatales de otros estados.

*Analista de Question latinoamérica

 

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