Argentina. – LA GRANDEZA, EL CAMBALACHE Y EL »BOTOX»

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Hace 30 o 40 años, el meridiano político decisivo pasaba por las ideologías, al punto de que se mataba y se moría por ellas (o por los odios que generaban ellas). Luego, el centro de gravedad fue el retorno a la democracia y el castigo a quienes habían usurpado el poder y habían matado en nombre de aquellas ideologías enfrentadas (o por aquellos odios implacables e interminables).

En la década de los 90, corrimos tras el espejismo del voto cuota y del déme dos, para llegar al ansiado primer mundo. Cumplimos el teorema de Francis Fukuyama: cuando hay suficientes baratijas para comprar a buen precio, se acaba la Historia

Hoy, la cuestión es aparentemente más pedestre, pero su profundidad asusta cuando nos asomamos al pozo en que ha caído nuestro país. Ahora no matamos ni morimos por las ideologías, ni por las baratijas importadas que asesinaron a nuestra economía real, sino que estamos chapaleando alegre e inconscientemente en el fango de la corrupción oficial y nacional y de la mediocridad sacralizada.

Mientras tanto, buena parte de la oposición se entretiene en saber si es posible una alianza de conductas sin palabras a honrar entre el aceite mesiánico (¿de «izquierda»?) y el vinagre fondomonetarista (¡de «derecha»!), y el oficialismo gasta su materia gris (y algo más) en contratar cirujanos plásticos que le apliquen «botox» a una cincuentona candidata de agria personalidad, totalmente producida para que parezca una dulce adolescente de plástico.

Eso es algo preocupante, sino grave, para cualquier país que se precie de civilizado y serio.

Si no salimos del abismo de la corrupción, que ha podrido hasta el caracú a la nación, y de la chabacanería, la incapacidad y la improvisación que nos han transformado en el hazme reír del mundo, la Argentina no tendrá destino.

Podemos tener presidentes y ministros de un color ideológico o de su opuesto, de un partido determinado o de su adversario, pero corruptos manifiestos y oficializados e incapaces con soberbia dominando la escena es algo que no soporta ningún país que desea desarrollarse, o al menos sobrevivir en un mundo complejo y aceleradamente cambiante como el actual.

En el principio del Universo fue el Verbo, aprendimos de niños. En el principio de las naciones está la decencia y la seriedad, nos enseñó la vida. Sin ellas, no hay sistemas, ni planes, ni proyectos que funcionen. Todo queda carcomido y paralizado antes de terminar de nacer, y fracasa irremediablemente.

En un clima de tal decadencia (¿e inconsciencia?), no es de extrañar que hayan pasado desapercibidas dos noticias de primera magnitud para nuestro futuro.

El 20 de junio de este año, día de nuestra bandera, el diario La Nación publicó dos noticias importantes:

1.- En su página 4 nos informó que:

«Lula ha creado en Brasil una nueva Secretaría con rango ministerial que tendrá como objetivo diseñar las políticas de largo plazo para el país. Para dirigirla, el presidente Luiz Inacio da Silva nombró a un filósofo que hasta hace poco fue uno de los más duros críticos del gobierno». El nuevo organismo se llamará Secretaría de Planificación de Largo Plazo y su misión «será discutir y definir con todos los sectores sociales el rumbo nacional para las próximas décadas».

Así actúan las naciones con vocación de grandeza.

2.- El mismo diario, en la página 16, nos anoticia de que, según un informe de las Naciones Unidas:

«En 2050, el aumento de la población mayor de 60 años representará cerca de la mitad del crecimiento total de la mundial, y el 79% de las personas mayores vivirá en países en desarrollo, como la Argentina –que es el segundo país más envejecido de América–. Con los bajos índices de natalidad y el aumento de la longevidad, en los próximos años la población joven de la Argentina no podrá producir alimentos ni elementos para las personas mayores».

Ante ese claro y alarmante panorama, el Estado gasta millones y millones de pesos en promover la anticoncepción y la contracepción por razones ideológicas, en lugar de alentar los nacimientos, instruir y cuidar integralmente a la mujer embarazada, subvencionar en serio a las familias numerosas (no con un salario familiar poco más que simbólico), facilitar el acceso a viviendas humanas (sólo eso, humanas) y al trabajo digno y bien remunerado, y darle a sus hijos buena educación y atención sanitaria a la altura de los tiempos, para que la procreación sea verdaderamente responsable.

En países sobre-poblados, ello no pasa de ser un tema para el debate ético. En la Argentina, necesitada urgentemente de más población, no sólo por el envejecimiento de la actual, sino por la inmensidad de territorio sin poblar ni explotar que tenemos, frenar los nacimiento es una muestra de irresponsabilidad e ignorancia.

Así actúan las naciones que han perdido el rumbo, y han olvidado su vocación de grandeza obnubilados por el cambalache y el «botox».

¿Despertaremos a tiempo?

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* Abogado, dirigente político.

jglabake@telered.com.ar.

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