Argentina. – »LA SOJA LES CAMBIÓ LA CABEZA»

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

–¿Existe un campo o muchos campos en la Argentina?

–No hay campo más heterogéneo, diferente por regiones, por sectores y por cultura que el campo argentino. Donde existe un sector mediano muy importante, a diferencia de Latinoamérica donde existen campesinos muy pequeños por un lado, y grandes extensiones, empresas, por el otro.

«Esto no sucedió por generación espontánea, sino por las políticas públicas, un andamiaje institucional a lo largo del siglo XX que se desbarata con la desregulación del 1991, en el gobierno de Carlos Menem».

–¿Cómo y cuánto debe intervenir el Estado sobre la renta del campo?

–La idea inicial es que el suelo, la calidad del suelo, produce la renta extraordinaria de la pampa húmeda argentina. La tierra es un bien natural, de todos, no la produce nadie, y eso es lo que da la renta extraordinaria. Por eso hoy se pagan 18 quintales de alquiler de una parcela que produce 33. La apropiación privada sobre la tierra es posterior a esa situación, pero un gobierno democrático tiene el derecho y la obligación de interceptar renta.

«Por lo demás, la actividad agraria necesita regulación estatal por los factores climáticos que el hombre no puede controlar y por los precios internacionales».

–¿Cómo caracteriza al conflicto del campo?

–Hay que pensar en la década de 1991/2000 para entender el presente. Muchos de los productores de Federación Agraria, hoy la fuerza más activa en el paro agrario, intentaron ingresar en una modernización y lo hicieron endeudándose con los bancos. Luego muchos no pudieron pagar, la pasaron muy mal o directamente perdieron los campos. Al cabo de unos 10 años, prácticamente dieron vuelta la situación.

–Además de la devaluación de 2002, ¿qué cambió al campo en los últimos años?

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–A partir de 1996, la Argentina autoriza el uso de soja transgénica, aumentando geométricamente la productividad, constituyéndose en uno de los cinco países del mundo que la habilitan para su uso en gran escala. En total, son 19 los países del mundo que la permiten, aunque 14 de ellos con restricciones.

–¿Los transgénicos son perjudiciales para la tierra, para el hombre?

–Todavía no se sabe, pero como existe algo que se llama «principio precautorio», la mayoría de los países no lo usa hasta tanto se demuestre que no es malo para la salud.

–El campo, a su vez, se tecnificó.

–Claro, las escalas de 300 a 500 hectáreas hacia arriba de la Zona Núcleo, luego de la devaluación, ingresaron en un «mundo maravilloso», de la mano de las multinacionales de agroquímicos, las maquinarias nuevas, la tecnificación. Los de 50 hectáreas, a su vez, sin escala propia para ingresar a ese «mundo maravilloso», ceden campos, los alquilan a Grobocopatel y otros «pools» de siembra. Con todas estas condiciones favorables se impuso una cultura de la soja, del éxito, que tiene incluso productores llamados medianos y chicos ganadores (los de 300 a 500 hectáreas) para mostrar, pero cuyo sujeto principal lo constituye un núcleo selecto que explota grandes extensiones.

–¿Quiénes cortan las rutas, los de 50 o los de 500 hectáreas, o todos?

–Hay de todo, aunque más bien le diría los medianos (300 a 500 hectáreas) y algunos rentistas de 50 hectáreas. Y en los cortes está la gente de los pueblos, de las ciudades intermedias, sobre las que impactó en parte la extraordinaria renta sojera de los últimos años.

«Lo que no hay son campesinos en el sentido tradicional del término«.

–La pelea que están dando es a fondo, ¿por qué?

–En parte, porque hay una memoria reciente, muchos vienen de grandes padecimientos a fines de los noventas. Y ahora están en el mejor momento de los últimos 30 años.

–Entonces, ¿tienen miedo a volver a un pasado de sufrimiento o es, como dijo Cristina (Fernández, la presidente), piquete de la abundancia?

–Ambas cosas, nadie quiere regresar cuando mejora, y mucho. El campo tuvo un cambio cultural muy importante y ahora ceden la tierra a quien más pague y no a quien más la cuide. Esa no era hasta hace unos 15 años la conducta propia de un chacarero del sur de Santa Fe. Tuvieron un bombardeo muy grande –empresas proveedoras del campo– y la soja les cambió la cabeza. Soja hoy significa modernidad y éxito, en cambio conservacionismo es quedarse con los perdedores.

–Ahora bien, y ¿por qué sectores de clase media urbana apoyan esta rebelión de origen sojero?

–Hay identificación, y está la idea del sacrificio. Yo misma entrevisté manifestantes en los cacerolazos de Barrio Norte y escuchaba «esta gente se rompió el alma para tener lo que tiene». La gente ve a un chacarero sacrificado que se levanta temprano, y no ve el negocio principal de los «pools» de siembra y los grandes exportadores.

–¿Vio además, en los cacerolazos porteños, una condensación de cuestiones políticas contra el gobierno, más allá del campo?

–Absolutamente, la gente no tenía bien claro cómo funciona la cuestión del campo, si ganan mucho o ganan poco, pero todos están contra el gobierno por «soberbio», porque no se sabe «qué hace con la plata», etc.

–¿Cómo ve la coordinación de las entidades del campo, principalmente Federación Agraria y Sociedad Rural, que están caminando juntas, aunque tienen fundamentos ideológicos distintos?

–Eduardo Buzzi (presidente de FAA), cuando nos cruzamos por ahí, no deja de reprocharme; ‘Usted Norma no deja pasar oportunidad para hablar mal de mí’, me dice, y nos reímos. Pero la verdad es que la FAA tiene una postura política algo hipócrita. Ellos defienden a los agricultores familiares, pequeños, son conservacionistas, postulan que la soja desplaza a los campesinos, pero también tiene a muchos sojeros entre sus bases que lo empujan a defender este sistema.

«‘Mis bases me exigen ciertas posturas, sino no puede ser presidente de la Federación Agraria’, me dice Buzzi. Entonces, Buzzi está con la CTA, con el diputado Claudio Lozano, pero responde a sus bases sojeras, es un contrasentido. En cambio la Sociedad Rural, que tiene principios claramente liberales, de no intervención estatal, está en esta pelea por cuestiones puramente ideológicas, no quiere que el Estado intervenga».

–¿El gobierno tiene una política para el campo, o sólo piensa en interferir una parte de la renta?

–Yo hubiera querido escuchar otras cosas de la presidenta, como que defendiera la ley de bosques nativos o a los campesinos pobres del norte que son atacados por la expansión sojera.

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* Periodista.
Entrevista publicada originalmente en el periódico digital argentino La Capital.
www.lacapital.com.ar.

Addenda

Sobre la movilización y huelga en el agro argentino pueden leerse, aquí, en esta revista, los artículos del economista y catedrático José Castillo y del periodista Luigi Lovecchio (éste último fue transcrito del periódico digital que dirige Lovecchio: Los Buenos Vecinos, www.losbuenosvecinos.com.ar).

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