Argentina: las raíces del mito

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Gonzalo Tarrués.

No faltan héroes en América, tampoco personajes que oscilan en el borde entre la maravilla y la locura; no faltan artistas, guerreros, santos y poetas. Empero, pese a que tampoco faltan volcanes, cordilleras, ríos largos como el ansia y una mar que atraviesa mundos, carecemos de un lugar para ellos. Los mitos y las leyendas del antes originario se han perdido o elegimos ignorarlos. En casi todas partes, no en la Argentina.

Comenzaré tal vez con una herejía. El gran mito del siglo XX latinoamericano es Carlos Gardel; allá por lo años cincuentas todavía se podía escuchar en bares y burdeles de América la especie de que no había acabado sus días en el aeropuerto de Medellín, y que ese pordiosero al que le faltaba un brazo o una pierna, o era tuerto, en fin, y que cantaba cerca de la plaza de alguna ciudad, frente a un templo, a la salida de un hipódromo, era el mismísimo zorzal de Buenos Aires escondiéndose de su desgracia.

Grandes compositores y cantantes en el plano que ocupa la sensibilidad popular hubo antes y después de Gardel. Pero, que sepa, en México, por ejemplo, ni José Alfredo Jiménez —que dicen bebió hasta morirse— o el gran Agustín Lara tienen esa categoría de personaje a caballo entre la leyenda, la fascinación y la irrealidad que conserva Gardel.

¿Y dónde están nuestros poetas míticos? Rubén Darío, Nervo, Molina, el monstruo Pablo De Rokha, los nadaístas, en fin, se apretan contra un muro que insite en tenerlos allí colgados para que se vayan disecando al sol. Cada estudio que de ellos se publica es el paso de un paño que borra algo sagrado. ¡Neruda es el nombre de un hotel con estrellas en su placa! Nadie, o muy pocos, cuentan cuentos sobre el maestro Ludovico Silva en Caracas.

Se diría que en buena parte de América la historia es una carrera entre la memoria que enriquece y conserva y la academia o la política que mata y pierde.

Los argentinos no. Así como afirman sin asomo de duda que Gardel canta cada día mejor, discuten a grandes voces si el homenaje al Polaco Goyeneche no lo merecería mejor Edmundo Rivero, y viceversa. Y que nadie toque a Evita porque explota la santabárbara.

Presentir los tiempos inciertos,
¿Las futuras capitulaciones
que el estrépito vil metal de la SIP/CIA
cubrirá como glorias ajenas?
¿Pero, serán victorias?

 La posteridad hablará de gestas
de firmes convicciones
de veredictos de los dioses atentos
de ojos en el bosque que callan respetuosos
con ardor infinito a la tierra amada
de labores tejidas con el oro de los dedos.

No siempre la vida es vana en el sabio menester del tiempo,
No siempre la derrota hunde
la sutil postergación de la gloria
Vuelve con las palmas
cargadas de anhelos,
colmadas de empeños
hasta la gloria, siempre
Transformando al odio,
Vistiendo el amor.

Texto dedicado por Luigi Lovecchio a los Kirchner mucho antes del deceso del ex presidente.

L.L dirige el portal www.losbuenosvecinos.com.ar

 

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