Argentina. – NUEVA DOCTRINA MILITAR, ¿NUEVA ESTRATEGIA NACIONAL?

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Luego de la segunda guerra mundial, el peronismo hizo poco y ningún hincapié en una hipótesis de conflicto regional, pues la política de Perón fue justamente de integración sudamericana. Su objetivo soñado era el ABC, es decir una alianza entre Argentina, Brasil y Chile, como pivote de la integración latinoamericana, o al menos suramericana. En ese contexto, insisto, no había lugar para hipótesis de conflictos regionales.

De modo que el general trazó la estrategia militar sobre la base de un conflicto más difuso pero no menos real: la enorme extensión de nuestro territorio y nuestra escasa y mal distribuida población, lo que deja grandes extensiones virtualmente despobladas «disponibles» para cualquier aventura de países extranjeros, no necesariamente vecinos.

Cuando Perón regresó a la Argentina (1972), algunos peronistas despistados comenzaron una campaña periodística de tono bélico (o casi) contra Brasil. Salieron a relucir viejas cuitas, comenzando por «el reparto» de conquistas territoriales luego de la guerra genocida de la Triple Alianza contra Paraguay, que todavía nos avergüenza. El General los frenó en seco y sin dejar resquicio alguno: Brasil era nuestro amigo y nuestro futuro socio, como lo fue.

De ahí que el primer objetivo que Perón trazó en 1943/1946 para las Fuerzas Armadas fue el de promover el poblamiento y el desarrollo de las zonas abandonadas, especialmente las de frontera.

Para ser honestos, debemos reconocer que esa estrategia, aunque en forma menos explícita, se aplicaba desde principios del siglo XX, cuando el general Ricchieri creó el primer Ejército Nacional estructurado modernamente. De la adopción de ese objetivo estratégico derivó la ubicación geográfica de las unidades militares. Virtualmente no quedó rincón del país, sobre todo en las zonas más olvidadas, que no recibiera un regimiento o algún tipo de asentamiento militar.

Con la creación de Gendarmería Nacional esa estrategia tuvo un hito más. Cualquiera que haya recorrido el país antes de los años ochentas recordará que los regimientos militares eran el centro de actividad social y aun económica de muchos pueblos que de otra manera habrían quedado abandonados.

Mi recuerdo de la niñez es el ejemplo del pueblo de Barreal, en plena Cordillera sanjuanina: «el regimiento», así a secas, era el centro de la actividad social y aun económica, que proveyó a sus habitantes de todos los adelantos modernos de la época: desde el cine, hasta el teléfono, sin olvidar la salita sanitaria y la hoy llamada defensa civil ante catástrofes de la naturaleza.

Nuestras hipótesis de conflicto variaron radicalmente cuando, desde la Escuela Militar de las Américas del Comando Sur del Ejército norteamericano, con sede en la zona de Panamá invadida por Estados Unidos, se adoctrinó –quizás sea más correcto decir «se programó»– a nuestros oficiales superiores en la estrategia de la guerra revolucionaria y contrarrevolucionaria.

Dicha estrategia partía de la base de que la mayor, sino la única hipótesis de conflicto que interesaba era la posibilidad de un ataque comunista. Y como dicho ataque podía venir desde el exterior, pero también desde el interior (grupos guerrilleros marxistas), el concepto de Defensa Nacional se cambió por el de Seguridad Nacional, de la misma manera que las fronteras dejaron de ser geográficas y pasaron a ser ideológicas.

Hoy tal doctrina y tales conceptos mueven a risa pero, en aquella época, desde la Escuela Militar de las Américas lograron que nos matáramos por ellos.

La doctrina de las fronteras ideológicas y de la Seguridad Nacional dejó de tener asidero cuando, entre 1989 y 1991, explotó la Unión Soviética. Ya no hubo más guerra revolucionaria ni contrarrevolucionaria. El problema era, y sigue siendo, que todo imperio necesita siempre tener un enemigo a mano, para que la urgencia de vencerlo (en nombre del «eje del bien», claro está) justifique todas las tropelías.

Estados Unidos inventó uno especial para cada época, desde su nacimiento. Primero fueron los indios, a quiénes había que matar porque los territorios de Norteamérica eran la tierra prometida por su dios de bolsillo a los que desembarcaron del Myflower.

Mientras mataban a los indios «invasores» de la tierra prometida, los norteamericanos se percataron de que la «promesa» de su dios abarcaba también casi la mitad del territorio mexicano. De modo que, en los ratos libres que le dejaba su sagrada lucha contra los piel roja y los sioux, le quitaron a México casi la mitad de sus tierras.

Para resumir, luego de México y los indios, los enemigos fueron los alemanes, hasta que no quedó piedra sobre piedra de las ciudades germanas. Inmediatamente después, fueron los japoneses porque sus automóviles eran mejores y más baratos que los norteamericanos. Al final comprendieron que el enemigo, el más grande y peligroso para la paz mundial –y las empresas norteamericanas– era el comunismo soviético.

Desde 1991, y como ya no hay comunismo, o al menos no hay Unión Soviética, inventaron el enemigo moderno: el terrorismo internacional, que nadie sabe si tiene su sede central en Afganistán, en Irak, en Irán, en Siria, en el Líbano, en los microscópicos territorios que le han dejado a los palestinos –o en Washington.

Todo indicaría que dicho terrorismo internacional tiene más «pinta» de Coca-Cola que de barbudo con turbante. De cualquier manera, la hipótesis de conflicto que intenta imponer EEUU es la del terrorismo internacional, para lo cual hay que aniquilar a los del turbante y barba.

Hasta ahora nuestro gobierno, en su afán de ser «amigo» de EEUU y, especialmente, de Bush, adoptó como una prioridad casi absoluta la hipótesis de conflicto querida por Wáshington, aunque para decir la verdad ello sólo se tradujo en una maliciosa y sobre actuada acusación contra los iraníes en el tema de la Amia. El hecho de adoptar una hipótesis de conflicto ajena como si fuera nuestra siempre nos ha creado dolores de cabeza. En esta oportunidad no podemos esperar otra cosa: estamos sembrando vientos y recogeremos tempestades.

Pero en medio de tan absurda decisión del gobierno de ser más papista que el papa, y hacerle el juego a EEUU en su deseo de invadir Irán, aparece la noticia de que el Ejército Argentino ha preparado la nueva estrategia que dio motivo a esta nota.

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Cambio de enfoque

Según la prensa, la hipótesis de conflicto propuesta por el ejército, y al parecer no rechazada por el gobierno, «es una doctrina nueva ideada por nosotros, que no es una copia de doctrinas de otros países como antes». La alusión a EEUU es insoslayable.

Sigue el trabajo del Ejército: «Deberá desarrollar organizaciones militares con capacidad para defender a la Nación de un enemigo convencional superior». Otra vez la alusión al Imperio del norte es inocultable.

Agrega el proyecto militar: «Encontramos que las posibles amenazas sobre nuestros recursos naturales, especialmente sobre el agua potable, son el principal peligro que corremos». Tercera alusión.

Y para rematar: «Aconsejamos preparar un plan de batalla posible en un escenario de invasión» a las zonas donde tenemos gran concentración de agua potable.

En base a ello el trabajo militar propone trasladar el II Cuerpo de Ejército desde Rosario a Curuzú Cuatiá, en el corazón del Acuífero Guaraní; el V Cuerpo, que está en Bahía Blanca, llevarlo a Comodoro Rivadavia, en plena meseta patagónica; y el III Cuerpo con sede en Córdoba trasladarlo más al sur, a San Luis.

Pero lo más llamativo de este trabajo militar es que propone la «organización de la resistencia civil» para que «colabore con el ejército regular ante una posible invasión», a fin de lograr que «el enemigo sepa que la conquista, ocupación y mantenimiento de objetivos con núcleos poblacionales importantes le exigirán un gran esfuerzo en tropas». Esto último, salvando las distancias, es lo que Perón llamó la Nación en armas.

Por otro lado es, exactamente, lo que hizo el Líbano, o más concretamente Hezbollah, ante la invasión de Israel: la artillería y la aviación israelí destrozaron materialmente al Líbano y asesinaron a cuánto civil andaba por ahí cerca, pero cuando quisieron invadir el territorio libanés encontraron una «Nación en armas». El segundo más poderoso ejército del mundo debió retroceder y pasar el bochorno de ser derrotado por «la organización de la resistencia civil», que ahora proponen los militares argentinos para defender nuestra agua potable y otros recursos naturales.

Aunque la información periodística no lo consigna, va de suyo que el otro gran recurso natural a defender es el territorio como tal y, especialmente, la casi despoblada Patagonia. De otra manera no se explicaría el corrimiento hacia el sur del III y el V Cuerpo de Ejército.

Considerar que la invasión a nuestro territorio, por cualquier sofisticado medio que se produzca (por ejemplo, la implantación de «inocentes» colonias o la compra masiva de tierras por extranjeros, especialmente norteamericanos) y la codicia sobre nuestros recursos naturales –el agua potable en primer lugar– son la principal hipótesis de conflicto constituye una revolución copernicana en nuestra doctrina militar y, ineludiblemente, en nuestra estrategia política.

Entre dicha hipótesis de conflicto y tal estrategia, por un lado, y la doctrina prioritaria y casi excluyente de la lucha contra el terrorismo internacional impuesta por EE.UU., no hay contradicción ineludible, pero sí enfoques y objetivos muy distintos, y también beneficiarios diferentes.

La lucha contra el «terrorismo internacional» trata, en definitiva, de cargar sobre las espaldas de los árabes todos los actos terroristas que aparezcan en el mundo (también los que planifica y ejecuta la CIA y el Pentágono, muy probablemente en sociedad con Al Qaeda), para justificar el manotazo sobre su petróleo por parte de EEUU.

Simultáneamente, los grandes compradores de tierra en zonas despobladas como la Patagonia, y en la gran concentración de agua potable del Acuífero Guaraní son, no por casualidad, estadounidenses. Hace más de un siglo y medio que los latinoamericanos en general, y los mexicanos en particular, sabemos que cuando «inocentes» ciudadanos de EEUU compran tierras en grandes cantidades, esa región, como le sucedió a Texas, pasa pronto a ser una estrella más de la bandera del Imperio. De modo que proteger nuestro territorio y nuestra agua potable de «un enemigo convencional superior» significa, lisa y llanamente, trazar una estrategia para defendernos de la posible agresión norteamericana.

Y ahí reside nuestra duda. ¿Está el gobierno argentino dispuesto a defender lo nuestro realmente, hasta el punto de perder la amistad de Bush y de EEUU? No se puede servir a dos señores, y menos darle un caramelo a un niño con una mano y castigarlo con la otra. Pero como la política es el arte de hacer posible lo imposible, lo prudente es esperar los próximos pasos antes de dar una opinión definitiva.

De todos modos, hacemos votos para que esta magnífica iniciativa militar tenga todo el apoyo necesario del gobierno, a fin de que fructifique tal como ha nacido: sin ditirambos, sin palabras altisonantes que son provocativas e inútiles, y con la seriedad y constancia que requiere una estrategia de la cual dependerá el futuro de la Nación.

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* Abogado, analista político.

jglabake@telered.com.

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