Argentina, siempre Argentina

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El 24 de marzo pasado se conmemoraron 45 años del golpe de Estado e inicio del régimen militar en 1976 en Argentina, que se prolongó hasta 1983 y que mantuvo una dictadura cívico-militar que llevó al país a la barbarie y genocidio, dejando alrededor de 30 mil muertes, torturados, desaparecidos, exiliados, y el robo de hijos de prisioneros políticos asesinados. Los generales Jorge R. Videla, Eduardo Viola, Leopoldo F. Galtieri y Reynaldo Bignone fueron los principales responsables del terrorismo de Estado ejercido en ese país y en haber llevado a la Argentina a una guerra con el Reino Unido al ocupar las Islas Malvinas, en 1981.

Los cuatro fueron condenados por la justicia, Videla y Bignone murieron en prisión, mientras que Viola y Galtieri fallecieron en libertad, antes de que la Corte Suprema declarara nula la amnistía otorgada por el expresidente Carlos Menen, en 1990.

Seis golpes de Estado experimentó Argentina durante el siglo XX. En los años 1930, 1943, 1955, 1962, 1966 y 1976 la institucionalidad democrática fue interrumpida por el surgimiento de caudillos militares conservadores, influenciados por la iglesia católica; la política de Estados Unidos de seguridad nacional, el efecto que tuvo en América Latina la revolución cubana y los fuertes brotes guerrilleros surgidos en Argentina a partir de los años 60.

Difícil es comprender la historia política argentina sin conocer lo que representó Juan Domingo Perón, quien gobernó ese país en tres oportunidades (1946-52, 1952-55 y 1973-74) y cuya presencia cubre toda la historia política desde la segunda mitad del siglo XX hasta hoy. El llamado “peronismo” dejó una huella profunda en la sociedad y en la política por los éxitos que cosechó, pero también por sus fracasos. Entre los primeros está el proceso de industrialización, la generación de empleos, la consolidación de un Estado de bienestar que llega hasta hoy, igualdad de derechos, la sindicalización y muchos otros que pasaron a ser parte de la identidad y orgullo de las y los argentinos.

Entre los fracasos, señalan los críticos, que las transformaciones económicas no fueron suficientemente sólidas para lograr la integración industrial y romper la dependencia de las importaciones. Las exportaciones agropecuarias continuaron siendo la principal fuente de divisas. El “peronismo” se planteó como una suerte de tercera vía entre capitalismo y socialismo al desatarse la guerra fría, pero sin una concepción teórica y económica que diera sustentabilidad en el largo plazo al desarrollo industrial. En realidad, la crítica mayor es al carácter populista que tuvieron los gobiernos peronistas y la confusión ideológica en que cayeron sus seguidores, llegando a generar el movimiento guerrillero “Montoneros”, que proclamaba la lucha armada y el socialismo.

El “peronismo” sigue vivo hasta hoy, pese a que Perón decía que él había dejado de ser peronista. Los sigue habiendo de derechas y de izquierdas, como lo han sido los expresidentes Carlos Menen y Néstor Kirchner, por nombrar algunos.

Es difícil seguir la política argentina, y entenderla en profundidad aún más. Un país rico de 2.780.400 km2, es decir, 9,2 veces más grande que la superficie de Italia, con solo 45 millones de habitantes, de los cuales 18 viven en el gran Buenos Aires. Es parte del G-20, pese a que su PIB es menor que el de países como Suiza u Holanda y que tiene desajustes macroeconómicos estructurales crónicos, reflejados en el rescate que tuvo que efectuar el FMI, en 2018, que inyectó 45 mil millones de dólares -el monto más grande de su historia- y que Argentina debe terminar de pagar en 2024 con los intereses correspondientes.

La inflación ha estado entre las más altas del mundo y para este año se estima que llegará al 50%, mientras que la línea de la pobreza alcanzó al 40,9% de la población en la primera mitad de 2020, de acuerdo con el Instituto Estatal de Estadísticas. Es en este marco económico en el cual el actual mandatario Alberto Fernández, quien lleva solo 15 meses en el poder, debe hacer política, buscar equilibrios que le den estabilidad al país, luego de 4 años del gobierno de derecha del expresidente Mauricio Macri (2015-2019) y de 12 años de gobiernos de izquierda de los expresidentes Néstor Kirchner (2003-07) y luego de su esposa, Cristina Fernández K. (2007-15).

El actual Presidente tiene como Vicepresidenta a la ex mandataria, quien puso los votos para su elección y que no ha dejado de ejercer su influencia en temas particularmente sensibles como son los juicios por corrupción abiertos en su contra, que no le dan paz. Este es uno de los motivos del creciente deterioro en la relación entre el Jefe de Estado y su Vicepresidenta o Cristina K, como la llaman, quien es también senadora, lo que le garantiza la inmunidad.

Después de más de un año de gobierno las relaciones entre ambos se han hecho más tensas por el indiscutible poder de ella en el gobierno y su influencia en los votantes peronistas.

Según los conocedores de la política argentina, el presidente Fernández debe sostener una mesa de 5 patas para mantener la precaria estabilidad: manejar el tema de la deuda externa que agobia al país y que hoy es imposible de pagar, la inflación que obliga a imprimir más dinero en un círculo vicioso, mantener la unidad de las fuerzas que lo apoyan, combatir la pandemia que amenaza con escapar de sus manos, y contener a la Vicepresidenta, quien avanza en el control de la agenda.

Para otro analista, la situación entre ambos solo empeorará debido a la espada de Damocles que pende sobre la cabeza de Cristina K y donde difícilmente el mandatario puede intervenir para liberarla de los cargos de la justicia que parece estrechar el círculo. La fuerza de ella está en su indudable popularidad en gran parte de los votantes por lo que ha comenzado a imponer su visión y prioridades al Presidente.

El exmandatario Mauricio Macri -primer Jefe de Estado no peronista en completar su mandato- después de cuatro años de una desastrosa administración que terminó de hundir la economía, ve renacer sus posibilidades electorales ante la parálisis actual del gobierno, que pareciera querer volver a las prácticas y políticas dejadas atrás por la historia. “La grieta” llaman a la división que se agranda entre el mundo o visión de la Vicepresidenta y del exmandatario, que han tomado el protagonismo político,  mientras el Presidente pareciera volver a ser su jefe de gabinete.

Haciendo una analogía con la teoría freudiana de “matar al padre”, parece hora para que Fernández lo haga con Cristina K y de paso terminar de una vez con el clan, antes de que se lo coman. Si bien es grande el poder y la sombra K, una decisión valiente lo puede afirmar entre los votantes e imponer sus buenas ideas y forma de gobernar, que por cierto las tiene. Ante el dilema de subordinación o ruptura, el Jefe de Estado debiera anteponer los intereses de Argentina y volcar a su favor al pueblo peronista y otros que lo votaron para levantar el país. Por estas razones y muchas otras cosas, es muy difícil saber qué pasa y para donde va ese gran país que es Argentina.

*Economista de la Universidad de Zagreb en Croacia y Máster en Ciencia Política de la Universidad Católica de Chile. Exembajador, actualmente es Subdirector de Desarrollo Estratégico de la Universidad de Chile.

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