Ariadna Colli Hurtado, intermedio de concierto / Hubo una vez en Chile una escuela de educación experimental artística (II)

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Mi ingreso a la EEEA se produjo en forma bastante accidental, si considero que fue un impulso adolescente el deseo de ser muchacha normal, aún en contra de mi padre, quién guiaba en ese momento mi carrera pianística. Había cumplido 14 años. Y con 14 años y una carrera artística proyectada desde la niñez, no tenía claro ni podía imaginar los antecedentes que me relacionaban a esta escuela. 

Mi adolescencia apenas alcazaba a percibir que mi paso por la Escuela de Educación Experimental Artística tan sui generis, constituía llevar una vida regular, algo mucho más importante que el cumplimiento de mis estudios, porque precisamente hasta el momento de ingresar a ella, mi existencia se presentaba completamente irregular y muy alejada de tener la posibilidad de compartir con jóvenes de mi edad, con tantos ires y venires que conllevan la intensa actividad de un concertista.

Fue a lo largo de mi propia historia, que lograría hilar los cabos que hoy siento que me atan profundamente a esa escuela, a través de mi familia e historias de terceros, que por esas casualidades del destino me tocó compartir momentos de conversación, despertando mi memoria interna, arraigada quizás por genética o por las mismas vivencias.

Un poco de historia…

Primeramente quiero declarar, que los antecedentes históricos sobre los inicios de la Escuela de Educación Experimsental Artística, me fueron trasmitidos oralmente por mi padre y mi hermana mayor cuando era muy pequeña; eran solo anécdotas y al momento de mi paso por ella jamás até cabos.

La historia se remonta al año 1946, cuando mi familia se estableció en Santiago. Mi padre, pianista e intelectual de alto vuelo cultural como ya no existen hoy, contaba que mi madre —también pianista y en esos tiempos profesora de Música— fue invitada a participar en un debate que convocó un grupo de artistas e intelectuales chilenos, que deseaban canalizar la inquietud de generar un espacio válido para la formación artística de niños, una figura que cumpla el objetivo único de canalizar las vocaciones de los niños talentos del país.

La fuente de inspiración para la organización de una propuesta, fueron los modelos de escuelas vocacionales de artes de la Unión Soviética, lo que para la época y la precaria condición de nuestro país resultaba el sueño ideal; también este modelo novedoso tendría la particularidad de disponer de un internado para acoger a sus estudiantes, ya que su diseño apuntaba a la descentralización de la formación artística, sin discriminación social.

La propuesta fue presentada, al gobierno de turno, como una contribución que vendría a potenciar el desarrollo de las artes en Chile. Fue aprobado sin grandes problemas, ya que estratégicamente y desde una mirada política, esta escuela vendría a solucionar dos contingencias: a) aplacar las revueltas sociales, las que habían generado recientemente sangrientas luchas, y b) otorgaría al gobierno una plataforma publicitaria cultural, que lo distinguiría sobre otros países latinoamericanos.

Eran los años 1967 – 1968 y mi imperiosa necesidad de continuar con mi carrera, me obligó a abandonar la escuela justo cuando ella cristaliza su aspiración de contar con un espacio propio. Había pasado a lo menos 20 años de la creación de la EEEA.

Este escrito, más extenso de lo que tenía programado, se pasea por los diferentes trances de una historia que ha dejado tras sí registros emocionales, vivencias de algunos actores que dieron sentido a la existencia de nuestra Escuela Experimental de Educación Artística y que a lo largo de sus vidas, le han otorgado el merecido tributo mediante sus propios haceres artísticos: a nuestros maestros y mis queridos compañeros de juventud.

Imágenes.
 
De apertura: reclado de piano, archivo.
Bordado, de Lola Quintanilla, ex alumna de la EEEA.
Fotografía aparecida en Las Últimas Noticias, mayo de 1965.
Retrato fotográfico de la autora

Addenda

El texto de Ariadna Colli es parte de las Memorias colectivas que impulsa un grupo de ex alumnos de la Escuela Experimenrtal de Educación Artística como una manera de rescatar la memoria no sólo el propio pasado de cada uno, sino el tiempo en que en el país se pensaba lo que alguna vez ha señalado el escritor uruguayo Eduardo Galeano: que las utopías sirven para caminar, para hacer futuro.

Sus recuerdos ( el primero, de Roberto Reyes, puede leerse aquí) permiten también reconocer una época en que Chile procuró buscar —y encontrar— jóvenes talentosos y educarlos integralmente, quizá con algún desorden y pocos recursos, pero siempre confiando en su calidad humana con absoluta prescindencia de su extracción social y estatus económico de sus familias.

Permite, es decir, recordar —tal vez añorar— una sociedad en que los maestros era eso, maestros, y alentaban los sueños, el compañerismo, la emulación, la solidaridad y no el ejercicio de la competencia para escalar posiciones en los jóvenes.

Permite, o sea, comprender el sentido de la educación pública y sus búsquedas de un país mejor…
(Surysur).

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