Barack Hussein Obama y el «sueño americano»

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Jesús Arboleya*

Esta vez el júbilo popular no fue descalificado por la prensa internacional, como ocurre comúnmente en otros países, ni el presidente fue criticado de populista por explotar al máximo su carisma y su capacidad de comunicación con las masas; al contrario, se nos presentó el espectáculo como la confirmación de que es posible la realización del ""sueño americano"" y que Barack Obama era la encarnación divina de ello.

Dicho así, hasta a Obama le gusta identificarse con el concepto, pero el "sueño americano" no es lo que el propio presidente nos propone. Identificado con un individualismo que considera la inequidad un orden natural, venera el éxito personal a toda costa y rechaza todo aquello que supuestamente altera el modo de vida de la clase media blanca de Estados Unidos, el verdadero "sueño americano" está más cerca de Bush que de Obama.

Poco tiene que ver el llamado de Obama a la humildad, al compromiso público sobre los intereses mezquinos, el respeto a las diferencias y la igualdad de oportunidades, con las premisas ideológicas que sostienen el proyecto de vida que encarna este sueño. En verdad, la convocatoria de Obama al cambio para rehacer Estados Unidos es una negación de los valores tradicionales de la sociedad norteamericana y por eso fue elegido.

De hecho, la afirmación de que el pueblo no tiene confianza en sus gobernantes, sus críticas a los "dogmas desgastados" del discurso político imperante, al papel del Estado neoliberal y al mercado desregulado, así como su convocatoria a la "guerra contra la violencia y el odio", entendida en contraposición a la mirada estrecha y selectiva de la "guerra contra el terrorismo", hubiesen resultado un ataque escandaloso al sistema en cualquier otro contexto y no una "reafirmación de sus valores" como se nos presentan.

Más allá de la raza, tampoco Obama confirma un patrón de las cualidades humanas que históricamente han caracterizado a los presidentes norteamericanos. Aunque hombres brillantes, como Jefferson, Lincoln, Roosevelt, incluso Kennedy, ocuparon también esa posición, la regla han sido los Bush, no los Obama, lo cual debe servirnos para comprender la naturaleza del sistema.

Bush no ha sido el único presidente ignorante de Estados Unidos –aunque compita entre los más destacados–, tampoco ha sido el primer fundamentalista religioso, ni el primer guerrerista o el primer mentiroso, ni siquiera el primero con problemas de alcoholismo u otros vicios.

Muchos, antes que Bush, llegaron al gobierno sin otros méritos que la posición económica y los vínculos políticos heredados de su familia y más de uno condujo al país por el camino de las injusticias, la segregación social y la violencia. Iraq no es la primera guerra iniciada con falsas excusas y condenada por la opinión pública dentro y fuera de Estados Unidos, aunque casi siempre tiendan a ser olvidadas, y hasta se llegue a venerar a los supuestos buenos héroes de las malas guerras pasadas.

Por ello, tan o más importante que la victoria de Obama, ha sido la derrota de lo que Bush representó durante los últimos ocho años. En tanto abanderado circunstancial de una corriente de pensamiento muy enraizada en importantes sectores de la sociedad estadounidense, sus valores de superioridad, intolerancia e imposición mediante el uso indiscriminado de la fuerza, no resultan tan ajenos a la retórica de "libertad y democracia" norteamericana como algunos suponen e, incluso, han constituido ingredientes orgánicos de su sistema económico y político.

En tal sentido, la presidencia de George W. Bush no fue una aberración histórica, sino la confirmación de una tendencia natural que condujo al poder a la extrema derecha en Estados Unidos, cuando parecía que ninguna fuerza terrenal sería capaz de detenerla, colocándonos a todos en un camino tan absurdo, que parecía conducirnos efectivamente "al fin de la historia".

Detener eso se lo debemos al pueblo norteamericano y también a Obama, en tanto catalizador de un movimiento social que ha generado ilusiones en todo el mundo. Hasta dónde tendrá la voluntad y el poder de lograrlo, dependerá de muchas cosas, entre ellas de que no lo maten, pero también tenemos la posibilidad de "soñar" con un Estados Unidos distinto al que hasta ahora nos ofrecieron y que ahora nos dicen "que no es lo mismo pero es igual".


* Historiador y politólogo Universidad ARCIS.

Arena Pública, plataforma de opinión de UARCIS.

 

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