Barack Obama y la “marea del cambio”: ¿Esperanza fundada o pirotecnia política?

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Sebastián Pellegrino *

Entusiasmo mundial por la victoria del flamante Presidente de Estados Unidos: el riesgo de olvidar la política contra “el eje del mal” para abrazar ahora la fórmula mágica del “nuevo redentor”.

Agrandar Reducir Restablecer Los periódicos del mundo dedicaron, el pasado 5 de noviembre, todas sus energías para elaborar un titular y una portada tan representativos y auténticos como les fuese posible.
 
Los términos “cambio” y “esperanza” recorrieron el globo, reforzando el difundido sentido común según el cual Barack Obama, el primer Presidente negro en la historia de Estados Unidos, condensaría en sí mismo las connotaciones, y las claves, de futuro auspicioso, de renovación y de pacificación mundial, en una coyuntura de época en la que predomina el desorden (en su más amplio sentido).
 
Asimismo, el “cambio” supone previamente un estado de cosas al que es preciso transformar. Y aquí aparece la agonizante administración Bush (ayer, encargada de llevar la libertad a los oprimidos del mundo; ahora la clave de todos los males) y el sistema internacional que dicha gestión pretendió edificar y hoy se desploma desde su propia base.
 
El impopular Presidente republicano agotó ya sus recursos discursivos apocalípticos y empapados de paranoia fundamentalista (nótese que los famosos terroristas de Medio Oriente nunca han expresado fantasías de la talla de “George”), y ahora promete ayudar al flamante mandatario electo de su país.
 
También quiere colaborar, según sus palabras, con el Presidente de Paraguay, Fernando Lugo. En todo caso, deberá acelerar su iniciativa, pues no tiene más que 70 días para lograr sus promesas progresistas. El próximo 20 de enero, Barack Obama asumirá la presidencia de Estados Unidos.
 
Pero no es prudente tomar a Bush como sujeto de todas las burlas y rencores. No fue su administración la que diseñó la política exterior estadounidense que hoy es repudiada, ni tampoco dio forma inicial al mayor aparato industrial militar de la Historia.
 
Por estos motivos, resulta exagerada o exasperada la reacción de la opinión pública mundial ante el triunfo del demócrata. Demasiado optimismo si se tiene en cuenta la necesidad de Estados Unidos de recuperar el liderazgo mundial del que gozaba una década atrás. Demasiada angustia contenida en las clases medias y medias bajas si se tiene en cuenta los exorbitantes niveles de desempleo que golpean a la sociedad estadounidense. Demasiadas coincidencias históricas (doctrinarias y mesiánicas) existen entre demócratas y republicanos.
 
¿Cómo hará Barack Obama para cumplir con su programa de retiro gradual de las tropas de ocupación en Irak, y a largo plazo también de Afganistán, cuando su país aumenta vertiginosamente la dependencia de los hidrocarburos?
 
¿Podrá enfrentarse al poder concentrado de las corporaciones petroleras estadounidenses en caso de intentar algún cambio en la matriz energética?
 
Por cierto, ¿Logrará llevar a cabo una reforma estructural del sistema financiero para evitar el impacto de la crisis en la economía real de su país y frenar el endeudamiento?
 
Tres interrogantes que por lo menos deberían ser examinados con cautela y confrontados con la pura sensación de “cambio”.
 
Las primeras palabras de Barack Obama como Presidente electo apuntaron directo a remover las esperanzas de los estadounidenses: "A todos los que se han preguntado si el faro que es Estados Unidos sigue brillando igual que siempre, esta noche demostramos una vez más que la verdadera fortaleza de nuestra nación proviene no del poderío de nuestras armas ni de la magnitud de nuestra riqueza, sino de la resistente solidez de nuestros ideales: democracia, libertad, oportunidad y fe inquebrantable".
 
También hizo referencia al "amanecer de un nuevo liderazgo" de Washington en el mundo. Ciertamente, el país del norte viene perdiendo zonas de influencia económica y política, a la vez que se reafirman distintas potencias en los escenarios claves de la geopolítica actual. Por ejemplo, Rusia mantiene fuertes vínculos en tecnologías e industria militar con el Gobierno de Hugo Chávez, y varios países de Centroamérica.
 
Brasil, por su parte, afianza su rol de liderazgo económico y político en la región a través de organismos como la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) y el Mercado Común del Sur (MERCOSUR). Además su economía ya entró en el "club de los grandes" y en materia energética se calcula que pronto podrá autoabastecerse.
 
Los constantes desplazamientos del poder económico global hacia el pacífico y el océano índico señalan el estado de vulnerabilidad en la que se halla la hegemonía estadounidense. El intervencionismo militar y la invasión de las soberanías nacionales, principalmente en Medio Oriente, han abierto espacios de inestabilidad extrema que apuntan directamente contra la lógica del imperialismo de la Casa Blanca.
 
¿Cuál será el principal enemigo de la gestión Obama? Una economía en llamas. Y el demócrata, al igual que su ex competidor, John McCain, han mostrado planes económicos de corto plazo y poco fiables, teniendo en cuenta la magnitud de la crisis que se prevé para los próximos meses.
 
El pasado 7 de noviembre la Oficina Nacional de Investigación Económica, encargada de medir los ciclos económicos de Estados Unidos, anunció oficialmente que el país del norte está en recesión (período prolongado de significativa caída de la actividad económica). Según el Presidente del instituto, el economista de la Universidad de Stanford Robert Hall, "las pruebas son más que convincentes" y agregó "son pruebas conclusivas, en mi opinión".
 
El mismo día el Departamento de Trabajo anunció que la desocupación de Estados Unidos, en octubre, llegó a 6,5 por ciento, la tasa más alta desde 1994.
 
En realidad, todos los indicadores económicos son negativos: hasta ahora, cerca de 500.000 hogares fueron rematados por falta de pago en las cuotas de hipoteca y se avecinan otros 2,5 millones de ejecuciones; el producto interno bruto (PIB) creció apenas 0,3 por ciento entre julio y septiembre, lo que constituye el peor registro en siete años; el consumo estadounidense sigue cayendo y se frena la actividad de las pequeñas empresas; la lista continua.
 
Estados Unidos es el país más endeudado del mundo a nivel interno y externo. Tiene una deuda externa equivalente al total de la deuda externa del conjunto de todos los países llamados “en desarrollo”, donde vive el 85 por ciento de la población. Para ilustrar el tamaño de su deuda, cabe observar los dígitos de la siguiente cifra: 12.250.000.000.000 de dólares. Es decir, más de 12 billones de la moneda verde, y sus acreedores son en su mayoría los bancos centrales asiáticos, principalmente los de Tokio y Beijing.
 
Hay que tener en cuenta que Estados Unidos tiene una deuda interna que alcanza 30 billones de dólares, es decir, 10 veces su deuda externa. Casi un tercio de este monto es deuda de los hogares. Las empresas de Estados Unidos, el Gobierno Federal y los Estados están endeudados también. No hay dudas de que la economía estadounidense está en llamas.
 
“El poder mundial se desplaza” tituló el diario Le Monde Diplomatique a una nota sobre la correlación progresiva entre el endeudamiento estadounidense y la absorción de bonos del Tesoro de ese país por parte de las potencias asiáticas. Japón ya tiene en su poder 1,2 billones de dólares en concepto de títulos de deuda estadounidense; China está muy cerca de esa cifra (992.000 millones de dólares) y, según los datos del diario citado, “si se incluyen los otros grandes de la región (Hong Kong, Corea del Sur, Singapur) vemos que Asia absorbe más de la mitad de la deuda estadounidense acumulada en el exterior”.
 
En los días previos a las elecciones surgieron rumores acerca de una teoría de “campo minado” contra Obama, según la cual la administración Bush utilizaría todas sus artimañas para desgastar desde el inicio al afroamericano.
 
Según la agencia de IAR noticias, los frentes de conflictos abiertos que pueden estallar o ser detonados por la Administración Bush antes de terminar su mandato son los siguientes: Ataque a Irán por parte de Estados Unidos o Israel (un plan ya agendado y planificado por el Pentágono); escalada militar con Rusia y Venezuela en el Caribe; Golpe de Estado en Pakistán, y extensión del conflicto de Afganistán ("Afganización" y ocupación militar de Pakistán); y seis frentes bélicos más, entre los cuales se encontraría Corea del Norte (con el pretexto del retorno del programa nuclear de éste país).
 
No hace falta aclarar que los frentes de potenciales conflictos, que serían impulsados por los republicanos antes de la asunción de Obama, no son producto de la imaginación de algún fundamentalista anti-yanqui. A mediados de año, el mundo creía inminente el inicio de la intervención estadounidense en Irán, o un estallido bélico entre el país del norte y Rusia (como resabio anacrónico de la Guerra Fría).
 
La teoría del “campo minado” también supone una profundización inducida de los efectos de la crisis financiera, con un aumento exorbitante de despidos en Estados Unidos y en Europa, especulación que de concretarse arrinconaría a Barack Obama en un callejón con salida: la puerta trasera de la Casa Blanca.
 
Aun sin tener en cuenta esta posibilidad de conspiración republicana (recordemos la expresión popular y autóctona según la cual “todo es posible en Estados Unidos”), no muchos políticos desearían calzar los zapatos de Obama.
 
Estados Unidos ya no puede decidir sólo sobre las cuestiones financieras mundiales. En la última cumbre de la ONU, el presidente George W. Bush asumió (no por elección propia) el rol de un estudiante con bajos rendimientos, mientras que los líderes del mundo, aun los de países considerados “en desarrollo”, calificaban (mejor dicho, desaprobaban) el rendimiento del irresponsable alumno. La nota, en el último examen mundial de Bush, fue “1”.
 
Obama no tendrá más tiempo para disfrutar su victoria electoral. En la última semana, medios chinos difundieron información acerca de una propuesta realizada al Pentágono por parte de la corporación RAND (una ONG del país del norte, con profundos lazos con el complejo industrial militar estadounidense, como también conexiones entrelazadas con las fundaciones Ford, Rockefeller y Carnegie), para financiar una nueva guerra, la cual reanimaría los débiles mercados de valores.
 
Según los informes chinos, RAND habría sugerido al gobierno de Bush destinar los 700.000 millones de dólares del plan de rescate financiero a la estrategia bélica. China sería uno de los posibles frentes, aunque también figuran Japón, Rusia, Irán y otros estados de importancia geopolítica y económica. En el Gigante asiático ya se ha expandido el debate público en torno a esta tesis sobre una nueva guerra. Cabe destacar que de la estructura de la corporación RAND participan varios miembros del actual Gobierno estadounidense.
 
Más que de cambios, parece que la única “marea” que se avecina en Estados Unidos es de desafíos y enfrentamientos de dimensiones globales. Asimismo, las esperanzas de los votantes demócratas y de gran parte de la opinión mundial deberían apuntar más a evitar trastornos irreversibles en el diseño de la política exterior del país del norte, que a promesas preelectorales de un candidato novedoso, con eficaz oratoria y férreo impugnante de la desdichada gestión Bush.
 
El único cambio efectivo que arrojaron las elecciones del 5 de noviembre fue cultural. No es poco que un negro ocupe la jefatura de Estado en el país más influyente del mundo.
 
Pero eso no tiene nada que ver con la tradición imperial y la creencia del Destino Manifiesto de Estados Unidos. La construcción ideológica de un “nuevo redentor” podría estar ocultando otro ejemplo más de la mejor pirotecnia política, y de la lógica militar del “país de la libertad”.

* Publicado en APM

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