Barriendo debajo de la alfombra

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Wilson Tapia Villalobos.*

Hay muchas maneras de mirar la educación. Para asegurar su validez, a todas ellas se les debiera exigir coherencia con la sociedad en que pretenden que se implante. Pero entre nosotros los chilenos no es así. O, al menos, hay áreas en que las luces que llegan no bastan para vencer a las sombras. Hacia otras, en cambio, jamás se orienta el foco del conocimiento.

En Chile pareciera haber consenso en que la educación —especialmente la eduación pública— es de baja calidad. En general, por las reformas que se plantean, la preocupación responde a que los jóvenes chilenos sean eficientes. En otras palabras, mejorar la educación para que su integración al mercado laboral rinda frutos. Y, así, el país sea competitivo en la economía internacional.

En tan encomiable inquietud se han consumido a lo menos 20 años. En ellos, varias veces oficialismo y oposición llegaron a acuerdos trascendentales. Hubo abrazos que sellaban el esfuerzo para sobrepasar las legítimas diferencias en aras del futuro de la nación. Y anuncios rimbombantes acerca de la profundidad del cambio educativo que se venía. Al menos así fue en los gobiernos de Frei Ruiz Tagle, Lagos Escobar y Bachelet Jeria. Y ahora ya la administración Piñera Echeñique ha sacado su as. ¡Esta vez sí que el cambio se nos viene! Y todos —gobierno y oposición, obviamente— felices.

Dejemos de lado que la nueva reforma no elimina —al igual que las anteriores— el carácter segregador de la educación chilena. Lo que significa que el poder y las mejores posibilidades continuarán en manos de las familias que lo han detentado siempre. Este es un problema esencial.

Pero hay otros. ¿Qué pasa con la trasmisión de valores? ¿Qué es lo que la educación pretende entregar como formación para que los jóvenes se integren a la nueva sociedad y ayuden a reforzar sus estructuras? Recordemos que el ministro Lavín pretendía jibarizar la entrega de conocimientos de Historia y Geografía. Con lo que, sin llevar el análisis a una profundidad abisal, se comprende que la formación de los chilenos del futuro debe ser sólo exógena. Y en ella no se incluye el valor de la democracia.

Aquí surge otra consideración. ¿A nadie preocupa que para el Estado los seres humanos a los que se debe sean sólo entes productivos? Porque de ser así, surgen varias inquietudes. Y una no menor es la transmisión de valores éticos y morales. Cuestión que, obviamente, se encuentra vinculada con la consideración que deben tener muchachos y muchachas acerca de su cuerpo.

En la actualidad, en Chile el embarazo adolescente —entre 13 y 19 años— alcanza al 15,6% (40.500 anuales). Tal guarismo a nivel mundial llega solamente a 10%. Más preocupante aún, los embarazos de niñas chilenas entre los 11 y 13 años representan el 3% de las madres. El embarazo adolescente también muestra su rasgo segregador. En Vitacura y Las Condes, por ejemplo, no supera el 2%. En Puente Alto y San Bernardo se empina sobre el 17%.

Según un estudio del Centro Latinoamericano de Salud y Mujer (CELSAM), la totalidad de las jóvenes encuestadas considera aceptable tener relaciones sexuales en el pololeo. Las entrevistadas provienen de colegios laicos y religiosos. Sin embargo, sólo el 40% de las adolescentes que estudian en el sistema público usa métodos anticonceptivos. En su mayoría píldoras.

Pese a las reformas, este problema sigue sin ser abordado realmente. Tanto la LOCE como la LGE entregan pautas generales, cuya aplicación, finalmente, queda al arbitrio de los establecimientos. En 2009 se inició un Plan de Afectividad y Sexualidad en cien de las 345 comunas del país. Y cabe hacer notar que su implementación está severamente influida por la capacidad y convicciones del profesor, cuya preparación en la materia no es de excelencia. Además también operan las presiones de los padres.

Es curioso. Un tema trascendental para la formación de nuestra juventud ha sido sistemáticamente soslayado. Sin duda que en ello opera el poder de las iglesias. Y, también, las convicciones conservadores de una parte de la sociedad.

De cualquier manera, no parece aconsejable que tal estado de cosas continúe. Se trata de una cuestión que se debate a nivel mundial. En ello incide el aumento de la población. Pero, esencialmente, los problemas que acompañan a los hijos no deseados. En España, país al que Chile sigue en diversas áreas relacionadas con la educación, es de debate constante. Y hay razones de peso para ello. Entre 2000 y 2008, la tasa de abortos en menores de 20 años subió de 7,49, por cada 1.000 habitantes, a 13,48.

Los especialistas no están inquietos solamente por las deficiencias que el sistema educacional tiene en cuanto a sexualidad. Entienden que esa es una manifestación de algo más profundo. De allí surgen una serie de variantes que inciden en la creación de un ciudadano responsable. Responsable en todas las áreas de su vida. Esas es una cuestión que a nosotros pareciera no preocuparnos. Nos conformamos con barrer la mugre debajo de la alfombra.

Eso parece bastar para formar trabajadores-consumidores.

* Periodista.

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