Bolivia y el estigma de la traición

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

El juez Eduardo Rodriguez Veltze es un hombre de familia, parco y sobrio, que asumió desde la presidencia de la Corte Suprema de Justicia, después del rechazo popular a los presidentes del Senado y la Cámara de Diputados, que resultaban dudosos por pertenecer a la estirpe de políticos corruptos, factor que ha sido señalado como responsable de los problemas de la frágil democracia boliviana, que ya sobrevivió más de dos décadas de incertidumbre y anarquía sindical.

Asumió asegurando una gestión de orden y respeto por los valores democráticos en un plan de corto plazo.

La renuncias del Presidente Carlos Mesa Gisbert, precipitada por las protestas populares y su propia incompetencia, reflota el estigma de la traición en la historia de ese país del corazón suramericano, pero también es una muestra más de la ausencia de una política constructiva de Wáshington hacia América Latina, donde se están perdiendo dos guerras paralelas: la defensa de la democracia y la lucha contra las mafias de la droga.

Mesa subió al poder en octubre de 2003, cuando una asonada provocó la fuga del entonces Presidente Sánchez de Lozada, quien frente a la iracundia popular, que bloqueaba los derechos de otros ciudadanos y perjudica la economía nacional, optó por aplicar la ley por la fuerza. Una represión militar que dejó varias decenas de muertos.

Mesa, que era el vicepresidente, elegido por el propio «Goni» (Sánchez de Lozada), a quien el influyente periodista de televisión que fue Mesa había respaldado sin ambages, se deslindó de toda responsabilidad por los muertos y esperó la sucesión constitucional para llegar él a la silla presidencial, en lo que algunos partidarios de «Goni» ven hoy como una sutil traición. Esta vez, mayo de 2005, la historia le jugó una mala pasada a Mesa, que también aspiraba a ser historiador, pues los mismos movimientos populares que presionaron a «Goni» en octubre de 2004, se volcaron contra el propio Mesa, que tomó el camino de la renuncia, chantaje presidencial que ya meses antes, ante otra crisis, le dio resultado, pues el poder legislativo le rechazó la renuncia, pero, cansado el país de las vacilaciones y contradicciones de Mesa, le dieron el pase al triste archivo histórico de presidentes fracasados o derrocados en Bolivia.

No es sólo el laberinto interno que se propone corregir el Presidente Rodriguez, sino la delicada posición internacional de Bolivia, que está quedando aislada en tiempos en que lo aconsejable es la política de integración económica regional. Pese a tener la reserva de gas más importante de Occidente, junto a Canadá y Venezuela, Bolivia no ha podido encarrilar un programa coherente de explotación, exportación e industrialización de esta cotizada fuente de energía.

LAS MISERIAS DE BOLIVIA

Los expertos señalan que, así como el siglo XIX el carbón fue la primera fuente de energía, el petróleo lo fue en el siglo XX y el gas, combustible más limpio, será el preferido del siglo XXI. Se trata de una coyuntura interesante para Bolivia, que puede aprovechar de esta riqueza para salir de su sempiterna miseria.
Pero es justamente esa palabra, miseria, la causa de todos los males de esa estratégica nación, muy rica en recursos naturales y empobrecida en recursos humanos.

La miseria, en dos de sus principales acepciones, está matando a Bolivia. Por un lado, la pobreza extrema de gran parte de su población. Y por otro, en el sentido “victorhuguiano” del término, la miseria mental, el odio, el egoísmo, la mezquindad entre los mismos bolivianos.

Para poder industrializar y exportar su riqueza gasífera, Bolivia necesita una amplia e inteligente política internacional. ¿Podrá desarrollarla el Presidente Rodriguez Veltze en su gestión de corto plazo?

Es un desafío titánico, pero no imposible en estos tiempos de globalización. A pesar de que en las primeras semanas de su gestión el Presidente Rodriguez ha encontrado un clima todavía confuso, particularmente en el Congreso, hay otros síntomas de una política más dinámica, como la propuesta alianza entre un movimiento de civiles de La Paz, denominado Sin miedo, con el partido más populoso, principalmente de campesinos, el Movimiento al Socialismo (MAS) que lidera el dirigente de los cocaleros Evo Morales.

Entretanto, las Fuerzas Armadas bolivinas se han constituído, paradójicamente, en la institución más firme para defender la democracia. Siempre dispuesta a colaborar con el poder civil. Bajo el liderazgo silencioso e inteligente del actual Presidente, esa simbiosis está evolucionando. Pero tiene que cuidarse las espaldas.

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Periodista boliviano, afincado en Estados Unidos. Artículo publicado como Nota Especial en Paralelo 21, programa de la Radio de la Universidad de Guadalajara, México, a quien agradecemos poder reproducirlo.

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