Brasil y las vísperas del Mundial

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Seis años y siete meses. Este es el plazo con que contó Brasil, desde que en octubre de 2007 fue elegido para realizar el Mundial de futbol de 2014. Y ahora, cuando faltan exactos 103 días, el cuadro es, en el mejor de los casos, preocupante. Y no sólo por las amenazas de manifestaciones violentas contra el torneo, o más exactamente contra los gastos estratosféricos que costó, sino por la perspectiva bastante concreta de que muchas de las obras prometidas no estén listas.

Es seguro que las obras en los aeropuertos de por lo menos tres de las 12 ciudades que serán sede del Mundial no estarán a tiempo. Los responsables por el Galeão, en Río de Janeiro, ya admitieron que no. El de Salvador tampoco. Y en Fortaleza, en el noreste, se optó por una solución peculiar: como la ampliación no estará terminada, se recurrirá a una inmensa carpa de lona.

Hace pocos días, la Federación Internacional de Futbol Asociado (FIFA), que organiza el Mundial, aceptó que el estadio de Curitiba prosiguiera con sus obras. Es que la ciudad estuvo a punto de ser eliminada de la justa, debido al absurdo retraso en las obras de ampliación de su estadio. A última hora fue preservada, ya que eliminarla significaría un lío inmenso: las selecciones que disputarán sus partidos en esa ciudad ya reservaron y pagaron hoteles, campos de entrenamiento y todo lo que implica la logística de un Mundial. Pero el riesgo sigue inmenso: la previsión final de entrega del estadio es el 15 de mayo, a menos de un mes del inicio del Mundial.

Por donde quiera que se mire, hay problemas. Volviendo al aeropuerto de Fortaleza: a finales de enero, solamente 25 por ciento de las obras previstas estaban concluidas. En Cuiabá, capital de Mato Grosso, 50 por ciento. Además de las instalaciones, el sistema de acceso a los aeropuertos tampoco obedece a los cronogramas, y las posibilidades de un caos en el tránsito son altísimas. Y cuando de cronograma se trata, otro ejemplo contundente viene del aeropuerto de Salvador de Bahía: un retraso de 90 días puede significa que también en este caso el aeropuerto no estará listo.

Además de ese motivo –y de muchas otras razones de preocupación (no se mencionó, por ejemplo, las obras del entorno de los estadios, que deberían asegurar el fácil acceso a los que pretendan acompañar los partidos)– el gobierno tiene otro en especial: la posibilidad de que, a semejanza de lo ocurrido por ocasión de la Copa de Confederaciones, a mediados del año pasado, las calles y las áreas donde están los estadios sean palco para manifestaciones violentas.

Para enturbiar aún más el escenario, el Mundial se realizará a escasos tres meses de las elecciones generales, y manifestaciones violentas seguramente tendrán consecuencias en las aspiraciones de Dilma Rousseff para relegirse presidenta. Para controlarlas, el gobierno determinó que se movilicen tropas de las Fuerzas Armadas, lo que provocó críticas por doquier. Si la policía militarizada de los estados brasileños se mostró absolutamente ineficaz para controlar manifestaciones callejeras, actuando con truculencia desmesurada, menos preparadas aún están las tropas militares.

El gobierno dice que alrededor de 60 mil integrantes de las tres fuerzas armadas serán movilizados.

Un sondeo cuyo resultado se divulgó hace poco más de una semana indica que 51 por ciento de los encuestados no respaldaría, hoy, la elección de Brasil para realizar un Mundial. Y que 76 por ciento de ellos consideran los gastos exigidos para realizar el evento absolutamente innecesarios. Y más: 86 por ciento de los entrevistados dicen estar seguros de que habrá una secuencia de manifestaciones de protesta contra la realización del Mundial.

Frente a semejante escenario, el gobierno decidió lanzar, en vísperas de la inauguración del Mundial, una amplia campaña publicitaria para defender la realización del torneo en Brasil. Algunos puntos de esa campaña ya fueron definidos. Uno de ellos es dejar claro que la mayoría de los gastos corresponde a la iniciativa privada. Bueno, es verdad, pero sólo en parte: la iniciativa privada obtuvo financiación pública, con tasas de interés privilegiadas.

Otro punto es aclarar que los grandes estadios no se transformarán en elefantes blancos luego de la justa: podrán, por ejemplo, ser utilizados para la realización de espectáculos artísticos al aire libre. Otra vez es verdad, pero sólo en parte: ¿habrá valido la pena invertir centenares de millones de dólares en esas construcciones? ¿No habría sido más racional invertir semejante dineral en hospitales o escuelas?

Un tercer punto será convencer a la opinión pública que las llamadas obras de movilidad urbana (ampliación de avenidas, construcción de anillos periféricos, carriles exclusivos para transporte colectivo) quizá no estén listas ni entregadas a la población, pero al menos fueron aceleradas.

A estas alturas, muchos brasileños se preguntan qué estará pensando Dilma de esa herencia recibida de Lula da Silva. Y también se preguntan hasta qué punto la FIFA no estará arrepentida de su elección.

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