Bush reelecto: la pesadilla americana

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

George W. Bush esta vez obtuvo más de tres millones de votos que Kerry. El triunfo del actual presidente fue claro y contundente. Sin embargo, también dejó en evidencia que EEUU después de esta elección está casi tan dividido, política y geográficamente, como en los tiempos de la Guerra de la Secesión.

Por un lado, el nordeste, es decir los antiguos Estados de la Unión de Lincoln, acompañados por la columna de estados de la costa del Pacífico (California, Oregon y Washington), fuertemente industrializados y, por lo mismo, golpeados por la crisis de la globalización. Se trata de zonas que se caracterizan por ser cosmopolitas, liberales, tolerantes. Lugares donde se concentran las mejores universidades, centros de investigación y de innovación tecnológica de excelencia mundial, así como la intelectualidad y la producción artística y cultural más vigorosa del hemisferio.

Por el otro, esa enorme mancha de banderas rojas republicanas que cubre los antiguos estados de la Confederación del Sur y del Oeste Medio. El 60 por ciento o más de los votos obtenidos por Bush en el sur, es expresión de ese EEUU profundo, rural, el que aún se aferra a los resabios de un presunto pasado mejor y que a duras penas logra sostenerse económicamente gracias a las subvención estatal a la agricultura, a su más débil industria petrolífera y a la constate expansión del llamado complejo militar industrial estadounidense.

Se trata de votantes extremadamente conservadores, puritanos e intolerantes, en su gran mayoría blancos escasamente ilustrados. Muchos de ellos pertenecen a la denominada Derecha Cristiana. Los «renacidos», como prefieren llamarse, viven refugiados en una concepción fundamentalista e integrista de su fe, tanto así que no logran distinguir a la Iglesia del Estado. Personas que viven y se alimentan del odio y el miedo: pánico a la muerte, a perder su presunta supremacía racial, a comprender la diversidad del mundo y a enfrentar la realidad en que viven. Gente que no está dispuesta a ceder sus siempre más precarias ventajas económicas, ni menos aún a compartir con sus vecinos, con el resto del país y, para qué decir, con el mundo, lo que para ellos son derechos y privilegios exclusivos e inalienables.

Demasiados de estos votantes piensan que la libertad consiste en mantener en casa un arsenal de armas, y -ojalá- de destrucción masiva.

Netamente, los electores del sur se reconocen en Bush: supuestamente, un cristiano «renacido», como ellos. Uno que no sabe conjugar los verbos, como ellos. Uno que, a pesar de ser un niño «bien» de Nueva Inglaterra -como Kerry-, juega al cowboy de gatillo fácil y se empeña en parecerse a ellos, en todo. Uno que dice sin tapujos que «Dios está a su lado» y que él y su país representan la lucha del «Bien contra el Mal». ¿Qué posibilidades podía tener Kerry de conquistar la simpatía de este fundamentalismo teocrático estadounidense, hoy mayoritario, cuando al responder a Bush sobre este tema dijo que «lo que realmente debe importa a EEUU es estar al lado de Dios, no que Dios esté a su lado»?

El año pasado la revista Time reveló los resultados de una encuesta de opinión sorprendente: el 58 por ciento de los estadounidenses decía creer a pie juntillas en el «Apocalipsis» bíblico. Millones de miembros activos de la Derecha Cristiana creerían, además, que las profecías de San Juan se están materializando en la actualidad. Por eso Bush habría invadido Iraq (Babilonia). El Anticristo habría ya nacido y viviría en algún lugar de Europa. Se avecinarían, entonces, los siete años de las «Tribulaciones». Y, tras la gran batalla de Armagedon -la que probablemente se llevaría a cabo en las cercanías de Jerusalén- y el triunfo definitivo del bien sobre el mal, Jesús retornaría a gobernar la Tierra.

Dejados Atrás, es el nombre de una saga -que lleva ya diez tomos publicados-, escrita por el periodista Jerry Jenkins, inspirado por el famoso predicador evangélico sureño, Tim LaHaye. Por años ha permanecido en el primer puesto de los best-seller en EEUU, vendiendo más de 40 millones de copias, cada nuevo tomo. Pocos días antes de la elección, el primer episodio llevado al cine de Dejados Atrás fue trasmitido en todo el mundo por la cadena HBO.

Una verdadera industria, de miles de millones de dólares de facturación, ha crecido en torno al Apocalipsis y a los temas predilectos de la Derecha Cristiana: libros, música, cine, souvenirs y artículos de consumo del más variado tipo inundan un mercado de personas cada día más sedientas por consumir fe a buen precio y evadirse de los problemas reales que las aquejan. No sorprende entonces que a pesar de todos los desmentidos, incluso de parte del oficialismo durante su campaña electoral, acerca de que en Iraq no había armas de destrucción masiva -razón por la cual se fue a la guerra-, la mayoría de los estadounidenses sigue convencida que en Irak nos sólo había armas de destrucción masiva, sino que Sadam Hussein fue uno de los inspiradores de los atentados del 11 de septiembre de 2001.

Más que la crisis económica y la denominada «guerra» contra el terrorismo, el dos de noviembre pasado primó en los votantes de los estados de la vieja Confederación la llamada «batalla por los temas valóricos»: aborto, matrimonio entre homosexuales e investigación científica utilizando células madres de embriones humanos. Probablemente, estos verdaderos ejércitos de defensores de la «vida», ni se perturben ante un estudio (si es que algún día llegaran a enterarse de su existencia) aparecido la semana pasada en una prestigiosa revista científica de salud pública estadounidense, The Lancelet, que señala que en Iraq han muerto 100 mil civiles por causa de la guerra, principalmente mujeres, niños y ancianos, víctimas de los bombardeos aéreos estadounidenses, es decir del llamado «daño colateral».

Los defensores de la «vida» son al mismo tiempo, como Bush, los más entusiastas impulsores de la pena de muerte. Cómo también olvidar que en los últimos 20 años grupos terroristas de fanáticos fundamentalistas cristianos estadounidenses han asesinado a más de mil 500 médicos, enfermeras y personal hospitalario asociados con prácticas (legales) de aborto a lo largo del país, una cantidad de civiles muertos equivalente a la mitad de las víctimas causadas por los ataques a las Torres Gemelas y el Pentágono.

Endeudados por 10 generaciones

Si de algo podemos agradecer a George W. Bush, es que la «desastrosa gestión» -para usar las palabras de The New York Times en su editorial de 17 de octubre en apoyo a John F. Kerry- de su primer período presidencial dejó al descubierto de manera brutal la insolvencia de EEUU y, por lo mismo, el pésimo estado de salud del ordenamiento económico y político mundial. La irresponsabilidad fiscal de Bush y de su gobierno, así como sus aventuras bélicas, no han hecho más que poner de manifiesto la extrema debilidad económica y política de EEUU como nación, situación ya latente en los «buenos viejos tiempos» de Bill Clinton. Para resumir el mal de ese país en una sola frase: los estadounidenses llevan más de 25 años gastando mucho más de lo que tienen y producen.

Este año, el déficit fiscal de Bush, provocado por los recortes de impuestos a los sectores más pudientes y por los costos de la guerra de Iraq, superó los 500 mil millones de dólares (6 veces el Producto Interno Bruto, PIB, de Chile), haciendo subir el total de la deuda fiscal federal a 7,4 billones de dólares (74 por ciento de su PIB, de 10 billones de dólares). Si a esta cifra se le suma la deuda fiscal de los 51 estados de la unión, de las comunidades locales, la deuda externa privada, los créditos hipotecarios y de consumo personales, así como las deudas de las empresas y del sistema financiero estadounidense, se llega a casi 40 billones de dólares de deuda, es decir una cantidad similar al total del producto interno bruto anual de todo el planeta.

Quizás lo que quieren olvidar los que votaron el martes pasado por Bush es que cada niño que nace en EEUU, tiene que cargar con una deuda o mochila equivalente a 133 mil dólares (más de 80 millones de pesos chilenos), en circunstancias de que el ingreso per cápita anual de cada estadounidense es de sólo 35 mil dólares. En 10 o 15 años más, cuando la generación nacida en los años cincuenta, durante el llamado «baby boom», pase los 65 años, jubile y comience a atochar el sistema hospitalario de ese país, el peso de esa mochila comenzará a aumentar -para solventar esta futura carga no prevista- hasta alcanzar los 290 mil dólares (más de 8 veces el ingreso per cápita). Pareciera mentira, pero -para la desgracia del mundo entero- no lo es.
Y este es un cálculo extremadamente optimista, porque presupone que a partir de mañana la deuda interna y externa de ese país no aumente un solo dólar más. En otras palabras, que EEUU, la primera potencia económica y militar del mundo se declare en default. Cosa que no puede suceder, paradójicamente, por el bien del mundo entero.

Hoy, con más de 4 billones de dólares de deuda externa (el 40 por ciento de su PIB) acumulada, EEUU no sólo es el mayor deudor del mundo, sino que su deuda externa es más alta que la suma de las deudas externas de todos los demás países del mundo.

Nadie ha dicho las cosas con mayor claridad que el propio ex presidente de la Reserva Federal (FED o banco central de EEUU), Paul Volcker, el 25 de julio de 2001, ante el Senado en Washington: «Somos una nación deudora con un ahorro personal nulo que absorbe una porción significativa del ahorro de otros países. Estos enormes y crecientes déficits externos son síntomas de desequilibrios de la economía nacional y mundial, no sustentables».

El comercio exterior (la suma de las exportaciones e importaciones mundiales) representa aproximadamente unos 12,8 billones de dólares al año. EEUU, con un cinco por ciento de la población del mundo, absorbía en 2002 el 19 por ciento de las importaciones (1,28 billones de 6,7 billones de dólares) y era responsable del 11,4 por ciento de las exportaciones (700 mil millones de 6,1 billones de dólares). Así en 2004 alcanzó un déficit anual de casi 600 mil millones de dólares.

Al gastar más de lo que produce, EEUU se hace cargo de la casi totalidad del saldo negativo mundial entre exportaciones e importaciones, transformándose en el último comprador de la cadena, por excelencia. Gracias a la excesiva demanda de bienes de consumo de parte de los estadounidenses, se sustentan países como Japón, China, México, Chile y todas las naciones que han apostado por el modelo exportador para su desarrollo económico.

Para financiar el doble déficit -fiscal y de balanza de pagos- EEUU (que por años mantiene tasas de ahorro interno negativas) tiene que atraer 4 mil millones de dólares diarios del exterior para engrosar su cuenta de capitales de los mismos países desarrollados o en desarrollo que necesitan colocar en EEUU sus productos de exportación. La arquitectura económica mundial se encuentra de esta manera atrapada en una suerte de círculo vicioso perverso, donde la culpa es del chancho y también de quien le da el afrecho. Los ciudadanos estadounidenses son adictos al endeudamiento sin límites para sobre consumir -y quién los culpa-; los países exportadores son adictos al traspaso -despojo, dirían algunos- de sus ahorros a EEUU para que éste pueda seguir comprando sus productos.

Dos son los presupuestos sine qua non para que este engarbullado castillo de naipes se siga manteniendo en pie: un dólar fuerte y tasas de interés relativamente atractivas. Ambos, flaquearon peligrosamente durante el primer período de gobierno de George W. Bush.

La hegemonía del dólar

Allan Greenspan, actual presidente de la Reserva Federal, ha señalado en diversas oportunidades que la principal ventaja comparativa que EEUU mantenía respecto del resto de los países, es su «hegemonía financiera», es decir la hegemonía del dólar frente a las otras monedas.

EEUU mantiene reservas en moneda extranjera y oro equivalentes a 80 mil millones de dólares, una cifra irrisoria si se compara con los 825 mil millones de dólares de reservas de Japón y los 480 mil millones de dólares de China (las reservas de Chile suman 16 mil millones de dólares).

Esto es así, porque los bancos centrales de todos los países, salvo EEUU, están obligados a mantener reservas (ahorros) en monedas extranjeras para, entre otras cosas, proteger a sus propias monedas de ataques especulativos externos y para servir los intereses de sus deudas externas contraídas en dólares en las décadas pasadas. En 2002, casi el 70 por ciento de las reservas de los bancos centrales estaban denominados en dólares, una gran parte de estos fondos transformados en bonos del tesoro u otros papeles y activos estadounidenses. De los 2,2 billones de dólares de reservas que mantienen los bancos centrales de los países asiáticos, 1,1 billones están invertidos en bonos del tesoro de la Reserva Federal de EEUU. A modo de ejemplo, si China por alguna desavenencia futura quisiera poner a ese EEUU de rodillas, le bastaría vender masivamente sus activos en dólares para provocar un descalabro financiero mundial.

Hasta el 2002, el dólar era la moneda de reserva por excelencia. A finales de ese año las cosas comenzaron a complicarse.
El dólar, desde que Richard Nixon lo liberó del patrón oro en 1971 -al romper los acuerdos de Bretton Woods de 1945-, es una moneda fiat, cuyo único respaldo es, salvo -según algunos- el poder militar de EEUU, la firma del presidente de la Reserva Federal y la ilimitada capacidad física del propio banco central estadounidense para imprimirlos.

fotoDe hecho, cada vez que ha caído Wall Street o que han sucedido catástrofes como la del 11 de septiembre de 2001 o los huracanes que golpean la costa este, la Reserva Federal ha recurrido a aumentar la liquidez, al punto de que hoy circula en el mundo un volumen de dólares tres veces superior al de EEUU.

En las últimas tres décadas la inflación ha sido sistemáticamente exportada fuera de las fronteras de EEUU, los países en desarrollo se han sobre endeudado ya más de una vez, sus monedas nacionales han caído estrepitosamente, los ahorros públicos y privados se han fugado o han emigrado para trasformarse en activos estadounidenses, alimentando así la insaciable sed de capital de la metrópolis, las trabas para el flujo de capitales entre los países se han casi del todo esfumado y, por último, los propios activos nacionales, públicos y privados, de las naciones en desarrollo han sido ya varias veces comprados y vendidos por las grandes corporaciones a precios irrisorios.

Todo este entramado se ha basado en que el negocio financiero especulativo en EEUU ha sido lejos el más rentable del planeta, porque los valores de las acciones de las corporaciones transadas en Wall Street fueron enormemente sobre valorados, a menudo recurriendo al expediente del delito contables, para la crear burbujas que -como ocurrió con las puntocom en el año 2000- al pincharse dejan a millones de pequeños y medianos ahorrantes en la calle.

El dólar y el petróleo

Desde el año 1971 la fortaleza del dólar se ha mantenido porque gran parte de los productos que se comercializan en el mundo (las comodities) se denominan en dólares, fundamentalmente el petróleo. Gracias a un acuerdo con el rey Feysal de Arabia Saudita, probablemente como parte del paquete de las negociaciones para la definitiva nacionalización de petróleo de ese país, el gobierno de Nixon comprometió a la casa de los Al Saud a que su petróleo fuese siempre denominado en dólares. El compromiso de Feysal fue heredado por la OPEP, de manera que el shock provocado por el alza de los precios del petróleo en 1973-74 fue absorbido con relativa tranquilidad por la economía estadounidense.

En realidad, si el petróleo está denominado en dólares, en cierta manera EEUU es dueño de todo el crudo del mundo; en principio sólo le basta hacer andar la imprenta de la FED para hacerse de la cantidad que necesita. Los países importadores de petróleo, por lo demás, necesitan dólares para comprar petróleo; los países productores terminan a la larga invirtiendo sus ingresos en dólares en activos estadounidenses para compensar su sobre consumo.

El sobre endeudamiento de EEUU, el surgimiento del euro en 2000, así como la presencia del yen en la escena mundial (Japón es el principal país acreedor del mundo), es decir, el choque de estas tres monedas como un movimiento de placas tectónicas, para usar una imagen de George Soros, comenzó a amenazar los 30 años de dominio del dólar.

El primero en tirar la piedra fue nada menos que Sadam Hussein. En el año 2000, Iraq abandonó sus reservas en dólares (10 mil millones) y se pasó al euro. Al mismo tiempo, exigió a sus clientes compradores de petróleo que todos los pagos se hicieran en esa moneda. El golpe de Hussein, significó que las arcas iraquíes aumentaran en tres años en un 34 por ciento por la devaluación del dólar respecto del euro, es decir 3,4 mil millones de dólares. El costo: Bush, ordenó a su ministro Defensa, Donald Rumsfeld, planificar la invasión de Iraq antes de los ataques del 11 de septiembre de 2001.
Luego de esta movida de Iraq, Irán anunció estar considerando abandonar los petrodólares por el euro y Corea del Norte (el tercer país de «Eje del Mal» de Bush) comenzó a utilizar sólo euros para su comercio exterior. Al mismo tiempo, el presidente Hugo Chávez de Venezuela inauguró un sistema directo de canje de petróleo por productos con otros países de la región, saltándose el dólar. Rusia también comenzó a recibir euros como parte del pago de sus exportaciones de petróleo y gas natural a Europa.

Las cosas para Bush se ponían de mal en peor. Los ataques terroristas a Nueva York y Washington ciertamente impactaron la economía estadounidense, ya sumergida en la estagnación. Dos veces cayó estrepitosamente Wall Street, quemándose cada vez 7 billones de dólares. Las reducciones de impuestos a los más ricos no produjeron el efecto activador de la economía, tal como la Casa Blanca había prevista. Por el contrario, no hicieron más que abultar el déficit fiscal. La Reserva Federal se vio entonces obligada, para reactivar la economía, a aflojar el crédito y abaratar el dinero, bajando las tasas de interés, llegando ésta al uno por ciento, la tasa más baja en 40 años. Igual, la economía no se reponía al paso esperado. Bush, entonces, optó por nuevos recortes de impuestos.

Dos millones y medio de puestos de empleo, sobre todo en los estados del nordeste, se perdieron sólo en el sector manufacturero, aparentemente para siempre. Los costos de salud aumentaron en un 36 por ciento, impactando fuertemente el salario real de la clase media y trabajadora. Veinte millones de estadounidenses se vieron forzados a abandonar el sistema de salud, público y privado, sumándose a los 40 millones que ya no tenían cobertura alguna. Pobreza e indigencia no sólo golpearon a negros y latinos, sino también a los blancos.

La campaña presidencial del partido Demócrata fue locuaz en denunciar estos hechos. George W. Bush es el primer presidente, después de Herbert Hoover (1928-32), en terminar su (primer) mandato presidencial dejando al país con menos puestos de trabajo de cuando ingresó a la Casa Blanca. Según la propaganda Demócrata, Bill Clinton, en cambio, creó 22 millones de puestos nuevos.

Muchos bancos centrales, preocupados por el doble déficit estadounidense, ante la posibilidad de que la OPEP abandonara la denominación del petróleo en dólares y por la creciente deuda interna y externa de EEUU, comenzaron -con la cautela necesaria para no provocar estampidas- a diversificar parte de sus reservas en otras monedas. China llegó incluso a amenazar con enganchar el yuan a una canasta de 10 monedas. Resultado: a mediados del 2000, un euro se llegó a transar por 0,83 dólares; el día después de las elecciones presidenciales del 2 de noviembre pasado un euro costaba 1,29 dólares. Desde su punto más alto, el dólar ha caído respecto al Euro en un 35 por ciento.

Dependencia energética y paradoja militar

«No dejaré que un solo soldado estadounidense muera en el extranjero por nuestra dependencia del petróleo», fue una de las frases recurrentes de John F. Kerry durante su campaña presidencial.
«La guerra de Afganistán y la guerra de Irak no tienen nada que ver con el petróleo», repitieron majaderamente mil veces los secuaces de Bush y Blair antes y durante ambas guerras.

EEUU, con el cinco por ciento de la población mundial, consume diariamente 20 millones de barriles de petróleo, correspondientes al 26 por ciento de la producción mundial. Pero produce sólo 9 millones de barriles diarios, es decir está obligado a importar otros 11 cada día, el 55 por ciento de su consumo. Se estima que en 15 años más el consumo de EEUU subirá a 29 millones de barriles diarios y su producción interna estará por debajo de los 5 millones diarios. EEUU de país productor ha pasado a ser un país importador de petróleo y energía, y lo será cada vez más.

Desde Franklin D. Roosevelt en adelante, todos los presidentes de EEUU han considerado, y no sin razón, que el acceso y control del Golfo Pérsico, donde se encuentran las tres cuartas partes de las reservas mundiales de petróleo, son de vital importancia para la seguridad del país.

A estas alturas ha quedado claro en el mundo que la guerra de Iraq de Bush está íntimamente ligada al petróleo, así como la guerra y ocupación de Afganistán tiene mucho que ver con el acceso y control de los yacimientos de petróleo y gas del Mar Caspio y de Asia Central. Y esto no sólo forma parte la agenda oculta (aunque, nunca tanto) de George W. Bush, sino que también de la de Osama Bin Laden y sus financistas wahabíes sauditas.

En los primeros días de la invasión, las fuerzas de ocupación estadounidenses en vez de asegurar los depósitos de armas y explosivos de Sadam Hussein se preocuparon única y exclusivamente del control de los pozos petrolíferos iraquíes y oleoductos. No con mucho éxito, a juzgar por los resultados. El único ministerio en Bagdad defendido por las fuerzas aliadas, fue el del Petróleo. Todos los otros, así como los depósitos de explosivos y armas, fueron asaltados por los iraquíes y saqueados por completo. En esos días, Donald Rumsfeld declaró sonriente a la prensa que era normal que un pueblo que no conocía la libertad se dedicara al pillaje.

Las 380 toneladas de explosivos que faltan -un tren de 50 vagones- de uno de los depósitos saqueados, corresponden, según la prensa estadounidense, sólo a una pequeña parte del botín bélico de los futuros insurgente y fedayines iraquíes.

EEUU gasta 425 millones de dólares en defensa (4,25 por ciento de su PIB), que corresponde al 40 por ciento del gasto mundial en defensa. Entrega más recursos a sus FFAA que la suma del presupuesto militar de los doce países que lo siguen. Sin embargo, a pesar de su descomunal fuerza y poderío bélico, su capacidad está extremadamente sobre extendida si se considera que cuenta sólo con 1 millón y medio de efectivos. Por otro lado, la eficiencia de las FFAA de EEUU está siendo seriamente puesta en duda si se piensa en el elevadísimo costo que implica su mantención.

Fue justamente el vicepresidente Richard Cheney, en su calidad de ministro de Defensa de George H. W. Bush (el padre), quien se encargó después de la Guerra del Golfo de reducir a su mínima expresión el personal de las FFAA estadounidenses, disminuyendo a la mitad sus efectivos. Se había terminado la guerra fría y estaba de moda el «outsourcing» de servicios al sector privado. Poco después de quedar cesante, fue contratado como CEO de Halliburton, una de las mayores empresas contratistas de la industria petrolera y del Pentágono. Esta empresa hoy abastece de petróleo, construye y mantiene campamentos, se ocupa de la alimentación, transporte de de cientos de miles soldados estadounidenses en el mundo. La guerra se ha ido privatizando.

Gracias a John F. Kerry y su campaña, hemos sabido que los famosos Humbers, la versión años noventa del antiguo jeep, carecen del más elemental blindaje y son verdaderas trampas mortales para los soldados estadounidenses. Nos han informado también que familias en EEUU se ven obligadas a enviar a sus hijos chalecos antibalas para que se protejan en Irak, porque el Ejército no se los proporciona. En Irak los soldados pasan hambre y sed, mientras algunas empresas contratistas, como la misma Halliburton, cobran al Pentágono precios exorbitantes por sus servicios, como consta en diversas investigaciones oficiales en curso.

EEUU mantiene bases militares en 80 países del mundo. Si EEUU quiere «ganar la paz» en Ira1, para usar palabras de Kerry, y mantener su supremacía en el mundo, como en los últimos 50 años, no sólo tiene que gastar mucho más en las FFAA y mejorar su eficiencia, sino también aumentar notablemente su contingente en ese país, en EEUU y en el mundo entero. De ahí, que los demócratas sostienen que si Bush insiste en su belicismo unilateral, deberá llamar al servicio militar obligatorio. ¿Y quien pagaría la cuenta?

¿En una calle sin salida?

A pesar de las enormes dificultades y peligros que acechan a EEUU en el inmediato futuro, John F. Kerry pudo haber sido un gran presidente. Cualidades no le faltan. La firma del protocolo de Kioto, una revisión de los tratados de libre comercio, una reforma profunda del sistema financiero mundial, el fortalecimiento del rol de Naciones Unidas como fuerza de paz, el combate decidido a la pobreza y el hambre en el mundo, una posición más equilibrada frente al conflicto árabe israelí, en fin, la lista es larga… todas oportunidades perdidas o -quizás- sólo aplazadas por algunos años.

Dos son los grandes retos que EEUU debe enfrentar: sortear la amenaza terrorista de una bomba nuclear en alguna ciudad norteamericana y preparar a su pueblo para un ajuste económico de grandes proporciones.

Muchos analistas coinciden en que para balancear la cuenta corriente de EEUU es imprescindible una ulterior devaluación del dólar respecto de las otras monedas. Esto quiere decir que los estadounidenses deberán perder aún más poder adquisitivo y depender menos del petróleo y de las exportaciones. Probablemente se caerá en un proceso inflacionario. Sufrirán también los países exportadores, que deberán afanarse en desarrollar mercados regionales y aplicar políticas de expansión interna de sus mercados nacionales -reducidos a su más mínima expresión por los modelos exportadores-, en el más clásico estilo keynesiano. Mejor ahora que cuando sea demasiado tarde: las cuentas tienen que calzar y para todos.

Sin embargo, corremos el grave peligro de que Bush se encierre en su ceguera y persista, junto con su ejército de «renacidos» sureños, en evadir la realidad. Lo más probable es que se deje arrastrar por la arrogancia e ineptitud que caracterizaron a su equipo de asesores durante los últimos cuatro años. Difícilmente escuchará a la otra mitad de su país y al resto del mundo. Corremos el riesgo de que, en la calle sin salida en que se encuentra, caiga definitivamente en la típica política de la «fuga hacia adelante», agrave la situación en Irak y en el Oriente medio, invada Irán, luego Corea del Norte y nos obligue a todos, retornando sin ambigüedades a los tiempos de la política de las cañoneras, a seguir pagando tributo a EEUU.

Que los dioses se apiaden de nosotros, porque Bush y muchos de sus seguidores parecen haber borrado la palabra «piedad» de sus diccionarios.

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* Periodista y escritor. El artículo se publicó en El Periodista, de Santiago de Chile (www.elperiodista.cl).

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