California, del sueño a la pesadilla

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Mark Sommer*

El sueño californiano se ha transformado en una pesadilla. El 1 de julio, al tener que enfrentar un déficit presupuestario de 24.000 millones de dólares, el Estado comenzó a librar miles de certificados de deuda que los principales bancos advirtieron que no aceptarían. Y sucesivamente el gobierno estadual decidió una serie de drásticos cortes presupuestarios que afectan a la educación y a la salud, entre otros servicios públicos.

La gestión del ex actor y actual gobernador de California, Arnold Schwarzenegger, condujo al desequilibrio de las cuentas fiscales, pero los orígenes de la calamidad tienen raíces en contradictorios y alucinados estados de ánimo tanto como en disfunciones institucionales.

California no sólo es el Estado más diverso del país sino también el más dividido cultural y políticamente. Aquí coexisten los eco-liberales en el norte del estado, los superconservadores en el sur, los contrarios a los impuestos y una vasta y frustrada clase baja integrada por latinos y afronorteamericanos que sirve a la minoría rica. Agréguense a esta mezcla rara varias políticas clave que han dejado al Estado cada vez más incapaz de llevarlas a la práctica.

La Proposición 13, una ley de 1978 promulgada tras una iniciativa popular, redujo radicalmente los impuestos a la propiedad que financiaban un sistema de educación de primera categoría y otros servicios. En  consecuencia, el sistema escolar cayó a plomo en cuanto a calidad y está hoy ubicado en los últimos puestos de la clasificación nacional.

Una ley de 1994 que impuso la condena a cadena perpetua tras la comisión de un tercer delito, promulgada a iniciativa de los votantes preocupados por la criminalidad, convirtió a miles de autores de infracciones penales menores en presidiarios de por vida y aumentó la población carcelaria en un 82%. El sistema carcelario alberga ahora a 170.000 presos y cuesta 13.000 millones de dólares anuales, más que todas las escuelas y universidades del Estado.

El proceso de iniciativa popular en sí mismo, instituido en 1911 para dar a los votantes instancias de democracia directa a fin de combatir a los monopolios ferrocarrileros, ha sido capturado desde entonces por grupos de presión de la industria, que lo usan para confundir a los votantes y hacerlos votar y promulgar políticas regresivas que la legislatura jamás aprobaría.

Incluso la propia legislatura es un ejemplo de incompetencia institucional. Desgarrada por divisiones partidistas, su sistema de elección proporcional supone un obstáculo contra el compromiso y favorece  a los elementos más extremos. Para empeorar las cosas, los aumentos de impuestos ahora desesperadamente necesarios para cubrir el enorme déficit presupuestario pueden ser aprobados sólo con una mayoría de dos tercios de los legisladores. Esta exigencia otorga a la minoría republicana contraria a los impuestos un letal poder de voto sobre cualquier incremento impositivo.

Ahora, hundiéndose bajo el peso de sus deudas, el Estado debe cerrar muchos de sus parques, reducir radicalmente los presupuestos para la educación y los servicios para el cuidado de la salud de los pobres, suspender temporalmente a empleados públicos, restringir cruciales funciones del gobierno y liberar a miles de presos de las cárceles. Nadie puede calcular el impacto acumulativo de estas medidas sin precedentes.

Algunos observadores dicen que un pueblo cada vez con menor educación, la desincentivación del desarrollo de los negocios y el decaimiento de la infraestructura y los servicios públicos ahuyentarán los tipos de iniciativas catalíticas que han hecho tradicionalmente del estado de California un campo magnético de sueños. ¿Será que el Estado -y el estado de ánimo- que nos dio Google, IPhones y el moderno movimiento ambientalista, entre muchas otras alegres y profundas innovaciones, finalmente madurará y prescindirá de su fértil mentalidad infantil?

Probablemente ello no ocurrirá pronto. Para bien y para mal, California sigue siendo un Estado tanto para sueños como para rechazos. Siempre ha evocado lo mejor y lo peor de los impulsos humanos y atrajo tanto a soñadores como a intrigantes, a visionarios y a artistas de la estafa. Y todavía sigue sacando de la galera nuevos movimientos: la cocina californiana y los supermercados orgánicos, redes sociales, experimentos de energía renovable (aunque cada vez más eclipsados por los de otros estados y países) y una incontenible cultura de innovación.

Una de las más duraderas y atractivas fuentes de su inspiración es su abrazo de corazón abierto a los recién llegados. Llegue aquí y ya está en su casa. Nadie le pregunta quienes fueron sus padres o lo que hicieron. Usted puede todavía dar nacimiento aquí a nuevas ideas que sacudan al mundo y hallar a excéntricos con pensamiento similar al suyo que lo ayudarán a divulgarlas. Y usted también puede fracasar abiertamente y recomenzar enseguida sin vergüenza ni arrepentimiento. La California del pasado  y la futura nunca dejarán de ser doradas. Y como el oro, nunca cesará de atraer a soñadores, a bribones y a tontos.

*Periodista y columnista estadounidense, dirige el programa radial internacional A World of Possibilities

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