Cannes: Un viaje del Che hasta nuestros días

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

En 1952 un muchacho argentino de 23 años llamado Ernesto Guevara Lynch y un joven de 29 -Alberto Granados- resolvieron conocer su casa grande. Una no demasiado bien cuidada motocicleta Norton fue el pasaporte para cruzar la Cordillera de Los Andes y atravesar, ya en Chile, el árido Desierto de Atacama. Pensaban llegar a Perú, tomar la ruta hacia Amazonia y luego seguir viaje.

Sólo que América Latina -la casa grande– era, como en la actualidad, mucho más que el paisaje a medias unificado por la lengua de los conquistadores. Entonces, como hoy, el elemento unificador del disperso mapa americano era la injusticia, la desigualdad, la pobreza, la explotación. Realidades que ambos descubrieron a lo largo del fatigoso periplo. Realidades que Ernesto -que iba a ser simplemente el Che años después- incorporó de manera inescindible a su visión del mundo.

Es esta aventura, en realidad, el punto de inflexión que convertirá a un joven de familia acomodada en el revolucionario que años después y a conciencia dio la vida por una revolución tan frustrada como traicionada. Pero nada de esto es visible en los Diarios de motocicleta. Como el personaje de Saint Exúpery, Salles comprende que lo esencial no se ve con los ojos. En cierta forma el filme refleja tanto la sólida vitalidad del héroe como la melancólica certeza de no estar su época -sus contemporáneos- a la altura de su sacrificio.

La generalidad de los periódicos europeos festejó la película y en ella el redescubrimiento del Che. El Guardian anotó la ironía de que la productora británica FilmFour, una de las financistas de la obra, haya cerrado sus puertas en 2002.

La película de Walter Salles reasegura luego de la celebrada Estación Central, de 1998, su lugar como uno de los cineastas más importantes de América Latina, junto a Alfonso Guaron (Amores perros) y Fernando Meirelles (Ciudad de Dios).

Cuando Diarios de motocicleta se estrenó en el Festival Sundance que patrocina el actor y realizador estadounidense Robert Redford -que también apostó al financiamiento de la producción- Alberto Granados, el amigo del Che, que tiene ya 80 años y vive en Cuba, no pudo asistir; el gobierno de EEUU le negó la visa. «Tal vez por miedo a lo diferente», aventuró entonces Salles.

El impasse fue salvado por un gesto que honra a Redford: en su calidad de productor ejecutivo viajó a La Habana con el filme en su equipaje y sendas invitaciones para la proyección: a Granados y al otro amigo legendario del Che, Fidel Castro.

Tal vez no todo está perdido.

En cuanto a la suerte del filme en el aspecto competitivo de Cannes, la decisión corresponde al jurado que preside Quentin Tarantino, un director que a ratos pareciera sólo querer filmar historietas sangrientas en las que el factor humano se disuelve, disipa o esconde tras litros de sangre y el disfraz de las morisquetas.

Para muchos entendidos, y el público que la aplaudió, la competencia se acota en dos títulos: Diarios de motocicleta y Fahrenheit 9/11. Casual o curiosamente dos películas que observan, cada una desde un ángulo particular, la realidad de nuestra contemporaneidad. En un par de días sabremos a qué atenernos.

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