Cara y sello chileno: justicia y verdad

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Wilson Tapia Villalobos.*

Coincido con el diputado Osvaldo Andrade. La verdad y la justicia no deben tener color, formas, ni olor siquiera. Sólo deben ser. Casi como Dios, aunque en este caso con presencia mundana. Con rostro, con culpables e inocentes. El diputado y presidente del Partido Socialista (PS), en pocas palabras, ofreció una cátedra de ética. Sin vacilar, dijo que el asesinato del senador de la Unión Demócrata Independiente (UDI) Jaime Guzmán, debía ser esclarecido.

Y apeló al sentimiento humanista de cerrar los capítulos con la conciencia tranquila. Si para eso debía ser extraditado Galvarino Apablaza desde Argentina, era necesario hacer el esfuerzo.

También estuvo impecable cuando hizo la diferencia entre el político Guzmán, ideólogo de una dictadura atroz, y el ser humano víctima de un asesinato. Incluso, dejó de lado sus sentimientos personales. Reconoció que él había sido protegido por Guzmán cuando era estudiantes. El difunto dirigente ultraderechista evitó que el actual presidente del PS fuera expulsado de la Universidad Católica durante la dictadura.

Comparto con Andrade la necesidad de acotar las consecuencias de discrepancias ideológicas. Eso está en la esencia de una convivencia humana civilizada. Separar la sociedad entre buenos y malos, es un error. Sobre todo que los buenos siempre serán quienes piensan como yo y los malos aquellos que disienten. Y de allí a querer eliminar el mal, hay un solo paso.

Si creen que exagero, miren hacia Wáshington y podrán constatar que cada cierto tiempo surge un eje del mal. Y sobre él caen las bombas de la principal potencia que hoy impera en la Humanidad. Tampoco creo que los crímenes de los buenos sean ajusticiamientos justificados y los de los malos manifestaciones de barbarie. Ambos son asesinatos y, básicamente, atropellos a un derecho humano básico, como es la vida.

Andrade cree que Apablaza tendría en Chile un juicio justo. Piensa que aquí: “Después de 20 años de años de Concertación”, las instituciones funcionan. En especial la Justicia. No tengo antecedentes para avalar la inocencia o culpabilidad del que fuera líder máximo del Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Él dice que es inocente. Por lo tanto, si Andrade tuviera razón y las instituciones funcionaran, no habría problema en que volviera al país y se sometiera a los tribunales chilenos para un debido proceso.

¿Pero funcionan las instituciones?

En el marco de esta nota, sólo puedo hacer una breve reflexión sobre la justicia. Y, nada más, decir que la salud, la educación, las pensiones, son asignaturas pendientes. Pero en cuanto a la administración de justicia, por lo menos tengo que discrepar con el diputado.

El general Pinochet murió a las 14:15 del 10 de diciembre de 2006. Hace menos de cuatro años. Y hasta el momento de su deceso, ningún tribunal chileno fue capaz de condenarlo. Tengo derecho a pensar que la Justicia dejó correr el agua para lavarse las manos luego de la muerte del dictador. Y que los políticos prefirieron refugiarse en la frase aylwiniana de “la justicia en la medida de lo posible”.

Eso es en cuanto a la institucionalidad. Respecto del referente, del principio Justicia, aún hay centenares de detenidos desaparecidos. Se esfumaron luego de caer en manos de agentes del Estado. De integrantes de instituciones jerarquizadas como el ejército, la marina, la aviación o carabineros. Y hasta ahora —incluyendo los veinte años de Concertación— los mandos de esas instituciones no funcionaron. Pese a estar sometidos al poder civil democráticamente electo.

Creo que el diputado Andrade habla de la justicia que opera para quienes están cerca del poder. Para aquellos que por su capacidad económica o política, se hacen notar. Pero esos no constituyen la mayoría de los chilenos. ¿Se ha preguntado el presidente del PS por qué la justicia está tan mal evaluada por sus compatriotas?    Si se informa verá que lo es por que se la califica de clasista, discriminadora, venal. O sea, ve, evalúa, huele.

El caso de los mapuches en huelga de hambre es una demostración de aquello. Y cuando se requiere de una solución política, el Poder Judicial no se hace el sordo. Actúa como los seres humanos, no como una entidad supra social.

Insisto, comparto el planteamiento ético del dirigente socialista. Estoy en desacuerdo con su evaluación política de la institucionalidad chilena. Me parece un juicio banal, ligero, de política barata. Como si toda su argumentación hubiera apuntado a señalar que “después de 20 años de Concertación las instituciones funcionan”.

Pues, no. No funcionan. Al menos no para todos por igual. Y esa es una manifestación de las iniquidades —no sólo inequidades— que agobian a nuestra sociedad.

Si el diputado está tan seguro de que la Justicia opera en Chile ¿por qué no ejerció sus buenos oficios cuando, por ejemplo, era ministro de la administración Bachelet y pidió la extradición de Apablaza? ¿O las instituciones empezaron a funcionar en estos últimos meses gracias al legado de la Concertación, pero con otra cabeza?

Porque también es posible, como sostiene el ex juez Juan Guzmán Tapia, que el gobierno de Sebastián Piñera sea el más sensible de los últimos veinte años, porque, segura, el presidente Piñera ha dado muestras de su gran sensibilidad al estar preocupado de los mineros atrapados en la mina San José.

La justicia y la verdad no pueden estar supeditadas a tanta banalidad.
   
* Periodista.

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