CARICATURAS, DERECHOS Y TOLERANCIA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Multitudes en Bangkok, reacciones en Polonia, tumultos en Jordania, periodistas con las barbas en remojo en Francia; la embajada chilena incendiada en Damasco, la Casa Blanca comprende, dice, a los musulmanes. Boicot a productos europeos. Explicaciones que no satisfacen. Indignación.

Lo concreto es que el islamismo no ve con buenos ojos la reproducción de la figura humana y prohibe en forma terminante la del profeta. ¿La razón? Atendible: se trata de atajar a la tentación de la idolatría.

El judaísmo y muchas confesiones cristianas comparten este mandato. Quienes siguen los cultos que surgieron tras la rebelión luterana podrían, sin pecar en absoluto de maledicencia, calificar a los «romanos» de idólatras por esa costumbre de llenar sus templos con cuadros de vírgenes y santos de yeso ante los que se arrodillan cotidianamente miles de fieles para pedir distintos favores –en especial salud y trabajo, que para el amor acuden a brujas y hechiceros– o derechamente que intercedan por ellos ante el creador de las cosas.

Cuando las protestas de la grey que reza a Alá subieron de tono, no pocos periódicos reprodujeron las viñetas originales como una forma de protestar contra el «oscurantismo», «la intolerancia», el «atraso» de esas «hordas» musulmanas y defender la libertad e independencia de la prensa. Está por verse si tal decisión –tan poco sabia como atendible– no sufrió la influencia de un diablo ocioso que susurró al oído de un editor u otro: «publícalas, aumentarán las ventas».

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La fe herida de los que tienen al Corán como el novísimo y último Testamento, dictado a Mahoma por la divinidad, es comprensible. En la última década se los ha golpeado mucho: en Bosnia, ex Yugoslavia, en Iraq dos veces, en Afganistán, en Palestina, en India. No siempre las razones de la golpiza (si existieren razones para una golpiza) han sido atendibles; es perfectamente lúcido, al contrario, pensar que se basaron y basan en gruesas mentiras. Y se los golpeó y golpea, en sus casas.

Nunca, que sepamos, la prensa musulmana ha tildado al conglomerado de santos y profetas cristianos de asesinos fanáticos ignorantes –o insinuado siquiera que lo sean–. ¿Tendrían razón si lo dijeran al menos de alguno?

Pero Occidente –saco donde meten a América Latina, dicho sea de paso, aunque sea en calidad de patio trasero o sempiterno e improbable futuro– tiene las cosas claras: los otros son los inferiores. La razón, hace unos cuantos siglos, puso al ser humano en el centro de todo y fuera de la naturaleza; por ello en la práctica no todos los seres humanos son personas humanas. Los más son fuerza de trabajo, plusvalía que gozosa se derrama de empresa a empresa y por banco y banco.

Lo que, es cierto, no autoriza a los hermanos musulmanes a a ponernos a todos lo no creyentes en la misma picota para construir el diseño perfecto de un teorema sin solución. Alguien dijo que una creencia es respetable cuando aprende a tolerar. Extrapolando el criterio podríamos decir que un sistema económico es digno cuando no persigue el hambre de los demás.

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