Carola Chávez / Venezuela, ¿dónde están los médicos peligrosos?

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Hace un año, mi padre agonizaba en una clínica privada. Había sido diagnosticado, dos meses antes, con una enfermedad terminal y sin derecho a pataleo. Todo pasaba muy rápido y yo, como no soy médico, no podía sino dejarlo en manos de los doctores, no esperando que mi papá se salvara sino pensando que ellos estarían velando por su derecho de morir sin tanto sufrimiento y con dignidad. Pero la dignidad no te lleva de vacaciones a Europa… El sufrimiento ajeno sí.

Una semana antes de su muerte nos pidieron donantes de sangre porque a mi papi se le destruían las plaquetas y podía sufrir una hemorragia interna, y yo, casi huérfana, pedía angustiada donantes para mi papá. La sangre salvadora se perdía en un organismo que, los doctores sabían, estaba dedicado a destruir plaquetas, fueran propias o prestadas.

Transfusiones inútiles para un papá brillante cansado de esta nueva lentitud para pensar, de tantas agujas, de tanto no poder, para un papá que no se iba a salvar porque estaba desahuciado. La sangre es para salvar vidas, no para prolongar agonías. Eso lo sabía yo, no así los médicos que atendían a mi papá.

Vivió una semana más de lo que su cuerpo habría vivido. Una semana de dolores intensos que ameritaban drogas mortíferas. ¿Y qué? Aquella incoherencia, y aquel qué hago yo aquí y aquellos doctores exprimiendo del seguro hasta el último centavo, ignorando al hombre, su dignidad y el dolor quienes no podíamos ignorarlo…

Hace cuatro años corría yo a emergencias con mi bebé de cinco meses: mi gordita no podía respirar. Para que la viera un médico tenía yo que demostrar a la clínica, con una tarjeta de crédito que, aún si seguro, yo podía pagar por el derecho a la vida de mi bebé. Si se moría en mis brazos esperando la luz verde bancaria sería solo culpa de esta madre irresponsable capaz traer niños al mundo sin seguros de salud para chupar.

Pero hay médicos con alma, y muchos —hay que ser justos— como el pediatra que se llevó a mi niña y la nebulizó, sin permiso y sin cobrar, a riesgo de ser regañado, y luego me dijo: “Llévala a la Clínica Bolivariana que ahí va a estar muy bien”. Y eso hice.

Diez días de hospitalización, buenos cuidados y amor, sin que nos costara un centavo, sin que nadie creyera que mi gordita, por pelabolas [pobre], no merecía poder respirar.

Hoy pegan el grito en el cielo los mismo que callan —y otorgan— los desmanes de las clínicas privadas. Un derroche de cinismo que alerta que los médicos integrales comunitarios, según los expertos decentes y pensantes de este país, son un peligro para la salud, cuando sabemos —muchos en en carne propia— que nada es más peligroso para la salud que el sistema de ¿salud? privado —donde si tienes plata te mantienen enfermo hasta el último centavo, y si no la tienes, simplemente, te dejan morir.

http://carolachavez.wordpress.com

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