Carta abierta a los Perros del Diablo de la 3.1

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

fotoDesde la balacera de la mezquita, he vivido obsesionado con la idea de que no he tenido la oportunidad de contarles personalmente lo que vi, ni explicar el proceso por el que el mundo también ha llegado a verlo.

Como saben, no soy uno de esos turistas que se encuentra en una zona de guerra con una cámara sin comprender el horror que se desencadena en un combate. Me he pasado la mayor parte de los últimos cinco años informando sobre conflictos en todo el mundo. Pero jamás a lo largo de mi carrera me he comportado como esos reporteros a la espera de que alguien cometa una equivocación para sorprenderlo en el acto.

Esta semana me siento azorado al verme convertido en una suerte de activista anti bélico. Cualquiera que haya visto mis reportajes en televisión o a leído mis informes en la página-web se habrá dado cuenta del esfuerzo que realizo para cumplir con mi trabajo sin perder el equilibrio, sin cargarme a uno u otro lado -para no convertirme en una herramienta propangandìusica ni de la derecha ni de la izquierda-. Pero me encuentro iluminado por los relámpagos de una controversia desatada por lo que ví frente a mí, mientras la cámara rodaba.

Es hora de que conozcan los hechos, según yo los vi, sin imponer sobre ese «marine» culpa o inocencia. Quiero que lean este recuento y que saquen sus propias conclusiones. El análisis puertas adentro me importa un beldo.

Aquí va

Es la mañana del sábado y nos encontramnos desde la noche anterior en nuestro puesto fortificado, un claro entre un grupo de edificios a las afueras de la ciudad, en el sur. El avance ha sido rápido, aunque todavía hay bolsas de resistencia. De hecho, hay francotiradores que nos disparan desdeadelante y por la retaguardia (…)

Circulan noticias de que tal vez en la mezquita, donde el viernes fueron muertos 10 rebeldes y se hirió a otros cinco, haya sido tomada nuevamente durante la noche.

Decido separarme de ustedes y sumarme a un escuadrón de infantería que avanza casa por casa en dirección a la mezquita. Muchos de los edificios están vacíos de gente pero llenos de armas.

(…)

Entonces oímos que los tanques disparan sus ametralladoras del 240 contra la mezquita. Por la radio se oye que podría ser que los sublevados respondieran con fuego desde su interior. Los tanques cesan el fuego.

(…)

Oímos disparos que aparentemente proceden del interior de la mezquita (…).

Cuando llegamos a la entrada principal vemos que un escuadrón ha entrado antes. El teniente pregunta, «¿Hay más gente dentro?».

Uno de los infantes de marina levanta una mano para indicar que hay cinco.

-¿Te los has cargado? -pregunta el teniente.

-¡Afirmativo, señor! -responde el mismo marine.

-¿Estaban armados? -El soldado se encoge de hombros y entramos.

Una vez en el interior veo las mismas de bolsas de plástico negro, las de guardar cadáveres, que están esparcidas por toda la mezquita: los muertos de la víspera. Sin embargo lo más sorprendente de todo es que observo que siguen allí los mismos cinco hombres que dejamos heridos el viernes.

Parece que uno ha muerto y otros tres agonizan, desangrándose, con nuevas heridas de bala.

El quinto, en el mismo lugar y estado en que lo dejamos el viernes, junto a una columna, está apenas cubierto por una manta. No tiene más heridas. Miro atentamente tanto a los muertos como a los heridos. No parece que haya armas de ninguna clase.

-Son los mismos heridos que había ayer -informo al teniente.

fotoEl oficial echa una ojeada a su alrededor y sale de la mezquita con su operador de radio para infotrmar su situación al cuartel general.

Veo a un anciano vestido con un cafie rojo -el pañolón típico árabe que se echa sobre cabeza y hombros-, recostado contra la pared del fondo. Otro está junto a él, boca arriba, con una mano en el regazo del viejo, como si hubiera tratado de buscar cobijo en él.

Me agacho en cuclillas junto a ambos, a muy pocos centímetros de ellos, y empiezo a grabarles con mi cámara. Entonces me doy cuenta de que se forman burbujas en la sangre que al viejo le mana de la nariz; señal de que todavía respira. Lo mismo le ocurre al hombre que está a su lado.

Mientras grabo, un infante de marina echa a andar hacia los otros dos cuerpos, a unos cinco metros de donde estoy, también recostados contra la pared. A continuación le oigo decir acerca de uno de aquellos hombres:

-¡El farsante finge que está muerto! ¡El puto farsante finge que está muerto!

A través del visor de la cámara veo que levanta el caño de su fusil hacia el iraquí herido. No se produce ningún movimiento brusco, nadie mueve las manos, ni ataca.
Sin embargo, cabe la posibilidad de que el infante de marina crea que el hombre aquel representa un peligro indefinido. Quizá sólo le apunte mientras otro «marine» busca armas.

En cambio aprieta el gatillo. En la pared del fondo se dibuja un pequeño reguero de sangre y la pierna del hombre cae pesadamente, informe.

-¡Bueno, ahora sí que está muerto! -exclama otro «marine».

Yo aun estoy grabando. Siento un profundo vacío en el estómago. Inmediatamente el marine se da la vuelta y se aleja a grandes zancadas, pasa justo al lado del quinto de los rebeldes heridos, tendido en el suelo junto a una columna. Está vivo y muy despierto y mira con ojos bien abiertos, que asoman detrás de una manta.

Se mueve, trata incluso de decir algo. Por alguna razón da la sensación de que no representa el mismo peligro aparente que el otro hombre, aunque probablemente haya más posibilidades de que pudiera ocultar un arma o un explosivo bajo la manta que aquel.

(…)

En ese momento el soldado autor de los disparos cayó en la cuenta de que yo estaba en la misma sala. Se me acercó y me dijo, «»No lo sabía, señor! ¡No lo sabía!». La ira que, apenas unos momentos antes, se había apoderado de él, se había tconvertido en temor y pánico.

(…)

No tengo forma de saber qué pasó por la cabeza de aquel «marine». Él es el único que lo sabe.

(…)

En ningún momento tuve la sensación de haber conseguido un vídeo de premio. (…) Inmediatamente después del incidente de la mezquita, informé de lo ocurrido al oficial al mando de la unidad. Vimos juntos el vídeo y su impacto repercutió como un latigazo en toda la cadena de mando, hasta la cúpula (…) Ofrecí retener la grabación hasta que hubieran tenido tiempo de analizar el incidente y abrir una investigación a cambio de que me facilitaran información con la que completar algunas lagunas.

(…)

En la guerra, como en la vida, son innumerables las oportunidades que tenemos de ver la bondad y la maldad de las que somos capaces . Como periodistas, nuestro trabajo consiste en informar de ambas, aunque ni una ni otra sean absolutamente representativas de aquellas personas sobre las que estamos informando.

(…)

Eso no hace que sea más fácil tomar la decisión de informar de hechos como el que nos ocupa. En este caso, me ha llevado a una lucha interior angustiosa, a esa proverbial noche oscura y larga del alma (…)

———————————

Periodista «incrustado» en las fuerzas invasoras, es decir: de confianza. Trabaja, como reportero independiente para la cadena NBC.

En la página-web del autor (www.kevinsites.net) se encontrará un enlace para ver el vídeo a que se hace referencia en la nota.

El diario El periodista digital /www.periodistadigital.com) publicó una traducción, algo más extensa, tomada de la misma fuente.

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