Carta abierta a Sergio Arellano Stark

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Rosa Silva Álvarez

General: pesar de su supuesto alzheimer, demencia senil y alcoholismo sabrá usted de nuestra existencia. Todos los días me acuerdo de la sangre herida que hierve sobre mí por que usted mató a mí padre. Siempre supe que iba ha tener alzheimer, así lo diagnosticaron los facultativos y expertos de la política, la justicia y el Servicio Medico Legal. No podría ser de otra manera.

El lobby, la presión, las pasadas de cuenta y hasta una supuesta carta del entonces Cardenal Silva Henríquez, aparecida en los alegatos de la corte suprema contribuyeron a este veredicto final. Usted se sabía culpable. por eso le temblaban las manos, se le paralizaba la cara, sus ojos se enceguecían. Yo merodeaba su existencia. Miré fijamente su rostro en el Club de Polo donde lo escupimos, cuando se evadía de nosotras.

Hemos seguido sus pasos, no todas estamos vivas, entre ellas la médico dentista. Dora Juralnick. Madre del periodista Carlos Berger asesinado por usted en Calama y que, aturdida por la impunidad y el silencio, terminó su vida trágicamente, no antes de depositar velas en un recordatorio.

El tiempo, el implacable tiempo ha llegado, el juez Montiglio ha hecho su trabajo, lo ha declarado con una enfermedad irreversible: Alzheimer Vascular y ordenado pagar la alta suma de $500.000 pesos por 144 asesinatos ¡Que asombro! ¡Que novedad!

Usted tenia 47 años cuando asesinó a mí padre, que tenia la sazón 35 años y cinco hijos; usted era el segundo hombre del poder militar y político y sus ojos no pestañaron ni sus mejillas se paralizaron para elaborar el listado de los chilenos que deberían ser descuartizados desde Calama hasta San Javier. Allí no le falló la memoria, podía distinguir entre matar a Mario Silva Iriarte u otro funcionario de CORFO Norte.

A diferencia de otros hijos de ejecutados que no supieron o le ocultaron que sus padres fueron exterminados a pedazos, con mí madre levantamos el ataúd y trasladamos a mí padre a Vallenar en un día rigurosamente vigilado donde el pueblo se refugio en sus casas estremecido por la muerte de un hombre que no sabia disparar ni pistolas de agua.

Se que lo persiguen las sombras, que no puede salir a las calles y que no recuerda las maldades con sus hijos y sobrinos en vísperas de Navidad y Año nuevo. Pero yo recuerdo las maldades que hacia mi padre cuando me dejaba chocolates en la cama, sin avisarme, dos meses antes de que usted lo asesinara. 

Quiero expresar mí profunda repugnancia por esta sentencia que será apelada por los  abogados de DDHH y que burla el honor de cientos de familiares que consagraron su vida a la utopía de verlo en la cárcel, "donde un chileno pobre es juzgado por robar una  gallina para comer". Parece indigno en un tiempo en que todos hablan de transparencia  no haber decretado sentencia como se merece a una persona que en uso de un poder  ilimitado, como un "Rambo" moderno, viajaba en un helicóptero para aniquilar opositores. 

Aquí no se trata de cualquier impunidad. Se trata de un hombre que en el ejercicio de su  poder eligió exterminar a un centenar de chilenos que representaba lo mejor del mundo  de la cultura, la política, la economía, los sindicatos y las universidades regionales.

En rigor estamos hablando de un sujeto que demolió lo mejor de una generación y por ello resulta insólito esta sentencia y los $500.000 pesos a pagar, suma menor  que el reajuste que se impusieron los congresistas en el reciente paro del sector público. Por ellos, en honor a tantos sacrificios, dolor y lucha, escribo esta carta abierta para silenciar el grito desgarrado de los ejecutados de la Caravana de la muerte y sus familias.

¡La dignidad y el honor no se transan jamás!

Adhieren a esta Carta: mi madre, Graciela Álvarez; mis hermanos, Amanda, Libertad, Patricia, Mario, y el hermano de mí padre Jaime Anselmo Silva –y todos los hombres y mujeres decentes de esta tierra.
 

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