CASTRO DESPUÉS DE CASTRO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Son los primeros días sin Fidel, Raúl ha sido coronado heredero. La revolución no cambia de apellido: Castro después de Castro. Aparentemente no hay novedades. Fidel continuara dirigiendo el partido comunista, único permitido en la isla: así permanece la última leyenda viva de una izquierda desaparecida del resto del mundo.

Pero Cuba es misteriosa. Rara vez improvisa su política y la designación no dio cumplimiento a las previsiones que apuntaban a Carlos Lage, primer vicepresidente del consejo de Estado, como sucesor en el cargo de Raúl, que a su vez tomó el de su hermano.

La elección ha caído en Ramón Machado Ventura, ministro de Salud: hace 19 meses Castro lo designó su substituto como “impulsor del programa nacional e internacional de la campaña de educación”. Es un pìlar del partido, Fidel prefirió no correr riesgos.

¿Que estará preparando Raúl para sorprender el próximo inquilino de la Casa Blanca? Revolución y gobierno lo han visto protagonista silencioso un paso detrás de su hermano. Medio siglo así, sintonía perfecta. ¿Pero, entonces, qué es lo que ahora cambia?

En estos 19 meses de conducción se ha comprometido a solucionar los desesperadamente urgentes problemas económicos, con el poder absoluto que le confería el partido único. Aconteció lo mismo en China, funciona bien en Vietnam. Pero China y Vietnam abren sus puertas a los capitales extranjeros porque sus fronteras son distantes de la codicia de los países del Primer Mundo. Y La Habana está a dos pasos de Miami.

Raúl buscan una tercera solución: apertura sin abrirlo todol; transformar el sistema sin debilitar la pirámide del mando. El mundo ha cambiado y Cuba quiere estar en el mundo, pero sin renegar del pasado, para hacer frente con un alto grado de seguridad el presente que puede resultar contradictorio con su pasado. No será fácil.

El peligro de la invasión armada es el pretexto que ha alimentado a los halcones del ping-pong Miami-La Habana. Fidel lo jugó para compactar el poder. Y Wáshington le dio una mano por los mismos motivos. En 1962 Kennedy y Krushev firmaron el tratado que despojaba Cuba de los misiles rusos que la protegían de aventuras militares: nunca más operaciones de la CIA como el fracasado desembarco en la Bahía de Cochinos.

Tal vez el acuerdo no contempló la larga vida de Castro. En 150, 200, 500 ocasiones –verdad y leyenda confunden los números– su vida fue amenazada por atentados, que terminaron por no realizarse. Tanto Wáshington como Fidel han elegido no hablar nunca del tema. Porque los cubanos rabiosos que votan del otro lado del mar son más de un millón y ningún gobernante USA querría perder ese apoyo.

Junto al embargo, la amenaza militar latente ha ayudado a Fidel a unir el apoyo de la gente: fuerza orgullosa de no rendirse. En el fondo del Malecón, en la costanera de La Habana, cada año se renuevan viejos afiches que recuerdan a los Estados Unidos: “prueben a desembarcar, los estamos esperando». Barbas y metrallas.

Raúl aprobó cada decisión del hermano, que continuará siendo el “compañero Fidel” y queda como el inspirador de la transición. “¿Cuba debe cambiar? Es Estados Unidos el que debe cambiar”. Ha renunciado a la felicidad de los discursos infinitos; las palabras llegan con fatiga, sin embargo consigue mantener vivo el entusiasmo con artículos publicados en Granma y republicados en los diarios de la mitad de América. Da fuerza, acusa, abre batallas ecológicas. Diseña evoluciones generacionales. “Ahora les toca a los jóvenes”. Raúl confirma abreviando las palabras.

En 19 meses nunca habló por TV. Una sola entrevista al diario único del partido único: “No quiero aparecer lo que no soy”. El recuerdo de sus enemigos diseña su perfil helado de cuando marchaba sobre La Habana del dictador Batista. Procesaba, fusilaba. Historias de guerra. Pero en los 50 años de gobierno ha revelado otros aspectos de su carácter. Fidelidad a los amigos la más conocida.

Cuando la maquinaria del régimen le reservaba disgustos, Raúl aplacaba el problema encontrando soluciones honorables. Se ha fantaseado sobre la rivalidad con el hermano. Pequeños episodios convertidos en odiseas. En una famosa sesión del parlamento, Fidel pronunciaba el discurso más largo que tenga recuerdo la historia cubana. Un Raúl impaciente lo interrumpe dejando pálido por la audacia al presidente de la asamblea: “Pero, estás hablando hace siete horas”.

“Raúl, no estoy cansado y tengo mucho aún por decir”. Imposible parar un torrente impetuoso.

Alguna vez se corrió la voz de no sé qué malentendido entre hermanos, pregunté a Roberto Fernández Retamar, intelectual sutil y presidente de la Casa de las Américas» si era sido posible que Raúl estuviera enojado. Retamar sonrió: “Raúl nunca traicionó a nadie. Mucho menos a Fidel. Es testarudo. No renuncia a sus propias ideas y las discute con coherencia o se adecua sin protestar. Confrontaciones claras, nunca queda algo pendiente. ¿no debería suceder así entre hermanos?”

Fernández Retamar da cuenta de un Raúl concreto. A diferencia del «Castro uno» no decide nunca solo. Y no improvisa. Cuando un problema no lo convence, convoca expertos, técnicos, uno tras otro. Elige la solución con una lentitud exasperante, pero, apenas la encuentra, nadie lo para. En los 19 mese de mando juntó un millón de sugerencias, anotaciones sobre papel de campesinos, operadores económicos, técnicos de la alimentación. Porque la falta de leche, pan, carne y pescado es el problema que angustia a los cubanos. Vivir en el racionamiento se ha convertido en algo casi imposible y los estantes con mercadería del Estado están cada día más vacíos.

Se puede comprar en los mercados abiertos a los extranjeros, pero para los bolsillos locales los precios son inalcanzables. Entonces se las arreglan o toman el camino del mar con la misma desesperación de los haitianos y dominicanos–o de los mexicanos que corren en el desierto hirviente.

La propaganda los consideran adversarios políticos del régimen, sin considerar que en los años feroces del consumismo globalizado la ideología se transforma en un lujo negado a quien no tiene nada. Las razones de las traiciones, que no son traiciones, quedan como cuestiones cotidianas.

Hace diez años, a la espera de Juan Pablo II, el gobierno permitió el regreso de los clandestinos que vivían en Estados Unidos. Permiso por 15 días. Después Bush cerró las puertas a los desertores, pero éstos continúan llegando: con la misma astucia utilizada por Fidel y Raúl utilizan el «país de los sueños», dos comidas diarias, inexistencia de la cartilla de racionamiento; pero, no obstante, la nostalgia los trae de vuelta a casa.

La sobrevivencia, que humilla la dignidad de las personas, es un problema no resuelto por Fidel; Raúl no puede postergarlo. Pero algo se ha hecho: por fin lucha dura contra la corrupción y una tímida transparencia en los medio de comunicación, que pueden denunciarla. Se anuncia la libertad de comercio para los campesinos que demuestren tener capacidad de producción; un paso hacía el reconocimiento de la propiedad privada para incluir también a artesanos y pequeños negocios.

En 1968 Fidel nacionalizó 50.000 de aquellos, haciendo caso a una sugerencia de Moscú. Se cuenta que Raúl no estuvo de acuerdo. Se cuenta –y es verdad– que Raúl sugería al ministro de economía Carlos Lage permitir la venta en las plazas publicas de los excedentes de producción del campo por parte de los campesinos.

El nudo estructural del poder es complejo. Raúl no puede esperar. Fidel era presidente del consejo de Estado, presidente del Consejo de Ministros y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. Después de 49 años la trilogía de poderes parece sin sentido. Algo se delegará, pero los tiempo no están aún maduros y el poder real queda en las manos de quien es confiable, porque la realidad cubana está en las manos de las fuerzas armadas.

Raúl no dejará el mando hasta tanto sea posible. La fama de hombre práctico no la tiene por nada. Organizador racional, en Moscú aprendió a planificar con eficacia un ejército. Hace 20 años sus Fuerzas Armadas Revolucionarias competían con las maquinarias bélicas de Israel. Luego del adiós soviético Raúl queda desabastecido, viejos aviones y carros armados de otros tiempos es lo que le quedó.

Así que cambia la estrategia comprometiendo a los militares en la gestión de grandes empresas: desde el turismo a la producción, el 70% de las organizaciones está bajo control militar. El protocolo Kennedy-Krushev funciona desde 1962, no hay peligro de invasión y los soldados pueden dedicarse a otros objetivos. Y, como ministro, Raúl es también presidente de la Confindustria. Toda Cuba en las manos de los dos hermanos.

Los votos a Raúl en la Asamblea Nacional confirman una transición más lenta, a la espera del nuevo inquilino de Wáshington. Transición serena, modelo vietnamita: perestroika sin glasnost. Pero las urgencias no pueden esperar. Cuba importa el 70% de lo que come. Tímida libertad de mercado y manos limpias en la burocracia, y hasta de los militares, significan algún alivio, aunque la solución definitiva está lejos.

Nuevos y viejos amigos pueden dar una mano: China renovó la explotación de las minas de níquel; Canadá envía los mayores contingentes de turistas; la Venezuela de Chávez envía la misma cantidad de petróleo que enviaba la Unión Soviética, sin pretender nada a cambio. Sólo palabras de aliento y la amistad de Fidel. Y Venezuela paga 6.000 millones de dólares por año a los 27 mil médicos y paramédicos cubanos que trabajan en el campo y en los hospitales públicos venezolanos a los que los doctores de Caracas rechazan ir.

6.000 millones son tres veces lo que entra por el turismo extranjero, doce veces las ganancias de las exportaciones de azúcar –ahora es ron–. Soluciones parciales, grandes parches que ayudan pero no ponen en foco con claridad en el futuro. No se puede ser de la vieja guardia y confiar en generaciones sintonizadas con sus pares de de otros países. Es la invitación de los dos Castro. Que Cuba comience a abrirse, como lo anunció el canciller Pérez Roque (otro candidato de 50 años al ápice del Estado).

El cardenal Bertone, secretario del Vaticano de visita en La Habana para recordar el viaje de 1988 del papa Juan Pablo II, tal vez concite la “gracia divina” (como escriben los «visionarios» de Miami).

Bertone desembarcó pocas hora después de las dimisiones de Fidel a sus cargos. Como al papa Woytila, le concedieron la TV en vivo para la misa y la homilía en la plaza de la catedral. Es el primer diplomático que se encuentra con la cúpula cubana luego de cambio en la presidencia. La mediación del Vaticano podría ser de ayuda entre los humores contrastantes del cambio de poder. Pero Bertone llega con una serie de problemas no diferentes a los que presentó el Papa hace diez años.

Ayer como hoy la iglesia quiere participar de la vida del país y pide no ser excluida de los medios de comunicación. Si los catolicos declarados eran el 20% de la población, luego del viaje del Papa el número casi duplicó –y se triplicaron las adhesiones a las sectas evangélicas–. Bertone pedirá libertad para el ingreso de hermanas y misioneros. Los sacerdotes cubanos son 1.200 divididos en 523 parroquias.

Pero el nudo para soltar es otro: el acceso al sistema educativo.

En 1961 la iglesia perdió escuelas y colegios cuando Fidel impuso la educación publica. A Bertone le gustaría comenzar de nuevo. Tal vez el cardenal encuentre en Raúl la vanguardia marxista de la familia Castro; tal vez entregue consuelo a Fidel enfermo, convertido al marxismo sobre la huella del hermano. Con el recuerdo del viaje de Juan Pablo II todo se aprieta en los días en que comienza el cambio en la isla, quién sabe cómo y cuándo. Bertone llega cuando la historia comienza de nuevo.

Tal vez todo sea casualidad, por más que en La Habana es difícil la casualidad.

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* Periodista italiano, 25 años corresponsal en América Latina. Colabora en la producción de documentales para Arcoiris TV.

mchierici@libero.it

Versión castellana para Piel de Leopardo: Luigi Lovecchio.

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