Chile con la boca abierta: la Jiles lo hizo de nuevo

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Magalí Silveyra

Si hay una sociedad condenadamente elíptica, elusiva, enemiga de "al pan, pan y al vino, vino", ésa es la chilena; sin embargo es la misma que alimentó las desmesuras de Pablo del Rokha –uno de los poetas mayores del siglo XX–, el coraje del Salvador Allende, la honestidad artística de Claudio Arrau, la hipocresía política de la democracia cristiana o la soledad "en palacio" de Michelle Bachelet.

Y ahora que los trucos de prestidigitación parecen acabarse la pregunta es: ¿cuál es el rol que juega en este destartalado escenario Pamela Jiles?

Para algún medio de comunicación es la política, para otro la periodista convertida en candidata; los ejemplos se tomaron de medios no chilenos. En Chile se discute todavía si la Jiles pertenece o no al mundo de la farándula…

Ya no la pueden ignorar. En cuanto a la ciudadanía, ésta es una responsabilidad que –como la libertad– no se otorga: se gana o se reivindica; no depende del viento que sople sobre buenas o no tan buenas conciencias. Y –por cierto– a esas buenas (o no tanto) conciencias nada les gustó que la candidata se presentara en sociedad frente al palacio de La Moneda vestida con un uniforme que recordaba a los de la antigua RDA en compañía de una joven que pronto se desnudó.

El desnudo no es bien visto en el Chile oficial, pese a que fueron miles a empelotarse un día frío para las famosas fotografías de Spencer Tunick. Las sociedades cambian primero de costumbres y valores, luego de normas sociales y leyes que necesariamente mandan,prohiben o permiten. Y cuando las sociedades cambian los últimos en darse cuenta son los dinosaurios supervivientes.

Así que la Jiles llegó el miércoles 22 de abril a la Plaza de la Ciudadanía –antes llamada De la Libertad– disfrazada de militar, fumando un puro y acompañada con una pequeña trouppe para reafirmar su candidatura presidencial. Ello conforma un mensaje a tener en cuenta. “Yo soy una candidata que representa a los marginados, al 95 por ciento de los chilenos, entre ellos los más discriminados de todos, los hermanos homosexuales, lesbianas y transexuales”, dijo.

Pero no dijo eso y calló. Agregó que entre las primeras ocupaciones de su eventual gobierno figura "el problema de la cantidad de niños abandonados" que hay en el país. La "performance", entonces, cobra sentido aunque no alcance a conmover al "stablishment" y quizá no logre horadar el muro de porfiada desconfianza con el que los más jóvenes –"no estoy ni ahí"– se defienden del latrocinio moral perpetrado a diario por ese mismo "stablishment".

O tal vez lo haga, horade el muro, en cuyo caso todos los análisis políticos se tornarán agua de borrajas.

Podrá argüirse que es una falta de respeto fotografiarse frente a La Moneda con una mujer casi desnuda que incluso simula un acercamiento lésbico, acto que rompe la majestad de los modales que debe aprender a lucir un candidato –o candidata– a la Presidencia. Tal vez.

En esa videoteca universal que es YouTube pudo verse ayer a una niña felatizando a un compañerito de curso, hoy a una pareja de adolescentes haciendo incómodos el amor; desde hace generaciones los varones han pagado por ver remedos del amor entre mujeres y la casa de putas más famosa de Chile, la de la "tía" Carlina, mantenía un ballet harto sui géneris. Lo que indica que algo grave de verdad inficiona a la sociedad.
Cosa jodida, mejor condenar a la Jiles.

Hoy, inicio del 23 de abril, un grupo de mujeres agobiadas por deudas habitacionales impagables han trepado a una grúa que se alza a 25 metros sobre la calle, en pleno centro de Santiago. Sin duda algo más serio que el humor con elque, pero dramáticamente, Jiles pide reflexionar sobre discriminación. Esas mujeres llevan una lucha de tres años, exigen, ruegan, lloran dignamente por ser escuchadas por las autoridades de gobierno –que responden "no se oye, madres".
Cosa jodida, mejor condenar a la Jiles.

Acaba de tomar estado público que las tres cadenas de farmacias chilenas, algo así como el 94% de la oferta del rubro, se coludieron formando de hecho una asociación ilícita (término que no les ha sido aplicado) para subir durante meses los precios de varias decenas de medicamentos; una de esas cadenas "confesó" la asociación y fue multada con el equivalente a un millón de dólares –fracción minúscula del ilícito enriquecimiento "padecido"–; esta tarde el gobierno inoperante "descubrió" brutales diferencias en el costo de los medicamentos –amén de otras, también brutales e inmorales, prácticas laborales y de comercialización.
Cosa jodida, mejor condenar a la Jiles.

En el arranque de las campañas presidenciales la "izquierda extraparlamenraria" todavía negocia con la Concettación seis, ocho u once cupos parlamentarios… Lo que marca, sin duda, la claridad de su mensaje a la ciudadanía –que la ciudadanía no quiere oír porque no les cree. El sector de veras progresista del país a la deriva.
Cosa jodida, mejor condenar a la Jiles.

Un alumno de la Universidad de Las Américas sufre un paro cardiorrespiratorio y muere en un pasillo de esa casa de estudios tras una agonía de algo más de 20 minutos; la ULA no mantene siquiera un dispensario médico con aspirinas; sus directivos afirman que los jóvenes van a las universidades a estudiar, no a enfermarse. Hay leyes que obligan a tener una enfermería. El gobierno, como corresponde en Chile, calla, ¿porque los capitales de la ULA son estadounidenses, y para USA van las ganancias?
Cosa jodida, mejor condenar a la Jiles.

– Un vídeo sobre la "performance" en Terra
– Información aparecida en México, en El Universal
– En otro medio: Milenio
– O en una radio de provincia en Argentina: www.fenix951.com.ar

Addenda
Y para la memoria un artículo de Pamela Jiles alguna vez publicado en El Siglo (www.elsiglo.cl) y reproducido aquí, el 14 de abril de este año:

Si yo fuera una mujer pública acomodaticia y genuflecta, mi vida sería distinta.

Si hace tres años yo hubiera dicho que sí a la oferta de Bachelet de sumarme a su spot promocional de campaña, hoy gozaría de las numerosas prebendas de su corte palaciega. Si en vez de convertirme en “rostro” del “Juntos Podemos Más” hubiera apoyado a la segura ganadora, no sólo no me habrían despedido de mi trabajo sino que tendría ahora un alto puesto en el establishment.

Si no me hubiese negado a la tentadora oferta de la candidata -que tenía más del sesenta por ciento de las preferencias entonces- es muy probable que en este momento animaría un programa político en la franja prime.

Si yo fuera obesa, apitutada y obsecuente, me invitarían con frecuencia a taquillar a La Moneda. Vestida por las hermanas Ruitort iría al Patio de las Camelias con la obligación de sonreír a los guatones parrilleros del gobierno, lamerle las botas a generales y empresarios, y hacerle la pata a la presidenta, aunque en verdad me pareciera “muy hija de milico, medio pelo, cero glamour”. Esto último si nuestra mandataria estuviera de paso por Chile y no de cóctel en cóctel por el mundo escoltada por su hija mayor, o rindiendo honores al cura Ratzinguer acompañada de su hija menor.

Si me hubiera entregado de piernas abiertas a la segura opción bacheletista, estaría ahora en uno de los ministerios paritarios, o en una subsecretaría con derecho a sobresueldo, o con un generoso financiamiento para mis proyectos privados. Como pago a mis servicios políticos me habrían instalado en varios directorios empresariales, cobraría varios palos por asistir a sesiones soporíferas e irme de farra con mis nuevos amiguitos poderosos.

Si yo aprendiera del rentable pragmatismo de tantos ex aliados, hoy figuraría a la cabeza de una embajada, sería colega de la pléyade de ex amantes de políticos oficialistas que rebosan en los mejores cargos diplomáticos, una forma original de agradecer con fondos del estado a las sucursales de los hombres públicos.

Si yo hubiera vuelto de un cómodo exilio en Italia sin haber trabajado ni un solo día en quince años y financiada por la solidaridad con Chile, ahora sería jefa de partido, intendenta de Santiago o parlamentaria de la Concertación.

Si yo tuviera tejido adiposo en mis caderas y mi ética, enchufaría a mi hijo mayor en un cargo bien remunerado en la Cancillería y mandaría a dejar la colación escolar de mi hija menor –un sandwish de jamón y palta- en las diligentes manos de un chofer fiscal, en mi vehículo estatal. Tendría una amplia oficina para no hacer nada productivo y tres secretarias que ordenen mi agenda de vida social a costa del erario público.

Si yo fuera una burócrata concertacionista, falsificaría mi currículum para darme aires doctorales, me haría la manicura, usaría zapatos reina, trajes sastre talla 52, comerciaría con autos de lujo en Buenos Aires, publicaría mis novelas rosa en las mejores editoriales de habla castellana o simplemente instalaría un fax en el living de mi casa y cobraría varios cientos de millones de pesos por asesorar a Codelco y Gendarmería en materias prescindibles.

Si yo fuera olvidadiza, me habrían dado el premio nacional de periodismo bajo el gentil auspicio de El Mercurio y La Tercera. Si no tuviera esta manía de recordar todos los días a los que murieron por el país que queríamos, mi horario de colación duraría desde el cañonazo de las doce hasta las cuatro de la tarde, güevonearía a los periodistas y daría conferencias de prensa con cara de poto como acostumbra la gente de palacio.

Si yo hubiera obtenido sólo 500 puntos en la prueba de aptitud académica y careciera de méritos intelectuales, podría ser hoy ministra de educación. En esa alta investidura alegaría discriminación y me apertrecharía en un monasterio cuando me piden cuentas por el despilfarro en la cartera de mi responsabilidad. Mejor aún si no le hago asco al dinero ajeno.

Así donaría a las hijas de mis amigos una “comisión de servicio” de diez millones de pesos para que se vayan de tapas a Madrid, mi hijo ganaría una jugosa beca de post grado en Cambridge aunque tuviera calificaciones deplorables y acto seguido lo nombraría vocero de gobierno para que inicie desde la cumbre su carrera política. Mi hermanita falta de talento estaría instalada como lectora de noticias en el canal público, igual que Mónica Rincón. Mi marido conduciría el programa cultural que más le acomode. Mi cuñado se llevaría para la casa dinero suficiente para fundar diez empresas de ferrocarriles y mi yerno entraría con millonarias ganancias en el negocio de los jarrones estatales.

Si yo no tuviera esta mañosa porfía por la causa de mi pueblo y fuera capaz de hacer la vista gorda cuando me conviene, sería hoy la esposa aburrida de un ministro guachuchero y vulgar que se escapa con la jefa de presupuesto una vez a la semana a un departamento de dos ambientes ubicado en el sector de Las Lilas y pagado con fondos del ministerio.

Yo me vería obligada sólo una vez al mes a mantener intimidad con mi desagradable marido ministro, exprimido por las demandas de la jefa de presupuesto, agotado de vociferar que la administración es transparente, exangüe de hacer gárgaras con la probidad pública.

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