Chile: dedicado a la poeta que votó por Piñera

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Mauricio Emiliano Valenzuela.*

Mi madre sí que se quedó en este país pelando el ajo. Mataron a su marido, a sus amigos y la mataron a ella. Su muerte fue, aunque palpable en cierto sentido, irreal por otro; simbólica si se quiere. Su vida, o mejor dicho la continuación a duras penas de su paso en este país, fue y  sigue siendo siempre, la de un fantasma. Evoco esto, a propósito de una visita el otro día a la agrupación de  familiares de detenidos desaparecidos.

Le comenté sobre la vida de mi mamá a una mujer de pelo rojo –esposa de desaparecido– que tomaba un café  con sus amigas comunistas. Mi pregunta era si efectivamente los años, las ausencias, el apego, la soledad, son tan grandes que tienen la virtud de anular a las personas para siempre.

Con sarcasmo esta mujer de pelo rojo, que mientras me enseñaba la foto de su marido muerto y me contaba que “tiraban como conejos” todo el día antes de que él muriera, me contesto: “Lo siento taaaanto por tu pobre madre”.

Después, todas se pegaron una risita encubierta y burlona, afirmando que la imagen de una persona adolorida es la imagen que la Concertación quiere para sustentar su discurso de derechos humanos.

En esta charla por supuesto hablaron con odio de Viviana Díaz, a quien trataron de monja y  casi de camionera.

Me quedé pensando mucho tiempo en eso. En la gente disconforme cuyo rencor dentro de este sistema político no tiene un cause claro ni derecho. Un rencor que es el peor de todos porque no es blanco ni negro. Un rencor hipócrita que no define posiciones.

Quizás tenían razón, y el dolor de mi madre, su vida insignificante y sus pequeñas miserias de mujer pobre son sólo un pretexto para sustentar un idealismo que no da para más. Quizás ese dolor, como las diatribas de esas viejas contra todo lo que ellas no pudieron conseguir del sistema que tanto odian, es sólo un pretexto. Un pretexto cuyo fin no tengo muy claro. Lo pensé durante muchos días y de verdad que las conclusiones brillaban por su ausencia.

Quizás a veces a uno no le queda más que asumir el error. Vivir por dignidad abrazando el error.

Quizás los votos concertacionistas de mi mamá, que todos los días se levanta a las 4 de la mañana como un reflejo condicionado de la dictadura -en que tenía que levantarse a esa hora para llegar temprano y no perder la pega-, son y fueron por años un error.

Un error al que se vive aferrado como única opción dentro de este mundo de errores, en que sólo las verdaderas decisiones nos hacen libres y nos dan la dignidad de elegir aunque sea nuestras equivocaciones.

A lo mejor la Concertación era un fraude, pero apuesto mi vida que mi madre tenía razón al ir y votar por Frei. Porque cuando votaba por Freí en verdad no lo hacía por Frei sino en contra de la derecha.

 Por su esposo muerto, por sus amigos muertos, por su propia muerte y por ende mi muerte y la de mi hermana y la de mi padre.

La derecha siempre ha segado con sangre el destino de nuestro país: en 1879, en 1891, en 1907, en 1936 y 38, en 1973 y durante tanto tiempo en que se torturó a plena vista de todo el mundo.

Volviendo a mi mamá. Es cierto, fue olvidada por la Concertación. Nunca mendigó un peso a las agrupaciones de asesinados políticos. Nunca se exilió.

Recuerdo mi trabajo en el diario del estado. Mi primer tiempo fue un choque con la decepción. Recuerdo a un alto ejecutivo de aquella empresa que se paseaba a sus anchas, vanagloreándose a veces haber sido del MIR, haber sido subversivo y qué  se yo.

Sabía que vivió en Europa como 20 años y su sueldo ahora por ocupar un escritorio era muy alto. No lo crítico sino que sólo comparo.

Mi mamá después de trabajar 40 años, el Estado de Chile sólo le da 120 lucas  al mes por jubilación. La suerte de los veteranos de guerra que hay en este país es bastante desigual. Al final todos son generales, todos sufren y arrastran su vida como pueden. Está bien. A mi no me corresponde juzgar cómo la gente se las arregla para sobrevivir. Tengo mis consuelos. Mi mamá nunca mendigó los fondos de la Concertación sino que trabajó duramente.  Votó  que NO y por ende es dueña y madre también de esta  democracia. Fue maestra de escuela durante 40 años, amando profundamente a nuestro país, dando lo mejor en los peores campamentos de Conchalí durante los más duros años de dictadura.

Esto no lo escribo con el fin de dar pena. Sólo quiero recordarlo a propósito de una poeta que quejándose de los errores de la Concertación ahora se cambió de bando, alegando una mala administración de fondos de cultura y en general apuntando a las políticas “mulas” del sistema gubernamental. La poeta dijo: “en este gobierno no va a haber robos, ni malas prácticas, porque será un gobierno que se la va a jugar para hacer algo bueno. Además, ellos tienen la plata, no necesitan robar”.

Bueno, yo le digo que a muchos ya les robaron la dignidad. Al pueblo, por la falta de memoria, le robaron la consecuencia consigo mismo. De nada vale haber votado por Allende en 1970 ni haber apoyado a la Concertación en el 90. El valor se mide por el presente y la dignidad se expresa en la constancia de pequeños actos dolorosos, eligiendo un camino que aunque incorrecto, manchado por la basura que todos vemos como una cicatriz presente en este tiempo que se vive, sea consecuente con la  verdad que va  verdaderamente por dentro. La verdad que está limpia de políticas mulas, que no obedece a la pica de no haber ganado un concurso público. Que no tiene nada que ver con la forma que ofrece como opción desgastada. La verdad que es simplemente la verdad, pese a sus errores ¿Cuál verdad?  La única que siempre ha sido nuestro único motor histórico: la sangre. Porque el color de la sangre no se olvida y uno no trabaja jamás para el enemigo. Uno se sienta en la misma mesa con el enemigo. Lo mira de frente y lo conoce. Pero nunca lo que está adentro de uno se mueve. Uno es como roca.

Unirse a los asesinos, pensando que la derecha le da cabida a la diversidad, es ciertamente ingenuo. Lo digo respetuosamente. No dudo que el nuevo oficialismo tenga diversidad con algunos irreverentes, poetas de segunda fila, poniéndolos en un Mineduc o en un Fondart. Pero no creo que sea transigente con un verdadero poeta ni con un verdadero enemigo. Puede sentarse con él en una mesa, puede mirarlo de frente, pero a la hora definitiva la derecha sabe fehacientemente la verdad.  Dónde están ellos y dónde estamos nosotros. Sabe quienes somos nosotros y donde vivimos, qué pensamos. Sabe que somos unos pobres monigotes que pueden aplastar con un dedo. No son nuestros amigos y si nos soban el lomo con algún mendrugo hay que saber  la verdad. Mirarla históricamente. Está tan comprobada, a puntos tan esclarecedores que hiela los huesos.

Este no es un país pluralista sino profundamente disgregado. Yo sé que todos lo sabemos y peco de ingenuo al reiterarlo. Pero a veces, por lo que se vio en esta última elección, se olvida lo obvio.

Mi mamá fue ninguneada por la Concertación. Se perdieron de una mujer fuerte y valiente, pero finalmente mi mamá fue y votó por la Concertación. Y no votó por  Frei. No por un montón de gente que hace movidas con los fondos de cultura ni de otra cosa. Ella voto por su dignidad y por los años de rabiosa ternura en el alma. Pese quizás al error, votó por sus caras tan queridas y que con suerte hoy aparecen avergonzadas en algún sueño.

Y votó con el dolor de su corazón pero con fuerza, en este presente duro en contra de los encubridores, los incautos, los verdaderos ladrones de dignidad, los vampiros, vende patria, asesinos, torturadores, cómplices hipócritas. Contra los que votaron que sí y hoy dicen que votaron que no.

Es verdad. Creo que ahora empezará una larga temporada en este país, en que por fin la derecha gobernará sin máscaras sino que en la más franca prepotencia. Y así, como la poeta que votó por Piñera, vendrán otros ex concertacionistas que serán seducidos a participar con el piñerismo, perpetuando a la derecha el 2014, cuando Chile ya no se llame Chile sino que se llame algo así como el país sin memoria.

Mi madre para ese momento será más viejita pero seguirá votando con dignidad.

* Periodista.
En Letras.s5.

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