Chile, elecciones: el asunto es que no representan a nadie

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Lagos Nilsson

Imperioso conservar la unidad, dicen en la Concertación de partidos en el gobierno; algunos dirigentes, más realistas, creen –como Ricardo Lagos– que es necesario "escuchar lo que son ciertos errores (…) y eso explica el que un número de alcaldías se puedan haber perdido…"
Entusiasmado, en cambio, el candidato presidencial de las dos derechas –la cuasi civilizada y que añora al "tata"– señaló: "Los resultados reflejan que la gente quiere un cambio y que la Alianza lo puede llevar adelante".
Todos mienten. O son incapaces de "leer" la realidad. Más allá de ambiciones, cálculos tristes y egolatrías la reciente renovación del poder municipal dejó en claro que el sistema político y electoral dejó de ser representativo.

Pocos días antes del proceso electoral que el domingo 26 de octubre renovó alcaldes y concejales, una encuesta
del Instituto Nacional de la Juventud entregó un dato escalofriante para la buena salud democrática del país: "el 80% de los jóvenes chilenos entre 18 y 35 años no votarán (…) debido a que no están inscritos en los registros electorales". Otro, recogido por la prensa no es menos preocupante: el hecho que sólo  algo más del siete por ciento de los candidatos  a alcaldes y concejales tenían menos de 35 años.

Los jóvenes o no tienen lugar en el juego gerontocrático partidario o renuncian a entenderse con "muertos vivientes". De hecho los jóvenes no son más del ocho por ciento del espectro ciudadano registrado en los padrones electorales; hace 20 años, al comienzo del ensueño democrático, rozaban el 36%. Dicho de otra manera: extrapolando grosso modo los resultados del censo general de población de 2002, entre tres millones y medio y cuatro millones de personas de entre 19 y 35 años no quieren votar.

Mientras los dirigentes políticos del "stablishment" o que aspiran a integrarlo no intentan siquiera una explicación al desinterés ciudadano, otro fenómeno cruzó las elecciones agazapado en el fondo de las urnas: el voto en blanco, el voto nulo y el voto cruzado transversal a las ideologías y programas –cuando los hubo– que presentaron a través de sus candidatos las organizaciones políticas.

Esto último quiere decir que de los alrededor de ocho millones de inscritos que acudieron a votar, algo más de dos millones –quizá hasta 2.5 millones de ciudadanos– manifestarán visiblemente su desconformidad  con el sistema.

En suma, en los hechos más de la mitad de las chilenas y los chilenos que deberían haber votado no lo hicieron por no haberse inscrito en los registros electorales o manifestaron, los que sí se inscribieron y votaron, su disconformidad; otro grupoentre los inscritos sencillamente no se presentó aduciendo alguna de las excusas previstas por la ley.

Los malabarismos y manejo de porcentajes que iniciaron en la misma tarde los dirigentes políticos y "expertos" electorales para justificar tanto un triunfo que no existió como una derrota que está lejos de serlo, carecen de seriedad, reflejan una mentira política y dejan en claro que lo cierto es que no representan más que a un sector de la ciudadanía; sus clientes son los habitantes de mayor edad. Cada elección es una sangría por la que escurre lo mejor del país: sus jóvenes mujeres y varones en edad productiva y reproductiva.

Que tal partido haya obtenido una votación que evidencia una pérdida o ganancia mayor que su vecino no significa nada en términos sociales; lo pavoroso es que, como las avestruces, esconden la cabeza para asumir su irresponsabilidad e incapacidad política, a la que, se diría, definen más como negocio que como tareas de estadistas.

El asunto es que si bien hundir la cabeza le impide el ejercicio de autocrítica, además los deja listos para el tajo que la separará del largo e inútil cuello.
 

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