CHILE: ELECCIONES (III) A BOCA DE URNA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

La elección presidencial, a menos que se produzca un vuelco hasta ahora impensado, pareciera cumplir el mismo juego del gatopardo instalado en el país desde que en 1990 se recuperara la democracia formal. Es por eso que, tratándose de un proceso eleccionario importante, usar la expresión “a boca de urna” para un artículo que se refiere a este asunto, resulta bastante lógico. La jerga de las encuestas identifica así el sondeo que se realiza a los votantes que salen de los recintos de sufragio, lo que da una idea aproximada de la tendencia que se va produciendo durante la jornada electoral. Sin embargo, acá queremos usar el concepto en un sentido diferente, casi en su sentido literal, a propósito de las grandes expectativas que la elección presidencial abre para la izquierda.

Condenada a un aislamiento profundo en la contingencia política del país, que la confinó dentro de un ataúd luego del retorno de la democracia, por primera vez las mermadas fuerzas populares parecen abandonar la urna lapidaria y emergen con grandes expectativas en un plan recuperativo de plazo largo del cual esta elección pudiera ser el primer hito. Examinemos, entonces, a este Lázaro “a boca de urna”.

Hay, sin duda, una diferencia importante en la candidatura de Tomás Hirsch respecto de las experiencias electorales presidenciales ganadas todas por la Concertación. Para comprender esta diferencia que, creemos, es un rayo de luz de gran relevancia, es necesario remontarse un poco en el tiempo y esbozar un análisis que, estamos seguros, no será del gusto de todos los militantes de la izquierda tradicional.

Bosquejo del pasado para enfrentar el presente

Sin querer entrar en detalles que forman parte ya de la historia política de Chile, es necesario recordar que el movimiento popular diseñó y llevó a la práctica una estrategia de poder impecable desde finales de los años cuarenta hasta 1973, mérito que, noblesse oblige, hay que reconocerlo, se debió en gran parte al Partido Comunista, que constituye hoy el eje de la coalición Juntos Podemos Más que postula a Tomás Hirsch a la presidencia. Es por eso que no se puede extrapolar el futuro de la izquierda chilena sin vincularlo al PC y su trayectoria que, como se dijo, fuera magistral hasta el momento de la elección de Allende.

La Unidad Popular fue el corolario de la política de los comunistas urdida con paciencia de hormigas. Durante décadas, antes del triunfo de 1970, el PC se trazó una estrategia de poder basada en una impecable interpretación de la realidad chilena que iba más allá del esquema clásico marxista de dividir la sociedad en burgueses y proletarios. Un grueso colchón intermedio, representado por pequeños y medianos empresarios, profesionales independientes, pequeños agricultores, empleados, comerciantes, es decir la llamada clase media, debía formar parte del proyecto de la vía chilena al socialismo incorporándose con sus partidos más representativos.

Esta estrategia no fue compartida, sin embargo, por todos los sectores de la izquierda y las diferencias acerca de cómo llevar adelante el proceso del gobierno de Allende, determinó en gran parte su caída a manos de los militares golpistas encabezados por Pinochet. Sin embargo eso pertenece ya a la historia y nuestro objetivo es analizar la resurrección de la izquierda, en la cual el Partido Comunista parece estar jugando otra vez un papel muy importante. Para ello se hace necesario considerar no sólo las grandes virtudes de los comunistas, sino también los grandes errores que se desencadenan poco después del inicio del régimen militar y se prolongan hasta bien entrado el periodo de los gobiernos de la Concertación.

A comienzos de 1974 el PC se plantea como cuestión primordial elaborar una estrategia para resistir a la dictadura recién instaurada, lo que requiere definir primero el verdadero carácter que tiene el nuevo régimen, si es un golpe “gorila” como lo califica el MIR o una dictadura fascista, como la definen los ideólogos comunistas. No se trataba, sin embargo, de una discusión bizantina para determinar si eran galgos o eran podencos, como en la fábula, sino de la definición de una estrategia trascendental en cuanto a la manera de enfrentar a Pinochet.

El frente amplio y un cambio de escenario

Para el PC si la dictadura era fascista, como ocurriera en tiempos del komintern liderado por Dimitrov previo a la II Guerra Mundial, validaba la formación de un amplio frente popular antifascista con cabida para todos, incluida la Democracia Cristiana a quien comenzaron a dirigirse los coqueteos.

En el afán de trasparentar su postura, el PC atacó inmisericorde al MIR y su propuesta de utilizar las armas contra la dictadura; ahí están los sesudos documentos El destino de una provocación y su contrarréplica Una provocación sin destino intercambiados por los Comités Centrales del PC y el MIR, de virulento contenido ideológico, a propósito de la expulsión de Humberto Sotomayor del MIR y su incorporación al Partido Comunista. Pero este camino pacífico de frente antifascista que incorporara a todo el espectro político de oposición fracasa luego de siete infructuosos años de recorrerlo, lo que lleva al PC a un cambio radical luego que Corvalán proclamara en Estocolmo el uso legítimo de todas las formas de lucha, incluida la armada, dando nacimiento al brazo militar del Partido, el Frente Patriótico Manuel Rodríguez.

Entretanto, el desprestigio de la dictadura y su fracaso económico –estamos hablando de los primeros años de la década de 1981/90– provoca un repudio internacional enérgico al que se incorpora ahora EEUU, a quien ya su títere no le sirve, pues la represión irracional y su retención del poder a toda costa han despertado a un león en esos tiempos muy peligroso: el PC chileno, que se pasa a la lucha armada apoyado por una entonces poderosa Unión Soviética –a la que se une Cuba que resuelve por fin sus diferencias con los comunistas chilenos–. La salida de esta lucha en ciernes es impredecible para Wáshington, que decide desembarcar a Pinochet alentando ahora la salida “democrática” pactada.

La reactivación de los partidos de oposición a la dictadura, principalmente la Democracia Cristiana, hace cambiar el escenario vislumbrándose la salida pacífica bajo la tutela estadounidense, para la cual los políticos opositores deben hacer público su rechazo a la lucha armada que, ahora y hasta nuestros días, pasa a ser calificada como “terrorismo”, independiente de los fines que persiga. Se produce entonces el aislamiento de los comunistas que persisten en esa vía, a lo que se agrega el paso impúdico de los socialistas de un “guevarismo” a ultranza hacia un socialdemocratismo de sospechoso perfume oportunista.

Perder el olfato

El Partido Comunista, como viejo sabueso que ha perdido el olfato, contribuye todavía más a su propio aislamiento porfiando en la táctica armada cuando la hora de los hornos ya ha pasado. El PC todavía es poderoso a finales de la década cuando se va a producir el plebiscito. Influye en las grandes masas empobrecidas, en los sindicatos clandestinos y los legales, en la juventud, los estudiantes que están a la cabeza de las protestas que espantaron a Wáshington.

Contar con ellos para la salida “democrática” es fundamental para la futura Concertación que se está formando. Pero una vez más el PC desoye la voz objetiva del momento y se margina del meollo del proceso, descartando a priori la posibilidad de la salida de Pinochet por ese camino, y, ¡oh, error histórico! llama a no inscribirse en los registros electorales recién abiertos con miras al plebiscito, señalando el camino de la insurrección como el único posible.

La militancia de base, el estado llano, intuye el increíble error de la dirigencia y, a pesar del sentido de culpabilidad de hijo desobediente, acude masivamente a inscribirse con los resultados ya conocidos. Su incorporación tardía a la campaña del no, campaña que pudo ser un excelente elemento para la inserción de la izquierda en el conglomerado opositor con un peso específico decisivo, neutralizando la claudicación socialista, obligando a que esa salida incluyera el real desmantelamientos de los enclaves del pinochetismo, algunos de los cuales todavía persisten, fue desperdiciada en aras de un “purismo” mal entendido.

A ello se agrega su ingreso al año siguiente como carro de cola a la candidatura de Aylwin, ahora sí habiendo perdido ya todo peso específico al agregarse, para colmo de los males, la «debacle» de los regímenes comunistas en el mundo.

El mundo-concertación y la reacción de la derecha

Se dice que la política es el arte de lo posible. Y lo imposible era que un pueblo hastiado de una dictadura feroz que durara casi 20 años, desperdiciara cualquier oportunidad para derrotar a los herederos de ese régimen odiado. Eso explica el voto útil que ha generado ya tres gobiernos de la Concertación, vislumbrándose un cuarto que elevará también a 20 los años concertacionistas. La izquierda ha contribuido gratuitamente a este éxito al no comprender ni valorar el papel decisivo que ha jugado en las elecciones presidenciales desde 1989, sobre todo en la de Ricardo Lagos donde quedó palmariamente demostrado que su triunfo se debió a los votos de la izquierda en el balotaje.

La actitud errada de llamar a votar nulo en segunda vuelta de esa elección, desoída una vez más por las bases, fue otro gran traspié que complotó con la inserción urgente de la izquierda en la palestra política nueva, la de este milenio, la que, querámoslo o no, debe superar el trauma del desmoronamiento del socialismo real en el siglo pasado.

La elección del próximo domingo pone de nuevo a la izquierda en un pie expectante. Tomás Hirsch se ha revelado como un candidato de excepción, con un lenguaje moderno, de cara a un futuro en el cual la izquierda puede convertirse en un factor fundamental del espectro político chileno, más aun cuando se vaticinan grandes cambios que van a sacudir a la derecha y que pueden alcanzar de rebote también a la Concertación.

La irrupción de Sebastián Piñera y su política de apertura hacia el centro, repudiando al pinochetismo abierto representado por la UDI, y que es claramente una maniobra estratégica que va más allá de los resultados del domingo, puede cambiar radicalmente el panorama político post elecciones.

Está claro que el ostensible quiebre de la derecha no es un salto al vacío de este sector, sino una maniobra concienzudamente elaborada que tiene contemplado un frente nuevo que incorpore a la Democracia Cristiana, o al menos a un grueso sector de ella, el mismo que boicoteó la precandidatura de Soledad Alvear, buscando aislar un eventual gobierno de Michelle Bachelet desde su génesis misma.

Bachelet va a necesitar de la izquierda no sólo para ganar la elección, sino para consolidar su gobierno ante un quiebre de la Concertación que hoy más que nunca se ve como posible. Resulta, entonces, preocupante que algunos sectores de Juntos Podemos Mas estén anunciando de antemano su llamado a votar nulo, sabiendo que jamás un militante de izquierda va permitir que, producto de esta porfiada ceguera, se posibilite el triunfo de un Piñera, pinochetista enmascarado, y menos de un Lavín, pinochetista impúdico.

Hay que recordar también que Bachelet pertenece al ala más izquierdista del socialismo, por lo que ante un eventual debilitamiento de su base política como presidenta, no le será difícil buscar el apoyo de una izquierda que debe mostrar una cara sólida, madura, abandonando el aire de montonera revoltosa que ha proyectado en los años negros de su aislamiento, capaz de imponer sus propias condiciones.

Necesitamos un Partido Comunista que retome su vieja tradición visionaria incorporándose a la realidad que hoy vivimos, aglutinando un frente coherente con los Humanistas, pragmático, flexible, capaz de sentarse a negociar teniendo tras de sí el poderoso aval de una fuerza decisiva a la hora de inclinar la balanza, sin prejuicios ni exclusiones.

Tal como lo insinuara Manuel Riesco en una entrevista, el lunes 12 de diciembre, con las cartas en la mano, se podrán planificar los pasos inmediatos a seguir con vistas a la segunda vuelta. Lo que no puede ser, lo que no puede volver a ocurrir, es no planificar nada, entregando el cheque en blanco que significa el voto nulo, a sabiendas que las bases una vez más no aceptarán semejante contumacia.

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