Chile, elogio de la locura

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Para explicar el actual malestar ciudadano habría que emprender, en primer lugar, un elogio de la locura.

I
Durante décadas, la sociedad chilena ha mantenido un silencio y un inmovilismo muy parecido a la estupidez. En buena hora, las nuevas generaciones muestran su hastío frente a un estado de cosas caracterizado por la corrupción, la impunidad y el abuso convertidos en norma. Amplios sectores de chilenos ya no soportan más una democracia a medias. Una democracia que solo los humilla y los excluye.

Si bien las movilizaciones sociales se asocian a las crisis económicas, lo cierto es que entre nosotros las escandalosas desigualdades sociales tornan ilusorios los éxitos macroeconómicos, creando una crisis económica cotidiana para los más. La verdad es que mientras el gobierno y las grandes empresas sacan cuentas alegres —apegados al dogma neoliberal que ha fracasado en el mundo entero— la gran mayoría de los ciudadanos vive sumida en una pobreza permanente derivada de salarios miserables y la privatización de todos sus derechos básicos (educación, salud, previsión social).

Los miles que desfilen en las calles nos están mostrando un nuevo horizonte democrático para nuestra sociedad. Este nuevo tiempo histórico y político hace evidente la necesidad de restituir la soberanía al pueblo de Chile. La hora actual no reclama más militancia que la decencia y una pizca de patriotismo.

Para decirlo con absoluta claridad: las nuevas generaciones quieren romper las cadenas de su cautiverio antidemocrático. Ya no es aceptable seguir regidos por una Constitución hecha a la medida de una dictadura militar. El país no se ha vuelto loco, solo anhela recuperar su genuino espíritu democrático. Un país que deje atrás la herencia oprobiosa de lucro, codicia, violencia, sufrimiento y muerte.

II
¿Inútiles y subversivos?

El presidente de un partido oficialista ha calificado a  quienes protestan en las calles de Chile por su derecho a la educación como “una manga de inútiles subversivos”, incluye en su insolente calificativo a algunos parlamentarios en ejercicio. ç

Lo primero que salta a la vista es la distancia que media entre la derecha republicana de antaño y las nuevas elites políticas y empresariales formadas en la escuela Pinochet. En efecto, la mayoría de los nuevos dirigentes de la llamada derecha chilena fue bautizada por el dictador en “Chacarillas” en 1977. En una suerte de rito pagano escenificado entre antorchas en plena noche dictatorial, se selló un pacto entre la plutocracia y el terror.

Las nuevas cohortes de dirigentes de la derecha han sido formadas en las ideas propias de la Guerra Fría. A más de treinta años de distancia, el credo neoliberal llevado al fanatismo, así como un rabioso anticomunismo parecen ya cosa del pasado. Sin embargo, tales ideas persisten obstinadas en el imaginario de este sector político, hoy en el gobierno. Al igual que Fausto, la derecha chilena estuvo dispuesta a sellar un pacto con Mefistófeles con tal de asegurar su riqueza y sus privilegios.  El resultado está a la vista: Una derecha minusválida a la hora de gobernar en democracia.

Los dichos del señor Carlos Larraín son sintomáticos respecto de cierta incapacidad política de la derecha para habérselas con el país real que marcha por las calles. Tratar de “inútiles subversivos” a todo aquel que disienta de sus supersticiones políticas y económicas, o manifestarse aterrorizado frente a un eventual “plebiscito” es, por decir lo menos, impropio de un comportamiento democrático consistente.

Por este camino, la única respuesta posible ante las demandas justas de los ciudadanos es la represión y la violencia  policial. Tal ha sido la lección aprendida de Augusto Pinochet.

De este modo, una derecha que sostuvo toda su demagógica campaña electoral en el “cambio” se encuentra, paradojalmente, paralizada ante la exigencia de cambios planteada por los ciudadanos.

Los dirigentes de este sector político, mal formados en visiones reduccionistas tecno-económicas y en las miserias de la dictadura, están ayunos de sabiduría histórica y se muestran incapaces de liderar la profunda transformación política que reclama la sociedad chilena de hoy.

Ni inútiles ni subversivos: Nuevas generaciones de chilenos que reclaman su derecho a vivir en un país democrático, más justo y más digno.

* Álvaro Cuadra. Semiólogo, investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. Universidad de Artes y Ciencias (ARCIS), Chile.

 

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