Chile: la Corte Suprema, el fútbol y el embajador

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Lagos Nilsson.

En los deportes, frecuentemente, por ejemplo en el fútbol, se habla de victorias morales cuando un equipo, pese a jugar bien y empeñosamente, pierde ante un rival superior; la victoria moral consuela —y enorgullece— a jugadores y partidarios. No es el caso de los procesos penales, en los que no hay victorias ni derrotas, sólo la "majestad de la ley", que rubrica con la firma de los jueces el pacto que mantiene unida a la sociedad.

La publicidad del fallo de la Corte Suprema de Chile, que condenó otra vez y por otro delito a dos ex altos oficiales de la fuerza armada del país, Manuel Contreras y Pedro Espinoza a 17 años por los homicidios calificadod del ex Comandante en Jefe del Ejército chileno Carlos Prats y su cónyuge Sofía Cuthbert en Buenos Aires en 1974, y a otros tres años por haber constituido e integrar una asociación ilícita (la policía secreta de la dictadura militar-cívica) deja un sabor agridulce.

No agrio porque haya superado el proceso y continúe en libertad quien apareció como la persona que detonó el artefacto que hizo explotar el automóvil en que murieron Prats y su mujer, una calificada como escritora Mariana Callejas —entonces casada con el estadounidense doble agente de la DINA y la CIA Michael Townley— y otros cómplices y coautores. Ni dulce porque asesinos parte otrora de la jerarquía militar hayan recibido también penalidad por sus actos.

Agridulce porque el asesinato del matrimonio Prats Cuthbert fue una operación cuidadosamente planificada desde el gobierno chileno de la época y no el producto del desvarío personal de una sola mente perturbada. En rigor fue el primer atentado en el exterior que organizó la DINA—, en el que sin duda participó, o al menos tuvo noticias el personal superior y adscrito a las tareas de "inteligencia" de la embajada en Buenos Aires y probablemente no pocos uniformados chilenos entonces en servicio activo.

Las condenas a17 años no parecen un castigo ejemplar. Que los condenados purguen otras penas por actos tan execrables como el juzgado no significa nada. Cada uno de sus procesos se tramitó independiente de los demás. Esperar 36 años es mucha espera para tan magro resultado.

Podría sospecharse una suerte de acuerdo tácito: castigar a los asesinos no por sus crímenes, sino como una suerte de premio por la constancia de los deudos a lo largo del tiempo. De paso los "peces chicos" encontraron un hueco en la red y pudieron deslizarse de regreso a la mar de su imposible anonimato; que ello se haya producido por vericuetos jurídicos, en virtud de acuerdos discretísimos ajenos a la sustancia misma del proceso o por razones políticas es indiferente.

La justicia se adapta al siglo mundano y no deja de ser en la medida de lo posible, una especie de categoría más diplomática —o política— que procesal que le debiera ser ajena, pero de la que no puede —no todavía— librarse.

El caso del embajador

Recién comenzada la conversión de Chile en campo de concentración y asesinatos, un joven Alberto Labbé es designado en una de las secretarías de la Embajada de Chile en la Argentina; su hermao Cristián, oficial de ejército revista en la DINA. Madurada y dejada atrás la "transición a la democracia" —y muerto el viejo dictador que los prohijó— Alberto es embajador en Panamá y Cristián alcalde, reelecto en la comuna de Providencia, en la capital de Chile.

Entremedio Alberto Labbé fue director de Seguridad Internacional y Humana de la cancillería chilena y en en esa calidad representó al país en fiversos encuentros, seminarios y reuniones hasta 2010. No ejercía el cargo como legado de la dictadura a la que con entusiasmo sirvió, fue designado por la Concertación de Partidos por la Democracia cuando ésta fue gobierno y ejerció ese cargo hasta su nombramiento en Panamá.

Citado a concurrir a tribunales chilenos, dejó por algunas horas su flamante escritorio en la embajada para informar qué conocimiento tenía (si alguno) acerca de la Operaciòn Cóndor y su personal chileno en Buenos Aires, señaló que ¿qué era eso, qué era la DINA? Labbé sirvio en la embajada de Buenos Aires hasta 1979, y aunque reconoció tener conocimiento de que sí, que había agentes de "inteligencia", pero jamás supo qué informaban a sus superiores —si algo informaban.

Desde luego tampoco tuvo jamás noticias de asesinatos, atentados, espionaje y otros ejercicios de la Operación Cóndor. Como en las películas y otras obras de ficción, todo es mera coincidencia.

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