Chile: las que no están

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Este domingo las familias conmemoran y celebran el Día de la Madre; muchos lo harán al margen de la vocinglería comercial, algunos por el respeto que les provoca el homenaje, otros sin duda porque —a decir verdad— se encuentran en los márgenes del sistema.| LAGOS NILSSON.*

 

Y no todas las madres que debieran ser agasajadas lo serán.

 

No porque hayan recibido el llamado que no se puede desoír, a esas madres sus deudos las recordarán tal como fueron (o embellecidas quizá por el afecto y esa curiosa cercanía que implica la distancia de la muerte natural). No serán festejadas y no porque hayan muerto, sino porque su existencia se escribe conjugando el verbo desaparecer.

 

Son las madres desaparecidas.

 

Desaparece quien ya no se ve, quien deja de ocupar lugar, el lugar que era suyo entre los suyos. También desaparece el ser humano escamoteado por la policía o fuerzas militares que así descubren lo irregular del verbo. Policías y militares jugando a la magia terrible de la deshumanización.

 

Que no les importa demasiado; siempre el poder se quiere eterno, y el poder espurio —tanto el bastardo poder dictatorial como el ilusorio y cruel de las dictaduras— además se piensa impune sean los que fueren sus actos. Y no sabemos, no sabemos con certeza todavía, si los actos del poder que las hicieron desaparecer se deben a criaturas concebidas en la Escuela de Las Américas, engendradas por viejos nazis, enseñadas por expertos de Israel.

 

El hecho es que hay madres desaparecidas.

 

Y lo peor: desaparecieron mientras sus células alimentaban y hacían crecer dentro de ellas a los que iban a ser sus hijos e hijas. Como en las liquidaciones del comercio: dos por el desaparecimiento de una.

 

Como paradoja miserable de un tiempo miserable, incidentalmente, en la actualidad los mismos que callan esos hechos, los mismos que pretendieron que nunca se cometieron, esos cristianos de voz engolada hoy parlamentarios, ministros, viceministros, alcaldes, autoridades varias, incluso catedráticos, esos mismos que ayer marcharon y aplaudieron al tata de los infiernos —usted sabe quiénes son—, ellos y ellas, los que no pueden siquiera pensar en el aborto por razones médicas y humanitarias, esos deshechos de la especie nuestra, nunca alzaron la voz por esas madres y sus hijos a los que apagaron la luz en la oscuridad de las mazmorras, sobre la mesa de torturas, bajo el peso del que las violó.

 

Domingo de mayo, Día de las madres, hora de apretar el luto. Los jueces que rechazaban amparos ¿festejaban a sus mujeres-madres? Los políticos y políticas que niegan el desastre iniciado en 1973, ¿serán hijos, hijas de mujer?

 

Los que cometieron esos crímenes y los que dieron las órdenes, ¿cómo describirlos? Fideputas, diría alguien de hace tres siglos o más. Hijos de cuatro mil leches alguien de principios del siglo XX. Si usted tiene un resto de perdón para ellos no lo podrá hacer efectivo, por dos razones: una, se esconden tras el juego del olvido cobarde; dos, no se han arrepentido.

 

Para esas mujeres desaparecidas se produjo en agosto de 2010 un vídeo. Es simple, sencillo, breve. Y tristísimo, pero triste es la condición humana. Se espera justicia, son siete mujeres que esperan justicia, siete a lo menos nonatos que fueron, ¿cómo? asesinados. La espera no es esperanza; el olvido no hace historia; la sumisión es retroceder en la escala evolutiva. El hombre es el lobo del hombre.

 

Siete mujeres, al menos siete hijos que el domingo no podrán celebrar: no están en ninguna parte.

 

El vídeo se encuentra aquí.

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