Chile más allá de Hidroaysén

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Wilson Tapia Villalobos.*

Por estos días el país es un enredo. Un burdo tejido en que las hebras son medioambientalistas, ecologistas, neoliberales; de anatemas energéticos, libremercadistas, de conflicto de intereses; de autoritarismo, de desvergüenza, de ingenuidad. Una urdiembre que cuando ya se anuncia el frío, abriga poco. Más bien, deja al descubierto lo magro del cuerpo de la sociedad chilena.

El proyecto de generación eléctrica Hidroaysén fue aprobado el 9 de mayo. Una fecha histórica. Doce funcionarios gubernamentales —la intendenta de la XI Región, diez Seremi y el secretario de la Comisión de Evaluación Ambiental— se pronunciaron: once votaron a favor y uno se abstuvo. Previamente, el ministro del Interior, Rodrigo Hinzpeter —jefe de todos ellos—, había advertido a Chile que este era un buen proyecto para el país.

Conocido el resultado, las protestas menudearon y fueron violentamente reprimidas. En diversas ciudades, miles de personas salieron a la calle. En todo caso, pareció ser una demostración, más bien menguada, de que el 61% de la población nacional rechaza el proyecto. Pero el episodio está lejos de haber concluido.

Este cuento tiene historia. Comienza en 2005. Es el punto de partida de los estudios técnicos, medioambientales y sociales. Cálculos de la época estiman que la inversión que requerirá la instalación de las cinco centrales hidroeléctricas —dos en el río Baker y tres en el río Pascua— será de US$ 3.200 millones. Y permitirá que Endesa y Colbún se transformen en los generadores del 80% de la energía eléctrica en Chile. Una posición, a todas luces, determinante para manipular un negocio extraordinariamente rentable.

Gobernaba la Concertación. Hoy, sin embargo, desde ese conglomerado se levantan voces condenatorias. Recientemente, en una entrevista, el senador (DC) Jorge Pizarro enfrentó esta aparentemente contradicción. Dijo que se trataba de proyectos de privados. Que el gobierno no podía inmiscuirse en iniciativas de provenían de ese sector y que se orientaban a resolver un problema real. Incluso fue más allá, al criticar la instalación en su región —la IV— de parques de captación de energía eólica. Que el definió como “cara y de poco productividad”. Además de que impiden la utilización del terreno en que se instalan.

Magra sociedad en la que los líderes creen que sus componentes son incapaces de detectar las contradicciones. Ningún empresario se comprometerá en un proyecto de miles de millones de dólares si no tiene el compromiso de factores políticos determinantes en su momento. Como la Democracia Cristiana o el Partido Socialista, por ejemplo. Endesa ha sido vinculada con personeros de ambas colectividades.

Y si la energía eólica no aporta a la solución, pues era la Concertación la destinada a cerrarle el paso. Pero durante sus veinte años en el gobierno —senador Pizarro incluido— fue incapaz de estructurar un programa energético.

Pareciera que esto se dejó al arbitrio del mercado. Y cuando ello ocurre ya sabemos que pueden pasar muchas cosas. Entre otras, que el mega proyecto recién aprobado cuente entre sus directores a un hermano de la primera dama, Cecilia Morel. Y que una fundación que ella preside recibiera recientemente un donativo de un millón de euros (poco menos de $ 700 millones) proveniente de Endesa.

Demasiadas manos hay en este tejido. Y los conflictos de intereses menudean. Pero a nadie pareciera importarle por la falta ética que ello significa. Más bien están preocupados de no quedar fuera del juego. Y esto resulta grave no sólo por el daño que se le hace a fortaleza moral del país. También lo es porque la ciudadanía percibe que la política ya no es “el arte de hacer posible la vida en sociedad”. Es un mero ejercicio que pretende alcanzar el poder económico para beneficio personal o de grupos.

Hoy está quedando claro que en Chile no existen dos proyectos políticos. Sólo hay uno, el neoliberal que estructuró la dictadura y que es el más rígido aplicado hasta ahora en el mundo. Desde esa perspectiva, tienen razón quienes dicen que somos “un modelo”. Pero cuando se escarba en la realidad, aparece un inmenso hoyo negro en que la inequidad lo traga todo.

El megaproyecto Hidroaysén ha servido para desnudar a esta esquelética sociedad en que vivimos. Una sociedad en que los factores políticos no son capaces de ponerse de acuerdo. No por diferencias ideológicas profundas, sino porque el afán de rapiña los aleja. Y las consecuencias las pagan todos los ciudadanos. Aquellos que mañana tendrán que responder al arbitrio de inmensas transnacionales que querrán hacer cada vez más rentables sus inversiones.

Si las cosas fueran distintas y yo estuviera equivocado ¿Por qué no se abre un debate amplio y se crea un programa energético definitivo para Chile? ¿Por qué no se permite que los ciudadanos se informen y puedan participar en decisiones que con seguridad afectarán sus vidas?

Soportando tanta mugre, el burdo tejido que nos sostiene empieza a deshilacharse.

* Periodista.

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