Chile, ni poesía ni prosa: política

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Wilson Tapia Villalobos.*

El escándalo que desató el ministro de Hacienda, Andrés Velasco, por mirar su computador, da para más que una acusación constitucional. El secretario de Estado amenaza con transformarse en el ícono de la política chilena del primer decenio del siglo XXI. Será una referencia obligada cuando los historiadores revisen este período. Porque su descuido al dejar que lo pillaran corrigiendo un documento de la campaña de Eduardo Frei, es imperdonable.

No sólo por no poner atención a los sesudos alcances que hacían los parlamentarios al proyecto de Presupuesto Nacional que él debía defender. Especialmente porque los súper héroes no pueden ser pajarones.

Así es que bien hecho que la derecha lo acuse constitucionalmente. Al menos que lo amanece. Así sabrá lo que es correr riesgos. Aunque tenga el 74% de apoyo entre la ciudadanía y sea el ministro mejor evaluado de la presidenta Bachelet –quien, dicho sea de paso, ya quebró la barrera de los 80 puntos porcentuales–. Pero, tal vez, ni siquiera se inmute. Sabe que la Alianza por Chile no irá más allá de las bravatas. El empresariado no lo permitirá. ¿O creerán que ese setenta y tantos por ciento proviene sólo del pueblo concertacionista? Esto último es un decir un tanto anticuado, lo sé.

Y aquí empieza a desnudarse lo que hoy se entiende por política. Cuando la presidenta Bachelet ganó la elección, tuvo uno de sus habituales raptos de sinceridad. Afirmó que la campaña se hace con poesía y se gobierna en prosa. Dicho en términos poéticos, cuando se piden los votos, se puede soñar. Cuando se gobierna, hay que bajar los pies a la tierra. En palabras un poco más brutales, para ganar hay que mentir, aunque sea un poquito. Pero al asumir el poder político, otra cosa es con guitarra.

Esto significa que la política actual se juega entre las tensiones de los grandes intereses. Y la satisfacción del bien común o del interés general, queda relegada a la medida de lo posible.

Esta es la política de estamos viviendo. Un gran cúmulo de hipocresía, escondido tras una democracia de los acuerdos que satisface a quienes manejan el poder económico. Esa es la realidad. Esa es la realidad, dicha en prosa.

El desliz de Velasco permitió ver en toda su majestad esta política que, con razón, no atrae demasiado. Y, obviamente, no deslumbra a los jóvenes. Porque a renglón seguido de las críticas de la derecha, algunos presidentes de partidos de la Concertación se mostraron contrarios a que el ministro asumiera algún cargo en el comando de Frei. Alejaría votos en la segunda vuelta, dijeron. Es rechazado por ser liberal. Y eso espantaría votos de Enríquez Ominami o Arrate en el balotaje. ¿Por qué no se opusieron a que este mismo Velasco fuera la verdadera vedette del gabinete de Bachelet? Pura poesía.

En el otro bando, las cosas no son mucho mejores. Cuando escucho a la senadora Evelyn Matthei hablando de lo maravilloso que es su candidato Sebastián Piñera, me reafirmo que poesía rima con hipocresía. ¿Cómo olvidar el episodio en que Piñera quería destrozar a Matthei? Sí, ese que fue denunciado por Ricardo Claro, grabaciones incluidas, en su canal Megavisión. ¿Y me es imposible olvidar cómo Matthei descalificó a su actual ídolo, como mercader que no podía hacer política? ¿Cómo olvidar que la senadora se fue de Renovación Nacional (RN) a la Unión Demócrata Independiente (UDI) por este incidente?

Si la presidenta tiene razón y de la poesía hay que pasar a la prosa, la juventud seguirá alejada de la política. Y la ciudadanía continuará evaluando mal a los políticos. Pero lo que estamos viendo no es la Política. No tiene nada que ver con "el arte de hacer posible la vida en sociedad" (W. Tapia). Este es un remedo desfachatado de política. Un torcerle la nariz a la realidad para acomodarla a intereses personales o grupales.

Los electores deberían tenerlo claro. Y quienes no se han inscrito, también. Los primeros para castigar a tanto poeta, que en realidad es un hipócrita disfrazado, no votando por él o ella. Y los segundos, para que les recuerde que “el mundo que hemos creado es producto de nuestra manera de pensar” (A. Einstein). Por lo tanto, que ocupen el lugar que les corresponde empujando para que las cosas cambien. Pero que cambien en beneficio de

Ah, porque esa es otra de las de las trampas que esconde esta cáfila de poetas. Todos hablan del cambio. Ninguno lo define. Y hasta hay uno que encabeza la denominada Coalición por el Cambio. ¿Usted puede creer que el cambio de una sociedad lo hagan quienes se benefician de lo que ya existe, y al reemplazarlo sólo se perjudiquen?

 

* Periodista.

 

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