Chile, razón, no pasión

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Wilson Tapia Villalobos.*

Terminadas lasa vacaciones, la vuelta al trabajo parece comenzar con buenos augurios. El anuncio del proyecto de postnatal por seis meses es un avance indiscutible. Aún falta saber cómo saldrá la ley luego de su paso por el Congreso. Pero sólo así ya es un guiño hacia una sociedad que se hace cargo de los suyos. ¿Qué por qué un proyecto de esta naturaleza aparece en un gobierno de derecha y no lo hizo la Concertación en sus veinte años?

Es una buena pregunta, que se adentra en lo que es esta posmodernidad globalizada. Ya se escuchan algunas autocríticas. Es cierto que hubo personeros concertacionistas —como el senador (DC) Mariano Ruiz Esquide— que iempre insistieron en la materia. Sus palabras no fueron escuchadas. Las administraciones Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet, resultaron incapaces de enfrentar los costos que tendría un proyecto así. Costos a nivel de su entendimiento con el empresariado.

Se impuso el criterio inaugurado por Aylwin, con la asesoría de Enrique Correa y Edgardo Boeninger, de hacer cualquier cosa “en la medida de los posible”. Y lo posible era lo que mandaba el poder económico. Esta cautela terminó por moldear a la Concertación. Hoy Boeninger ya no puede responder personalmente de sus actos. Y a Correa posiblemente no le interese entrar en tales detalles.

Esto aclara parte del problema. El resto de la explicación habrá que buscarla en los nuevos derroteros que recorre la política. Es un hecho que los conceptos de izquierda y derecha están sobrepasados. Lo que aún no se sabe es qué los remplazó. Tal inquietud no es baladí. El reparto de la riqueza en el mundo es más inequitativa que nunca. Y Chile está entre los "top" ten en la materia.

Siguiendo el pensamiento del ex ministro y exitoso lobbista Enrique Correa, tendríamos que estar de acuerdo en que “la política y el Estado pertenecen al reino de la razón, no de la pasión”. Pero la más pura razón dice que tanto la política, como el Estado, deberían servir para dar respuesta a las necesidades de la mayoría de los habitantes de un país. Y eso no está ocurriendo.

El poder, ejercido siempre por minorías, se encarga de acaparar la riqueza. Tal realidad parece desmentir otra de las sentencias de Correa: “El mercado no tiene ideología”.

Lo cierto parece ser que todos los grandes lineamientos políticos obedecen al pensamiento económico. Y en la implementación de proyectos específicos, lo que manda es la condición de virtualidad en que se asienta la democracia actualmente. Esto es válido especialmente para concesiones que deban hacer ciertos grupos. En el caso de la Concertación, “la medida de lo posible” la imponía el poder económico, cuya columna vertebral no se encontraba entre sus bases de apoyo. De allí las concesiones, que terminaron por desdibujar su proyecto y, en la práctica, alejarla del poder político.

Que la derecha lleve adelante el post natal de seis meses no responde sólo a un compromiso de campaña. Aquí está en juego la proyección de la administración Piñera y del sector al que representa. El gobierno y el presidente bajan en la consideración ciudadana, pese a que éste intenta contrarrestar las críticas mostrando su don de ubicuidad.

La ciudadanía sigue marcando su mirada hacia su administración con el ceño fruncido por la falta de credibilidad. Es el ítem más complicado para el presidente Piñera y su equipo. Ante eso, algo hay que hacer. Y se la juega por una alternativa en que el beneficio aparece menor que el costo. Eso lo entiende el mundo empresarial al que pertenece. Sobre todo que muy pronto se harán realidad proyectos que producirán impacto en una ciudadanía sensibilizada por el deterioro del medioambiente y de la calidad de vida.

Lo que se viene en los tres años que le quedan a esta administración es responder a las demandas que crea el problema energético. Hasta ahora sólo se han conocido iniciativas de inversionistas. El gobierno no ha entregado una propuesta de nueva matriz. Y mientras ello no ocurra, los parches enturbiarán más el ambiente y la solución se alejará entre las brumas de la polución. El perjuicio será para los ciudadanos y los beneficios para el inversor.

En este sentido, Correa pareciera tener razón en aquello de que “el mercado no tiene ideología”. Pero quienes intervienen en él si la tienen. Todos sabemos que éste no es un buen asignador de recursos en educación, medioambiente, salud, vivienda, para nombrar sólo algunas áreas esenciales. Por lo tanto, si se lo quiere utilizar para dar allí respuesta a los requerimientos de la mayoría, habrá que ponerle sensibilidad. Algo en lo que incluso el pensamiento socialista renovado no ha sabido marcar adecuadamente los límites.

Es lo que lleva a errar a Enrique Correa. La política circunscrita al reino de la razón, es economía. Sólo la pasión le aporta el ingrediente indispensable para la acción. Y así adecuar este arte de hacer posible la vida en sociedad al momento que vivimos.

Tal vez a eso se deba lo que está ocurriendo en algunas naciones árabes. Porque detrás de las demandas que han hecho caer a los gobiernos de Túnez y Egipto y amenazan al de Libia, hay algo más sutil y trascendente que la búsqueda de una hipotética libertad. Los ciudadanos de tales países parecen haber tomado conciencia que sólo asumiendo el control de sus vidas podrán aspirar a un poco de felicidad. Algo que en otras latitudes tal vez demore más.

La modorra que trae consigo el consumo no se espabila fácilmente.

* Semiólogo, investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. Universidad de Artes y Ciencias (ARCIS), Chile.

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