Chile: y la protesta fue. – SOBRE GOLONDRINAS Y VERANOS

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

El peso de la dictadura al promediar la década de 1981/90 era tal, que librarse del dictador parecía colmar las ansias políticas de la mayoría. Esto permitió, incidentalmente, que muchos colaboradores e ideólogos de la dictadura –civiles y militares– pudieran lavarse (es un decir) las manos y ubicarse en la actualidad entre los demócratas del sistema. Permitió además que aquellos enriquecidos con el desguace del Estado y sus responsabilidades, que propició la dictadura, sean hoy considerados capitanes de empresas que hicieron y hacen bien al país.

La larga despedida del dictador, merced a las complejas negociaciones entre su entorno y los dirigentes y delegados concertacionistas, ocultó entonces a las incipientes formas como se reorganizaban los grupos sociales, en especial en los sectores marginados y empobrecidos, la verdadera naturaleza del pacto que hizo de Chile, para usar la expresión del historiador Felipe Portales una «democracia tutelada». Cuando comenzó a operar la llamada Oficina –básicamente un aparato de espionaje sobre los sectores más «duros» de lo que había sobrevivido de los antiguos partidos políticos de la Unidad Popular, pero también sobre nuevos grupos sociales– el repliegue de la izquierda fue su responso.

Pronto la Oficina cumplió su deber de proteger a la democracia. Su director es hoy ministro del Interior; su segundo al mando secretario general del Partido Socialista. De los que denunciaron su accionar, muchos se integraron a la cultura del consenso y son empresarios, educadores, burócratas del Estado; otros se hundieron en las sillas de sus casas, callaron; algunos más están presos; aquellos se murieron.

No hubo lugar para ella, para la izquierda, luego del recambio de elites; la Concertación construía –con el apoyo abierto o a regañadientes de la Alianza por Chile– una forma de vida política en el que prima como valor ciudadano supremo el consenso. La disidencia –seña inequívoca de que no hay consenso– se estimó una traición. Eran malos chilenos los que alegaban, no se conformaban con lo que la nueva dirigencia estimaba posible; estaban fuera de marco, no eran parte de la pintura sino manchas sobre la pared donde se cuelga el cuadro. La discusión se convirtió en una extraña alquimia de iguales: podía –y puede– discutirse una coma de algún documento, jamás un concepto.

La inevitable cohabitación entre la vieja derecha y los que aprendían que si bien el corazón –subcomandante Marcos dixit– hay que encontrarlo abajo y a la izquierda, se hize posible, e incluso deseable vivir mirando a la derecha y hacia arriba. Los efectos de ese mirar fueron desastrosos para la república. Tres gobiernos de la Concertación –y cerca de la mitad del período del cuarto– y nada de lo que realmente la ciudadanía y el mero sentido común esperaban se ha hecho. La educación, la salud, las viviendas miserables, los barrios abandonados, la inseguridad industrial, la depredación del ambiente, la minería, el movimiento mapuche, en fin, las normas electorales lo prueban.

Sólo pensando desde la mayor de las ingenuidades puede afirmarse que la prueba de fuerza contra el «stablishment» del 29 de agosto fue obra de la CUT. Pero nadie dirá que fue obra del Partido Comunista –y una obra de la que debe sentirse legítimamente orgulloso–. El asunto –el escenario que surge podría escribir algún analista–, como en los bailes de provincia, recién comienza.

Vastos sectores, en especial entre estudiantes, trabajadores de la cultura, trabajadores industriales, etc…, no reconocen militancia ni mayor simpatía por los partidos políticos, entre los que se incluye el PC. Acompañarán protestas y movilizaciones porque se impone el sentido de clase, no niegan su condición de miserables, tienen ira y exigen cambios. Si el PC ha querido mostrar fortaleza, lo consiguió. Cabe preguntarse ¿para qué esa fortaleza? ¿Para apresurar el cambio del binominalismo y lograr representación parlamentaria? ¿Para la conformación de un frente político desde la marginalidad y desde aquel conformar una expectativa que logre luchar por el poder?

Muchas preguntas, y no es la menor ésta: ¿con quiénes? De hecho el 29 de agosto remeció algunas estructuras del traicionado pensamiento socialista que aún se reconoce en el Partido Socialista. Sólo que se hace difícil de volver a tener confianza en esa institución. Pero, no olvidar, existen ex militantes de ese partido en el ostracismo, callados. De seguro muchos o algunos de ellos tendrán algo que decir.

Los movimientos que tienen sus raíces en el viejo tronco anarquista desconfían –casi como si fuera una enfermedad– de todo lo que huela a afirmar las estrsucturas del Estado que a lo largo del tiempo no ha hecho sino intentar su exterminio; empero lo medular del pensamiento anarquista presente en la actividad de okupas, en grupos de trabajadores, entre las mujeres explotadas está allí, no para ser compañero de ruta de nadie, tal vez sí para compartir una aventura: la de luchar por una sociedad digna y de pares.

Y los cristianos de izquierda, el remanente de la Teología de la Liberación, ¿no tendrán algo que decir? Se aprestan para celebrar un congreso en el setiembre; será interesante acceder a sus resoluciones. En el campo social ex militantes del MIR dicen lo suyo con modestia y empuje, lo hacen radios y televisoras comunitarias, bibliotecas autogestionadas… Hay un universo humano y ese universo, que se puso en movimiento desde las jornadas estudiantiles de 2006, no querrá volver al silencio.

En suma: el PC destapó una cacerola muy caliente. El caldo que bulle no es para sopa. Se abrió un camino para nuevas decisiones importantes en el campo popular. No nos equivoquemos.

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