Colombia: entre Obama y Uribe no habrá mucho de qué hablar

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Humberto Vélez Ramírez*

Al pergeñar estas anotaciones, hemos llegado a la conclusión de que Obama es un político de nuevo tipo que, bien intencionado, no parece sugerir lo que no es ni disimular lo que es aunque insiste mucho en lo que quisiera hacer. Es decir: no lo encasillamos como hipócrita. Sabe a ciencia cierta que preside un imperio y que, por lo tanto, su accionar se encuentra limitado por sus tendencias y leyes históricas. Esto no obstante, lo mueve e impulsa el más vigoroso deseo de ser un presidente “distinto”, distinto, sobre todo, de la derecha neoconservadora en la línea Reagan- Bush.

Es por esto por lo que pretende reenfocarlo todo inscribiéndolo bajo “otro enfoque”, bajo otra mirada de análisis y de acción. Al ser así, podrá acercarse a la improvisación y hasta a fallas y vacilaciones muy marcadas. Por eso, a casi dos meses de su acceso al gobierno, sobre varios asuntos centrales sus partidarios se refieren más a sus opiniones que a sus políticas concretas.

Un psicólogo opina

Esto no obstante, un famoso psicólogo israelí, Sam Vaknin, especialista en narcisismo y autor de El Amor malo del Uno mismo, nos ha dicho precisamente lo contrario: Que Obama, de modo consciente o inconsciente, es una persona hipócrita, que será un presidente “distinto” precisamente porque conducirá a Estados Unidos a la ruina ahondando su actual declive como potencia hegemónica internacional.

Lo caracteriza como un narcisista, y no como uno cualquiera (Nixon, Clinton), sino como un egotista patológico a la manera de Stalin, Mao y Hitler. En él, las posturas y el lenguaje corporal volarían más alto que sus palabras vacías, además de que mantendría trenzadas la realidad y la fantasía.

La conclusión de Vaknin es categórica y contundente, “Hoy los demócratas han colocado todas la esperanzas en Obama, pero este hombre le podría poner fin a su fiesta”. “No es admirable, pensó, que Ahmadinejad, Hugo Chávez, los castristas, los de Hezbollah, los Hamas, los abogados de los terroristas de Guantánamo y naturalmente todos los enemigos jurados de América estén tan emocionados por el prospecto de su hombre en la Casa Blanca. América está al borde de la destrucción. No hay locura mayor que elegir a un narcisista patológico como presidente”.(1)

En Vaknin encontramos, desde la psicología política, una posición extrema sobre Barack, emparentada con la de los que, desde la política, piensan que así como el dos sigue al uno, Barack seguirá a Bush. Nosotros, por nuestra parte, pensamos que, limitado por las leyes históricas de un sistema imperial en caída estructural y circunstancial, Obama tendrá, sin embargo, su margen de acción y que nos deberíamos dar por satisfechos si en su país retrocede la injusticia social y si su gobierno contribuye a que en el mundo haya menos tiranos.

Pero, sea la que sea la orientación presente-futura de su gobierno, estas notas no tienen otra intención que la de ser un referente discursivo, entre otros quizá más maduros, para hacerle un seguimiento al gobierno de una nación que, nos guste o nos disguste, ha sido y será protagónica en la marcha de nuestros pueblos.

1. En Columnistas Libres, Bogotá, 28-02-2009; sobre artículos y diálogos de Vaknin, ver: www.afroarticles.com.

Entre Obama y Uribe no habrá mucho de qué hablar.

No es que nuestros gobernantes hayan corrido a escribirle a Obama y cuando lo diplomático los obligó, lo hicieron con fastidio in pectore, pues dentro de sus cálculos de ideas, de poder y de deseos un triunfo del wauaiano no les gustaba. En plena campaña electoral, así se expresó, con pésimo cálculo político, el presidente colombiano sobre el candidato demócrata:

“…Es joven y tiene poca experiencia. De todas formas, yo no creo que Estados Unidos esté preparado para un presidente de color. Pienso que va ganar el candidato republicano McCain, quien para nosotros representa la continuidad de las relaciones políticas y comerciales” 

Y al aterrizar discurso, le sirvió al candidato republicano como punta de lanza de su campaña en América Latina.

Triunfante Obama, el presidente colombiano empezó a dar pasos, ora sigilosos ora estridentes, orientados a congraciarse y ganar favorabilidad con el nuevo presidente negro de la muy blanca Casa. Estridente, por lo abultado de la delegación y por varias de las declaraciones emitidas por el líder de la misión, el ministro de Defensa Juan Manuel Santos, fue el viaje realizado a Washington a finales de febrero del 2009.

Hubo tapete rojo y zalemas diplomáticas, pero el gobierno recibió la advertencia: que urgía modificar la agenda, casi desmilitarizarla, bajarle el tono al viejo orden del día con el Plan Colombia, el narcotráfico y el TLC como puntos casi exclusivos; que en ella problemas como los derechos humanos, la protección de los sindicalistas, el medio ambiente, la Amazonia, las fuentes alternas de energía debían ganar la centralidad; y que todo eso lo manejarían por la vía diplomática con la participación de organismos multilaterales. 

No es que problemas como el conflicto armado, el narcotráfico, la ayuda militar y el TlC ya no interesen a Washington sino que, más bien, este gobierno se encuentra centrado en otros asuntos prioritarios, razón por la cual anteriores asuntos nuestros o han bajado su nivel de importancia o han adquirido nuevos significados o han empezado a inscribirse dentro de otro enfoque de análisis y de acción..

El proyecto presupuestario presentado por Obama para el 2009, por ejemplo, refleja de modo adecuado esta última orientación: el Plan Colombia se verá afectado no tanto en el monto (para 2009 se mantienen los 545 millones de dólares que, con seguridad, se recortarán en 2010), sino en su composición o distribución interna con mayor énfasis ahora en los programas sociales y de reinserción.

Por otra parte, de acuerdo con el texto presupuestario, el Departamento de Estado, para viabilizar el cobro de los dineros, debe presentar al Congreso un informe periódico sobre la situación de los derechos humanos en Colombia y comprobar que “el gobierno de Colombia está desmantelando las redes paramilitares” y que “ha cortado vínculos con ellas. 

No se podrá olvidar, por otra parte, que al margen del impacto de los cinco mil millones dólares de ayuda norteamericana sobre la estrategia de contención de las guerrillas –ha sido éste el único pero notorio efecto de la política de Seguridad democrática– el Plan Colombia resultó un fracaso en materia de reducción de la producción y de mercadeo de la droga. Fue a una conclusión así a la que se llegó en un estudio realizado por la GLAO, encomendado por el vicepresidente Joe Biden. 

Esto no obstante, no se podrá ocultar que en su actual estado de evolución, el conflicto armado colombiano continuará teniendo buena incidencia en la presión del gobierno colombiano sobre los Estados Unidos pues, aunque no afecte de modo grave su seguridad interna, gravita y continuará gravitando como factor de desestabilización a escala regional. Por eso El Plan Colombia, sea el que sea el enfoque en que se reinscriba, presenta visos de supervivencia.

En resumen, Colombia hoy por hoy, y en contraste con la mirada ideológica de la extrema derecha religiosa, no es un factor preocupante para la seguridad norteamericana y tampoco lo son las guerrillas. Esto significa que Colombia tendrá que hacer méritos para desandar pasos busheanos atrayendo la mirada del nuevo equipo de gobierno. Desgraciadamente ha empezado a hacerlo por una vía fácil y peligrosa, que terminará afectando la ya precaria soberanía nacional.

Primero, abriéndole campo interno, tanto geopolítico como funcional, a una base que como la de Manta, el gobierno ecuatoriano, por dignidad nacional, ha ordenado clausurar Y en segundo lugar, enviando soldados y policías a Afganistán, a una guerra de la que ya se están retirando los aliados europeos y en la que la experiencia colombiana en materia de minados, contrainsurgencia y narcotráfico con seguridad será bien vista.

Por otra parte, en lo interno, el gobierno de Uribe no ha hecho nada por modificar el modelo económico en un nueva era en la que el 2009, como hace dos décadas 1989, significó la caída de otro muro, el muro del neoliberalismo, aquel con el que los países ricos taparon a los países pobres para que éstos no los pillaran practicando el proteccionismo y en el que, además, la cultura y la práctica de la guerra han entrado en barrena.

Uribe continúa actuando como si nada hubiese cambiado en el mundo en el último año, como si la política de seguridad democrática ya no hubiese dado de sí todo lo que podía dar, como si Bush todavía lo estuviese esperando en la Casa Blanca para ir a “finquiar” y recondecorarlo como héroe de la libertad y como si Lula, sin estridencias, no se hubiese posicionado como el nuevo líder de América Latina.

Para participar en la Cumbre de las Américas, Obama estará en abril de 2009 en Trinidad y Tobago. Por estos meses, los 33 presidentes de América Latina, de modo directo o indirecto, están ejecutando acciones para que en esa reunión sus problemas e intereses centrales lleguen a la mente, a la agenda y al bolsillo del presidente Obama.

Por eso, todos irán anhelantes de una reunión con él. Barack, con seguridad llegará al evento, como es de lógica para un temperamento como el suyo y para un momento como el actual, más dispuesto a escuchar y aprender de sus colegas, que a dar y ofrecer. Pero, como ha dicho Jeff Davidow, asesor de esa Cumbre, ésta será, más bien, “un test” sobre la capacidad que tienen los asistentes para crear un foro más estable en el que puedan buscar conjuntamente soluciones a la crisis, en ella se evitarían temas conflictivos como Cuba y el proteccionismo y, hasta allá no irá Obama como “un papá Noel con una bolsa con un regalo para cada presidente”.

Con un Castro aterrizado pero pensando tras bambalinas; con un Chávez avanzado en socialismo del siglo XXI, pero con problemas para cohesionar esfuerzos latinoamericanos, Lula, por méritos propios, ha emergido como líder en el mundo y, particularmente, en y de América Latina. Aunque en la última década Uribe nunca jugó ese papel, ante Bush sólo fue líder de si mismo y de su proyecto guerrerista, no podrá dejar de afectarle ahora el ver cómo Lula, este 13 de marzo del 2009, ha entrado por la puerta de frente a la Casa Blanca como primer presidente latinoamericano recibido por Obama a los 52 días de posesionado.

En concepto de muchos, Lula sería el único que podría modificarle a Obama la agenda de la reunión de Trinidad y Tobago. El Presidente de Brasil ha llegado a la Casa Blanca con tres mensajes interactuados: que como la acción bilateral era obsoleta, él estaba empujando y continuaría empujando por el multilateralismo en las relaciones internacionales, será lo primero que le dirá; que unas nuevas relaciones de vecindad de Estados Unidos con Latinoamérica pasaban por una apertura hacia Cuba, “nosotros –le dirá– vamos a sacar a la Isla del aislamiento y por eso Cuba debe regresar a la OEA; y que Venezuela quería acercarse a los Estados Unidos, será el tercer mensaje.

Por estos días el BID señaló que en este 2009 el mundo ha entrado en su primera recesión planetaria desde 1945, final de la segunda guerra mundial. “Me ha impresionado por su realismo, escribió Francisco G Basterra en El País de Madrid, la afirmación del ministro holandés de Finanzas de que, por primera vez desde 1945, tenemos una generación que duda seriamente si la próxima va a vivir mejor que ellos”.

Entre los asistentes a Trinidad y Tobago, estará el presidente de Colombia que durante la administración Bush, con su equipo de gobierno y un grupo de lobbistas bien remunerados, se movió en Wáshington como Pedro por su casa, pero que ahora sabe que con Obama las reglas de juego han cambiado. Unas líneas atrás ya dijimos que el gobierno de Uribe está buscando modificar la estrategia de relaciones con la nueva administración estadounidense, pero sin ajustarse en lo interno para esa transición. Pero si con Bush, con quien tenía una clara identidad ideológico política tuvo que pagar un elevado costo político externo, en América Latina, sobre todo, con Obama, por lo que hizo –oposición a su elección– y por lo que son –dos mundos ideológico-sicológicos muy distintos– las dificultades de relación serán evidentes.

Para el actual gobierno de Colombia, sus problemas siguen siendo los mismos quizá mitigados por el éxito central, por cierto, único, en materia de contención de las guerrillas: una guerrilla contenida pero no domada y con nexos comerciales con el narcotráfico; dificultades para financiar el final de la guerra con más guerra; una seguridad democrática con visos de haber dado ya todo lo que de sí podía dar; aparición de una nueva generación de paramilitares; la droga en si como factor desinstitucionalizador; evidente desgaste de las reservas sociales de democracia; enorme deterioro de la vigencia de los derechos humanos; y un bajón significativo en la posibilidad de uso social intensivo y ampliado de las trampas de imagen.

Sólo que numerosas indicaciones señalan que para Estados Unidos esos ya no son problemas centrales y que, aunque seguirá abordándolos bajo otros criterios de enfoque, de análisis y de tratamiento, sin embargo, no volcará hacia ellos millonadas de dólares.

 Al referirse al TLC Estados Unidos-Colombia, ha dicho el presidente del Bid, sería grandioso llegar a Trinidad y Tobago “con ese tema resuelto, o, al menos, con un camino hacia la solución”.  Sin embargo, por lo que acabamos de decir, si en Trinidad y Tobago se produce una reunión Obama- Uribe, con seguridad no será muy larga, pues por pasado de Uribe y presente de Obama no será mucho lo que tendrán para hablar.

 De todas maneras, para el nuevo gobierno estadounidense no va ser fácil revertir, desde donde Bush y sus asesores de “Santa Fe IV” la dejaron, la situación colombiana en materia de droga y de conflicto armado. Ambos fenómenos y sus interacciones son un asunto objetivo que, independientemente del enfoque con el que se lo trate y de la prioridad que se le otorgue, interesa a Estados Unidos en sí mismo y por su impacto sobre la región.

Lo primero que tendría que hacer Obama sería replantear con claridad, y obrar en consecuencia, la neodoctrina de Seguridad y Defensa de Estados Unidos línea Reagan-Bush que, en sus distintas versiones literarias, fijó como constante discursiva el proclamar y practicar que “somos una fuerza militar sin paralelo, tenemos el derecho de actuar en todo el mundo para imponer la economía de mercado y garantizar la seguridad energética y podemos atacar a quien consideremos una amenaza”.

Obama tendrá que evidenciar que “ha cambiado” y Uribe aceptar que un discurso así, tan cercano al suyo, ha perdido actualidad. Pero, sobre todo, tendrá que aceptar que, en lo externo, ha perdido el poder que poseía para inyectarle efectos y visos de verdad absoluta e inmodificable e incuestionable e irrefutable a su Estrategia de seguridad democrática.

* http//atisbosanaliticos2000.blogspot.com
Atisbos Analíticos N. 100, Santiago de Cali, marzo 2009, Humberto Vélez Ramírez, profesor del Programa de Estudios Políticos, IEP, Universidad del Valle; Presidente de ECOPAZ, Fundación Estado-Comunidad-Paz, Un nuevo Estado para un nuevo país.
humbertovelezr@gmail.com

(Tomado de Obama, Obamanías y obamaposibilidades – Blanco, Negro o Amarillo ¿qué podrá hacer Obama?, Santiago de Cali, marzo 2009, versión digital, páginas 96-100).

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