Como un Macondo posmo

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Wilson Tapia Villalobos.*

Continente variopinto, América Latina muestra con retardo la llegada de la posmodernidad. Y van cayendo los paisajes, el lenguaje, las ideologías, la política. Como son cambios rápidos, nos sorprenden. Pero la posmodernidad sólo ha traído celeridad, tecnología que maravilla. En cuanto al pensamiento, nada nuevo.

Así se ven las declaraciones del presidente peruano Alan García al diario chileno La Tercera. Militante emblemático de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA o Partido Aprista Peruano), destacado socialdemócrata, como era de esperar defendió las posiciones de su país. En especial en cuanto al planteamiento que su administración presentó ante la Corte Internacional de La Haya, que pretende cambiar los límites marítimos entre ambas naciones. Pero no se quedó allí, que era lo diplomáticamente aconsejable. Avanzó juicios sobre las relaciones entre Chile y Bolivia.

Sostuvo que habría un acuerdo encubierto entre los dos países para dar una salida soberana al mar que terminaría con el enclaustramiento boliviano. Tal convenio subrepticio implicaría entregar territorios que antes de la Guerra del Pacífico (1879) pertenecieron al Perú y hoy se encuentran en poder de Chile. Eso, según García, habría determinado que su colega Evo Morales denunciara que la postura peruana perjudicaba las aspiraciones de Bolivia.

Santiago y La Paz negaron que exista tal acuerdo. La incomodidad ha desembocado en el deterioro de las relaciones bilaterales. Pero no sólo por tales afirmaciones. En el caso chileno, García se permitió minimizar las declaraciones del ex comandante en jefe del ejército peruano, general Edwin Donayre. En una reunión social, que fue grabada en vídeo cuando aún era la más alta autoridad castrense, éste decía: “He dado la consigna acá de que chileno que entra ya no sale. O sale en cajón. Y si no hay suficientes cajones, saldrán en bolsas de plástico". Luego agregaba que las mujeres podrían actuar como "mujeres bomba", para seducir a los chilenos y así ayudar al Ejército peruano.

Tales declaraciones tensaron las relaciones en su momento. La cancillería chilena, actuando apresurada y descomedidamente, exigió la salida del general. Y el gobierno de Lima respondió, como era previsible, que no recibía órdenes extranjeras. Finalmente el general se acogió a jubilación, en un proceso que debía ocurrir quince días después del incidente. Lo curioso es que el propio general Donayre reconoció, en carta enviada al embajador de Chile en Lima, Favio Vio, que sus palabras habían sido inapropiadas y desafortunadas. Pero ahora el presidente García les resta importancia, señalando que hubo exageración. Que el militar hizo alusión a la letra de una canción muy popular en su país.

Curiosa postura. Sobre todo si se considera que la llegada de García, por segunda vez a la presidencia, fue muy bien recibida en círculos del gobierno chileno. Miembros de la gobernante Concertación de Partidos por la Democracia vieron con sumo interés como éste dirigente resucitaba políticamente. En especial, la alegría conmovió a los socialdemócratas –el Partido Socialista (PS), el Partido Radical Socialdemócrata (PRSD) y el Partido por la Democracia (PPD)–. Todos tenían estrechos lazos con el APRA y con el propio García. La presidenta Michelle Bachelet, militante socialista, debe haber abrigado esperanzas de acercar aún más a las dos naciones.

Pero Alan tenía otros designios. Su postura de contradicción con Chile pretende restar apoyo a su contendor interno, el nacionalista Ollanta Humala, a quien debió vencer en segunda vuelta para llegar a la Presidencia. Pero también la posmodernidad lo ha cambiado. Como líder del APRA, está lejos de seguir los postulados que le dieron origen a ésta, en 1924, en México. García ya no pretende impulsar la revolución en América, y su popularidad se encuentra en un esmirriado 27%. Hoy es seguidor del modelo neoliberal. Y exhibe con orgullo que la economía de su país creció un 9,2%, en 2008, y el 2009 será una de las cinco naciones del mundo que mostrará tal comportamiento positivo, esta vez con un 3%.

Pese a ello, su popularidad sigue cayendo. La bonanza económica ha concentrado la riqueza, en un fenómeno similar al que ocurre en Chile.

Llama la atención que este líder político de amplia cultura, admirador de Nicolás Maquiavelo y su obra cumbre El Príncipe, haya cometido errores tan gruesos. No sólo se ha granjeado muy poca simpatía entre sus conciudadanos, también ha generado malas relaciones con tres de sus cuatro vecinos:

– Los nexos con Bolivia se encuentran en un nivel muy bajo. Y abundan las declaraciones altisonantes, a veces cargadas de burda ironía, en contra del presidente Morales. Es posible que ello obedezca a la necesidad de marcar más distancia con Humala, indigenista como el mandatario de Bolivia.

– Con Ecuador las diferencias son históricas y sustentadas por enfrentamientos armados de fecha reciente. En términos político ideológicos, el presidente Rafael Correa se encuentra en una vertiente diferente a García. Apoya un modelo social más cercano al que impulsan Venezuela y Bolivia.

– Con Chile este presidente, que muchos consideraban “compañero de ruta”, ha creado una competencia que difícilmente pueda darle dividendos. Al menos no de aquellos que desarrollen la comprensión entre naciones hermanas e impulsen su desarrollo. Cuestión especialmente delicada en un mundo en el que naciones pequeñas sólo tienen la posibilidad de unirse para formar bloques que adquieran algún peso en una economía globalizada.

– Con Brasil, García ha intentado establecer relaciones especiales. Pero el presidente Inacio Lula da Silva sabe que el gas boliviano pesa en demasía. Y también debe reconocer que acercarse mucho a Lima podría interpretarse como tomar partido contra el mandatario venezolano, Hugo Chávez. Una cuestión que desdibujaría el papel de país rector que se asigna Brasil dado su peso incontrarrestable en el continente.

Tal vez García pretendía ser un aliado privilegiado de los Estados Unidos. Pero ese lugar ya lo ocupa Colombia. Y el costo que debe pagar su colega Álvaro Uribe él no puede cubrirlo con la escasa popularidad que ostenta.

El presidente peruano deberá enmendar errores. Sus cálculos geopolíticos parecen no haber dado los resultados esperados. Su popularidad no sube pese a los exabruptos nacionalistas y a los éxitos económicos. Y un Perú aislado no es una carta de presentación política muy poderosa.

* Periodista.

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