Conflicto de prensa. – DAÑOS COLATERALES

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Nunca es grata u oportuna una huelga –lo saben los trabajadores tanto como los empresarios–, sólo que es en ocasiones la única forma al alcance de la parte más débil de la relación laboral para hacerse oír cuando la otra carece de tiempo o de ganas para hacerlo.

Sin dudas hay en Perfil sueldos mayores a $ 800 mensuales –alrededor de US$ 270–, pero eso es lo que ganan no pocos empleados de la editorial. Los trabajadores plantean la discusión en torno de un salario mínimo inicial de $ 1.800 –unos US$ 900–, cantidad en absoluto exagerada.

Buscan además un aumento del 35% para quienes ganen por debajo de $ 2.500 y del 25%, para sueldos inferiores a los $ 3.500. Para los sueldos mayores a ese monto reclaman un aumento del 10%. Y exigen se page igual salario por igual tarea. La empresa hasta el lunes 10 de julio de 2006 por la tarde no había contraofertado, es decir: no abrió la necesaria instancia de diálogo, la posibilidad de acuerdo. El malestar laboral se mantiene desde el mes de junio del presente año

(En Piel de Leopardo puede leerse aquí información más completa sobre el conflicto).

Jorge Lanata en principio apoya a sus pares, esto es: accedió a no escribir su columna semanal; puesto que sin firma la dirección editorial de Perfil no publica los trabajos enviados, estimó que lo que quería decir respecto del movimiento sindical lo haría en la sección de «cartas de los lectores».

Escribió Lanata

fotoTengo un problema. Soy, en esta redacción, el único que vio este asunto del lado de Fontevecchia. Quiero decir: sé qué significa sacar un diario contra viento y marea, con casi todo en contra y sólo con los lectores a favor. (Y si quisiera tenerme aún más lástima podría agregar que yo tenía 26 años, y ni un centavo, y ninguna editorial de revistas para apoyarme). Para colmo, durante toda la semana el Presidente y la señora CK se empeñaron en darnos clases de periodismo, de modo que no estamos en un gran día.

Cuando Oscar Wilde decía que el hombre destruye lo que ama, creo que se refería a los periodistas. Formo parte de un gremio donde el puterío por metro cuadrado es altísimo, somos vedettes culposas de las plumas y pensamos que el Universo entero está ahí detenido, esperando nuestra palabra. Somos (y sólo en eso K y CK tienen razón) corporativos y tan corruptos como los políticos, y nos encanta protegernos en lo políticamente correcto sin arriesgar nunca nada.

También es cierto que las empresas que tratan de conquistar la selva del periodismo son muchas veces impresentables: lobbys con plata negra de la política, o aventureros que utilizan los medios para presionar al poder y conseguir negocios.

No cuento ninguna novedad si digo que existen las notas vendidas, los reportajes arreglados, los suplementos especiales con sobre incorporado, y, desde las empresas, la explotación de los estudiantes como mano de obra casi esclava, la violación de los derechos de autor, etcétera, etcétera. Se le agrega al periodismo una frutilla sobre el helado: un convenio increíble, lúcido y maravilloso cuando sos periodista. Pero muy difícil de cumplir cuando intentás llevar adelante una empresa en la vida real.

Calma, calma: no estoy proponiendo incumplir el convenio. Pero creo que sería útil que el público conociera algunos de nuestros privilegios (o nuestros derechos adquiridos, si se quiere).

Un periodista se convierte en trabajador efectivo al día 28 de su labor. Si al día 29 nuestro colega llega de mal humor y mea el escritorio de su jefe debe cobrar, por ser despedido, el equivalente a 13 salarios más el proporcional de vacaciones y aguinaldo, claro. Más claro: si gana mil pesos y es echado al mes, cobrará unos 14.000.

Esta previsión indemnizatoria tiene una lejana razón de ser, en la época en la que se abrían diarios con fines electorales y se cerraban a poco de perderse tal o cual elección. Esta era una manera de proteger la fuente de trabajo. Hoy, este régimen provoca lo siguiente: si alguien quiere sacar un medio debe tener, en previsión de sus eventuales pasivos contingentes, uno o dos millones de dólares para pagar indemnizaciones en el caso de que todo vaya mal, y tenerlos antes de empezar.

Preguntarnos por qué, en este país devastado y flexibilizado, se mantuvo el Estatuto del Periodista es obvio: el poder de turno nos tiene miedo, prefiere no pelearse con el gremio. ¿Quiero que lo saquen? De ningún modo, soy periodista, me encanta. Me pregunto sobre su incidencia en la aparición de proyectos nuevos.

De todos modos, ningún empresario trucho se amilanó con la ley para despedir a cientos de trabajadores: lo hicieron igual, y estamos llenos de diarios y revistas cerrados que dejaron a mucha gente colgando del pincel. Debo agregar algo en descargo de Perfil: cuando el primer diario cerró, negoció y pagó millones de dólares en indemnizaciones.

Asistí, en estos treinta y dos años de trabajo, al cierre de varios diarios: siempre ganaron los empresarios y muchas veces las mismas comisiones internas se encargaron de darles una mano al extremar más y más sus posiciones. Si empezás un conflicto tomando rehenes, ¿qué te queda para negociar después?

La mecánica de convocar asambleas en horarios de trabajo, por ejemplo, sigue siendo una manera de realizar paros virtuales. Eso sin hablar de la hipocresía de quienes lo llevan a cabo: me pasé la vida viendo a tipos que no son capaces de hablar en voz alta en Clarín, pero que en Perfil o en Página (diario Página 12) arengaban a los gritos desde arriba de un escritorio emulando a Lenin en la famosa locomotora.

En general, he advertido que somos más revolucionarios donde podemos revolucionar, que donde no podemos, y no me gustan los que les ponen el pecho a las balas cuando están seguros de que son de salva.

Y ahí estábamos, en los primeros años de Página, tratando de sacar plata de abajo de las baldosas para pagar los sueldos, y con una pérdida mensual de unos ochenta mil dólares de entonces. Con casi nada de publicidad y peleando para sobrevivir.

Nunca tuvimos tantas medidas de fuerza como entonces: el Partido Comunista, consciente de nuestras dificultades, decidió que era mucho mejor sacar otro diario para competir en lugar de ayudarnos, y sacó Sur, que duró un año y luego cerró. Papel Prensa negándose a vendernos papel más barato, cuando Clarín y La Nación lo compraban a la mitad del precio de mercado, subsidiados por el Gobierno. Nosotros, a la vez, discutiendo con la interna una cláusula automática de ajuste inflacionario, que finalmente aceptábamos, a costa de nuevas pérdidas. A pesar de eso, salía un diario. Creo que me hice católico en esos tiempos, frente a aquel milagro.

–Ah, traje nuevo –me dijo un día un delegado– y después nos dicen que no pueden aumentar los sueldos…

A ese grado podía llegar la estupidez en una discusión. Cosas tan distintas discutíamos. Y me olvidaba: agreguemos a Ambito Financiero, Menem, la SIDE, los distintos servicios, las revistas truchas, todos siempre bien dispuestos a informar sobre los conflictos de los “progres” que pagaban malos sueldos. Una vez, en medio de una maniobra extorsiva para “exteriorizar el conflicto”, me harté.

¿Por qué tenía que tener miedo de que la gente se enterara del problema? Contemos todo –dije– y es más: voy a publicar, uno por uno, la lista de salarios de todos. El conflicto se levantó. Los periodistas ganaban bastante más que los lectores, y pensaron que no lograrían su adhesión.

–Vamos a terminar hablando de Página/12 en los bares. Diciendo: “Te acordás…”.

Fue lo que sucedió. Al octavo año el diario cambió de dueños y yo di vuelta una página en mi carrera.

No volví a trabajar en un diario sino hasta ahora. No recuerdo si en el primer o segundo año de Página (87 u 88) publicamos, por primera vez en la historia, una columna de la Comisión Interna explicando los motivos de un paro y convocando a él, y una mía, como director, donde decía que nuestra manera de protestar es informar, instándolos al trabajo. Pasó desde entonces mucha agua bajo el puente pero nunca mas vi, ni aquí ni en el exterior, un debate de este tenor abierto al público. Es saludable que todo esto suceda.

La aparición de este conflicto motivó la decisión empresarial de postergar la salida cotidiana de los sábados, como paso obligado hacia el proyecto de salida diaria. Espero que esa suspensión no sea permanente, y el proyecto reencuentre su cauce fuera de la puja sindical.

Los trabajadores y la empresa tienen que encontrar la manera de volver a caminar juntos un camino de dos o tres años de crecimiento y billeteras ajustadas. ¿Cuánto va a perder Fontevecchia con esto? ¿Siete millones? Bueno, que pierda ocho… Esa respuesta es la más fácil, la mas cómoda, pero también la más idiota. Dejemos de tropezar, siempre, con la misma piedra.

La mano, el gato, la castaña, el fuego

Deja planteados Lanata una serie de asuntos importantes a la hora de pensar en el periodismo que se hace con medios siempre escasos; señala también algunas consideraciones de carácter extraperiodístico y puede entenderse –sin forzar su texto– que de manera admonitoria indica que la responsabilidad de un emprendimiento periodístco corre por cuenta de los trabajadores.

fotoOlvida tal vez que los periodistas rara vez, si alguna, tienen «voz y voto» a la hora de tomar decisiones en los medios donde trabajan –ni siquiera decisiones periodísticas–. Olvida, triste olvido, que lo más urgentemente planteado es mejorar sueldos menores a US$ 10 diarios, cantidad que debe servir para habitar, alimentar, vestir, movilizar, educar y aculturar a una familia.

De cualquier modo la lucha de los periodistas argentinos de Editorial Perfil es seguida de cerca por sus colegas en otros países. No por la razón esgrimida en forma bastarda por Lanata y que, cierto, se contiene en el Estatuto que –en teoría– rige las actividades de la profesión y se refiere a la indemnización de ocho sueldos por año en caso de despido.

Lo medular del Estatuto tiene relación con las obligaciones mutuas de corte ético-profesional entre empresas y trabajadores del periodismo; al hecho, por ejemplo, de que un periodista no debe ser obligado a escrbir sobre un asunto en contra de sus principios o creencias.

Asuntos, por otra parte, recogidos por Perfil, orgullosamente, en los contratos que celebró con los profesionales cuando lanzó por primera vez el diario del mismo nombre. Si el periodismo ha de regirse como cualquier otra empresa comercial, no son los trabajadores los llamados a proteger a su costa las utilidades del empresario; y esto no es afirmar a priori que no sean aquellas legítimas.

No se observa intención de abuso en el petitorio de los periodistas de Perfil; si la empresa considera, en todo caso, que éste es exagerado, bueno: para eso se montan mesas de negociación, ¿verdad?

La editorial se desenvuelve con un estilo periodístico propio y peculiar que a lo largo de los años su director, Jorge Fontevecchia, ha ido desarrollando se diría «a su imagen y semejanza». Pero cada nota, cada artículo, cada investigación concreta es el resultado de la labor del periodista a cargo del trabajo y llega al público gracias a la tarea de sus directores de arte y diagramadores. Los mismos no recibidos –al estilo de los viejos, gruñones capitanes marinos del siglo XVIII– en el castillo de popa, en este caso el último piso del edificio donde tiene las redacciones de sus revistas la editorial.

Y esto indica otra voluntad de estilo. Que no maneja palabras.

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