Convivir: la armonía

2.678

Gisela Ortega*

Es frecuente encontrarnos con personas especiales que nos causan una buena impresión, que responden gustosamente a los altos y bajos de la vida diaria. ¿Cómo lo consiguen? ¿Qué las distingue del resto de la gente? La respuesta se encuentra con facilidad: la energía proviene de su interior, viven armónicamente y en equilibrio consigo mismos y con su ambiente.

La palabra armonía tiene diversas definiciones. Los griegos utilizaban este término para representar el “perfecto equilibrio” en el ser humano en lo referente tanto al estado físico como intelectual, lo que producía una determinada forma de actuación durante el transcurso de su vida.

Otra más nos dice que armonía es “la conveniente proporción y correspondencia entre unas cosas y otras”.

Incluso tras los versos conturbados de la bellísima Fábula de polifemo y Galatea, de Luis de Góngora (1561-1627), en los que se lee:

infame turba de nocturnas aves,
gimiendo tristes y volando graves

es posible encontrar, más allá de la perfección del poeta, una melancólica armonía.

Con otra óptica mucho después el filosofo alemán G.W. Leibniz (1646-l7l6) señala: "La armonía preestablecida es la correspondencia establecida por Dios entre las leyes del cuerpo y las del alma. El universo tiene la suficiente armonía para que todas las especies y elementos que lo forman, puedan existir y coexistir tanto individual como colectivamente con o sin influencias entre ellos”.

Y el matemático, pacifista y filósofo británico Bertrand Russell (1871-1970) manifiesta: “La armonía interior es el privilegio de aquellos cuyos impulsos son tales que pueden hallar salidas constructivas más que destructivas”.

Armonía, así, significa interna y externa estabilidad, aplomo, consonancia, y, en definitiva, un estado proclive a la felicidad. La mayor virtud humana es vivir armónicamente la tranquilidad interior. Por estabilidad hay que entender aquel estado de serenidad en el que las diferentes cualidades del hombre se combinan sin contratiempos hasta formar un todo, un carácter equilibrado.

La complejidad de nuestra sociedad, el ajetreo y el estrés de lo cotidiano nos roban esa paz.

Igual nos va tanto en el trato con los demás como con nosotros mismos; las épocas de concordancia son, por desgracia, más escasas que las de los pequeños y grandes enfados. Ninguna existencia transcurre sin complicaciones ni conflictos, como si la convivencia fuera algo natural en la vida cotidiana. Pero, por otra parte, esto no significa que no se pueda alcanzar, que no existan condiciones para conseguir una vida armónica. En cualquier caso siempre hay que comenzar por uno misma. Tenemos que entrar en consonancia con nosotros y ser capaces de conciliar las desarmonías exteriores que influyen en nuestro interior.

"Desarmonizadores"

Del mismo modo que existen personas conciliadoras, que siempre parecen dulcificar el ambiente, hay también provocadores cuyos pensamientos y sentimientos caóticos influyen en los demás.

Estos seres disfrutan a menudo de los desconciertos que salen a flote. Debido a su propia insatisfaccion interior no permiten a los demás vivir en paz. No dejarse provocar por semejantes individuos, e incluso evitarlos, es un deber cuando no una necesidad.

Resulta fácil de explicarse por qué evitarlos: ¡la afinidad es tan rara en nuestros tiempos! El bienestar social, en el que todos los deseos parecen satisfechos, exige de la persona cada vez mayores concesiones, hasta que se vuelve más y más egocéntrica e interesada.

El personalismo y la avenencia se repelen. La armonía necesita, sin embargo, de tolerancia, perdón que se pide y se concede, reconciliación y compromiso.


 * Periodista latinoamericana nacida en Venezuela.

También podría gustarte
Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.