De la imprenta al libro electrónico: cronología de una pasión

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Juan Manuel Costoya.*

La técnica ha desempeñado un papel decisivo a la hora de divulgar la literatura. Desde el siglo XV el libro ha sido, a la vez, fuente de transmisión de arte y conocimiento, objeto artístico en sí mismo y pasión de coleccionista. Depósito histórico de emociones y recelos a partes iguales, pocos objetos debidos al ingenio humano han suscitado tantas adhesiones incondicionales.

Hasta 1449 los libros se difundieron a través de copias manuscritas, un trabajo artesano y artístico, muy cualificado en ocasiones, que llevaban a cabo los monjes de determinadas abadías. Sus encargos procedían, en su mayor parte, del alto clero y de las cortes europeas. La escritura y la lectura eran absoluto patrimonio de las clases dirigentes.

Muchos de los monjes copistas ni siquiera sabían leer ó escribir. No era infrecuente que fueran precisamente ellos los encargados de trasladar a los pergaminos obras filosóficas que pudieran ser críticas con la religión cristiana o bien aquellas que tratasen una temática “delicada” como pudiera ser la concepción humana, medicina interna etc.

Los copistas podían demorarse hasta diez años en entregar un ejemplar complejo. De esta forma se salvaron de su desaparición total muchas obras significativas del pensamiento greco latino, verdaderas claves para entender la cultura occidental.

Gutenberg

El primer ejemplar que se imprimió con métodos mecánicos fue El Misal de Constanza en el año 1449. La obra se debió al esfuerzo creador de Johannes Gensfleisch zur Laden zum Gutenberg. Como buen inventor era un hombre tenaz que pronto advirtió que para sacar adelante sus planes, y dada su escasez de recursos económicos, era obligado caer en gracia ante los poderosos. Es por ello que suprimió su primer apellido (Gensfleisch significa comedor de gansos) para pasar a firmar como Gutenberg. Su primer acreedor fue el banquero sefardita Diego Márquez Lechuga, quien no parece que en relación a su existencia y apellido tuviera similares preocupaciones a las del joven Johannes.

La idea de Gutenberg era fácil de concebir pero, dados los medios de la época, compleja de ser puesta en práctica. Se hizo necesario confeccionar moldes de madera para cada letra y rellenarlos posteriormente con hierro para crear los primeros tipos móviles. El largo y oneroso proceso acabó con la paciencia y confianza del primer banquero y Johannes Gutenberg, de nuevo en la bancarrota, se vio obligado a buscar nuevas formas de financiación. En mala hora.

En su interesado auxilio acudió otro personaje de las finanzas, Juan Fust. El banquero, haciendo honor a su oficio, adivinó con celeridad la potencialidad que escondía la imprenta de Gutenberg. Como condición para otorgar el crédito estipuló que fuera su propio sobrino, Peter Schöffer, el que se convirtiera en mano derecha del inventor.

Después de largas temporadas haciendo pruebas con una vieja prensa de uvas adaptada a su nuevo cometido tipográfico el dinero volvió a acabarse. Fust, conocedor de los entresijos del invento gracias a su sobrino, se negó a financiar los últimos ajustes de la imprenta concebida por Gutenberg. Es más, para satisfacer impagos anteriores embargó el negocio e hizo suyo un primer pedido de 150 Biblias ya apalabrado.

Los primeros ejemplares impresos fueron vendidos, a muy buen precio, entre el alto clero y la nobleza, llegando incluso hasta el Vaticano. Juan Fust multiplicó su fortuna. Gutenberg salió de su imprenta arruinado, teniendo que ser acogido por un obispo ante la imposibilidad del inventor de hacer frente a sus necesidades vitales en los últimos años de su vida. La imprenta inició una rápida expansión por el mundo basada en la celeridad de sus entregas. La sentencia que afirma que Dios escribe recto con renglones torcidos nunca estuvo más justificada.

Aldo Manuzio

La imprenta permitió una multiplicación exponencial del número de libros puestos en circulación. La era moderna había comenzado y, el beneficio, un elemento hasta entonces casi desconocido en el tráfico de libros, pasó a primer término. Siglos más tarde el poeta Charles Baudelaire ideó un ensayo en contra de la imprenta, a la que hacía responsable de la destrucción de lo que consideraba un ideal de belleza en los libros manuscritos. A pesar de ello y en la sociedad que se agitaba en torno al año 1.500 el analfabetismo era abrumador. Sólo las clases dirigentes y el alto clero eran capaces de leer y escribir con una cierta fluidez. El precio de los libros era, de igual forma, inabordable para la inmensa mayoría de la población.

Con este panorama de fondo instala su taller en Venecia el impresor Aldo Manuzio (1449-1515). La elección de la ciudad de los canales no es casual. Venecia era en aquellos años una de las ciudades más cosmopolitas de Europa y eso tenía su reflejo en el creciente número de talleres de impresión con que contaba la ciudad-estado. Escritores perseguidos en otros puntos de Europa y argumentos prohibidos, como el erótico, encontraban en Venecia su refugio.

Aquí publicaría el clérigo Francisco Delicado La lozana andaluza y en esta ciudad encontrarían refugio los libreros e impresores huidos tras la toma de Constantinopla en 1453 por el ejército otomano. Los monjes armenios encontraron también acogida en una de las islas de la laguna y allí instalaron su imprenta equipada con los tipos móviles de su idioma nacional, al que tradujeron buena parte de las obras de la antigüedad clásica.

Aldo Manuzio, desde su taller de impresión, se propuso afrontar una revolución en el mercado de libros. Sus esfuerzos se dirigieron en primer lugar a garantizar la calidad de las traducciones y en segundo término a hacer posible que los libros salieran del exclusivo reducto social en el que estaban confinados.

Con el fin de garantizar su primer objetivo el fundador de la imprenta aldina se rodeó de un amplio número de estudiosos griegos y latinos, de traductores y componedores de textos, reunidos todos en lo que se conoció como la Aldi Neokademia. Desde aquí se diseñaron nuevos modelos de caligrafía griega destinados a fundir nuevos tipos en este alfabeto. La primera obra que imprimió la imprenta aldina en el idioma heleno fue una gramática, la Erotemata de Constantino Lascaris.

A partir de 1.495 saldrían de sus talleres obras de Aristóteles, comedias de Aristófanes y crónicas históricas firmadas por Heródoto, Jenofonte, Eurípides, Demóstenes, Tucídides y Sófocles.

Al margen de sus esfuerzos en la recuperación del idioma y las obras griegas Aldo Manuzio editó también a los clásicos latinos y a los autores que la península italiana ofrecía al mundo en aquellos años. Las cartas de Plinio el joven, los poemas de Petrarca, La Divina Comedia de Dante ó los Adagia de Erasmo de Rotterdam, entre otros, contaron con cuidadas ediciones del taller aldino.

Manuzio y los especialistas a su servicio diseñaron para el alfabeto latino un nuevo tipo tipográfico inspirado al parecer en la caligrafía de Petrarca. Un experto grabador de troqueles, Francesco de Bologna, se incorporó a partir del 1.500 a la imprenta aldina diseñando los primeros tipos itálicos y la tipografía conocida como bastardilla. Este tipo surge con el fin de ahorrar espacio en las impresiones ya que la letra cursiva permite un abaratamiento en los costes de impresión.

Manuzio no hizo mayores sus márgenes de beneficio con este ahorro. Su principal afán fue ampliar la difusión de la cultura escrita. Con este fin disminuyó el tamaño de los libros creando un nuevo formato, el enchirridi forma, que vino a ser la medida actual de un libro de bolsillo. Manuzio, buscando hacer asequible el precio del libro, aumentó su tirada hasta los mil ejemplares lo que permitió abaratar cada volumen en casi un cincuenta por ciento. La imprenta aldina introdujo el cartón en las tapas forrándolo de cuero lo que permitió nuevas economías.

Gracias a esta iniciativas y por primera vez la cultura podía ser alcanzada por segmentos cada vez más amplios de población. Los volúmenes se hicieron transportables y se puso de moda llevar un libro encima, leer en los jardines y antes de dormir. Aldo Manuzio, cuyo emblema editorial fue el dibujo de un áncora y un delfín, realizó estas decisivas innovaciones sin  perder un ápice de calidad y exigencia.

Fue el responsable del mayor número de Ediciones Príncipe realizadas en su época, un total de 28. Para realizarlas su taller filológico debía conseguir diferentes versiones manuscritas del mismo ejemplar. Una vez comparadas y estudiadas con detenimiento por los especialistas se obtenía una versión consensuada y definitiva. También el papel y la calidad de impresión eran impecables. La imprenta de Aldo Manuzio alcanzó sus objetivos, consiguiendo una multiplicación efectiva de la cultura humanística en la sociedad de su época.

¿Futuro electrónico?

El libro electrónico se ha convertido en la estrella de los regalos navideños. Según datos hechos públicos por Amazon el pasado 25 de diciembre dicha macrolibrería vendió más “e-books” que editados en papel. Desde la aparición del ya obsoleto CD- ROM, hace ya decenios que se escuchan voces que anuncian la inminente desaparición del libro en su formato tradicional. Hay incluso una indisimulada satisfacción en este anuncio.

Los profetas tecnológicos claman que nada puede detener los avances en la transmisión de la información. No parecen caer en la cuenta de que la literatura nunca ha sido una cuestión de mayorías y que la transmisión y el consumo poco tienen que ver con el disfrute sosegado de uno de los productos más perfectos y acabados creados por la mano humana. Componentes que van más allá de la razón y que incluyen el fetichismo pudieran argumentarse en el caso de que el libro como producto necesitara ayuda.

En literatura la tecnología del siglo XV sigue siendo imbatible. Resulta igual de evidente que los formatos digitales y el libro de papel no tienen por qué estar enfrentados. Cada uno tiene su momento y espacio propios.

Los modelos electrónicos que están en el mercado, el Amazon Kindle, el Barnes&Noble Nook, el Papyre 6.1, el Inves Book 600 ó el Sony Reader Touch Edition, representan una nueva concepción de almacenamiento de obras de consulta con muchas interrogantes aún por resolver. La piratería digital es una amenaza real a la que se unen los contenidos todavía no lo suficientemente diversos, al menos en castellano. El reto del libro electrónico dependerá también de que las diferentes editoriales sean capaces de ofrecer a los lectores una forma cómoda y asequible de acceder a las novedades que se publiquen.

A la velocidad a la que se mueven las innovaciones electrónicas ya hay quien aconseja esperar unos meses para hacerse con las versiones actualizadas de los lectores digitales. La compatibilidad entre formatos, la capacidad de ampliar la memoria, la conectividad Wi-Fi o, a día de hoy, la dificultad de encontrar obras literarias del gusto del consumidor con que llenar los “e-books” serán algunas de las primeras dificultades que deberán sortear los recién nacidos, y ya muy de moda, libros electrónicos.

* Periodista, escritor.
 

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