Derechos humanos en Cuba: el debate infinito

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

La organización de las relaciones internacionales basada en la existencia de un solo poder –el de Estados Unidos, que emergió cuando la autodisolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en la última década del siglo XX– parece estar llegando a su fin.

No es que la capacidad tecnológico-militar estadounidense haya declinado desde los días de la Guerra del Golfo o los brutales bombardeos sobre la República Serbia, en la ex Yugoslavia; simplemente la limitada comprensión de las complejidades de la historia, y su insistencia en amoldar otras culturas a la propia por parte de los equipos humanos de la Casa Blanca, han terminado por situar al país “campeón de la democracia” en el incómodo rincón de los Estados –o las sociedades– en que no se puede confiar.

Diversos sondeos de opinión pública realizados en Europa y América Latina –donde mayor es la influencia estadounidense–, pero también en el mundo musulmán y en Asia, indican que la potencia de América del Norte es visualizada como el mayor peligro para la paz mundial.

Poner a Cuba en la picota
bien puede subir a EEUU al cadalso

La insistencia del señor Bush y del “stablishment” político-financiero de EEUU en orden a obtener la condena de Cuba en la ronda de reuniones de la Comision de DDHH de la ONU –que se realizan hasta abril en la ciudad de Ginebra, Suiza– no hace más que potenciar el desgaste estadounidense y su progresivo aislamiento político, cuyas consecuencias económicas –el euro conforma ya no menos del 20 por ciento de las reservas de divisas internacionales, y la tendencia indica que pronto desplazará al dólar– hacen inviable cualquier pretensión de siquiera mantener los niveles de consumo y calidad de la vida de su población, basada –precisamente– en el consumo.

La negativa del gobierno del señor Bush –actitud que se origina en verdad cuando la presidencia del señor Clinton– a respetar los acuerdos emanados del Protocolo de Kyoto sobre la necesidad de “limpiar” la atmósfrera* no contribuye a mejorar la imagen planetaria de su país. Menos aún su desembozada actividad militarista, que dejó atrás la imagen de país gendarme del capitalismo para convertirlo en la de país-invasor y emergente del llamado imperio mundial**.

América Latina –en América del Norte, con el caso mexicano; en el Caribe, con Puerto Rico, Cuba, Granada; en América Central con la creación de Panamá y los casos de Nicaragua y Guatemala; América del Sur con las más recientes dictaduras de la Argentina, Brasil, Chile, Uruguay y ahora Colombia, entre muchos otros– conoce desde el siglo XIX esas características del “hermano grande”.

En el universo político, en especial cuando se habla de relaciones entre los Estados, a menudo las razones morales desaparecen debajo de los intereses económicos y razones geoestratégicas. La hecatombe, el holocausto que tiene lugar en África es buen ejemplo de ello. La ciega voluntad estadounidense de destruir el orden social cubano es otro.

Los derechos humanos adquieren sustancia, se tornan reales, rigen en aquellos países donde a sus habitantes les asegura, en mayor o menor grado, pero a todos por igual, salud, trabajo, educación, libertad de movimiento, de conciencia y de expresión. Además de no hipotecar el ambiente de las generaciones futuras.

Ningún Estado del mundo puede en la actualidad –ni podría en el pasado– decir que los cautela íntegramente. Algunos, como el Reino de Suecia, Finlandia y Cuba planifican y mantienen políticas que protegen, con mayor o menor éxito, algunos de los aspectos señalados más arriba. Otros, como Estados Unidos, Gran Bretaña después del gobierno de la señora Thatcher o Chile dejan entregado al azar de la competitividad medida por el mercado el bienestar físico e intelectual de sus ciudadanos actuales y futuros.

Es en esta dimensión que adquiere importancia el “asunto Cuba”. No se trata, obviamente, de proponer una discusión sobre determinadas estadísicas; por ejemplo que la población con ascendencia africana conforma un pocentaje mayoritario de los reos condenados a penas de prisión en EEUU frente a aquella de ascendencia anglo-sajona. Sería utilizar esa estadística –quién sabe– para afirmar que los negros son delincuentes por mandato de sus genes.

O para decir que en Cuba se impide a los ciudadanos tener acceso a las últimas producciones cinematográficas o de la industria editorial. Lo cierto es que los cubanos gozan de una educación cuya calidad y consistencia es impensable en el resto de América Latina.

Lo cierto es que, aún con las deficiencias propias de la pobreza de recursos materiales, la salud pública está a años luz de la existente en cualquier país de América Central –donde sólo se destaca la costarricense, cuyos hospitales, por otra parte, son pasto para la experimentación de los laboratorios de especialiades médicas extranjeros– o de America del Sur. Y de las prestaciones médicas que reciben las capas más pobres de la población en las ciudades estadounidenses.

Luego del triunfo de su revolución –en la década de 1961/70– Cuba solidarizó con las guerrillas de entonces, aunque no del mismo modo en que EEUU formó, pagó, entrenó y produjo alzamientos armados en América Central –y posteriormente golpes de Estado en cuánto país pretendió una política independiente de sus intereses.

Cualquier cobertura moral estadounidense, si no murió cuando el “incidente” que originó la invasión a Cuba a fines del XIX, se convirtió en una llaga sobre la conciencia de la humanidad con la invasión a Afganistán o los “sucesos” de “malos tratos” (sic) a los prisioneros iraquíes. En Iraq y fuera de Iraq.

La bandera de los intelectuales

Circula por la internet una carta abierta dirigida a “Fidel Castro Ruz
Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros (de la) República de Cuba”. Está fechada el 16 de marzo y fue entregada en la Oficina de Intereses de Cuba en los Estados Unidos de América.

Dice: “El Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés), junto con los 107 periodistas y escritores latinoamericanos abajo firmantes, reclama la liberación inmediata e incondicional de todos los periodistas cubanos que se encuentran encarcelados. Asimismo, exigimos que se anulen las sentencias de los seis periodistas que han sido liberados tras recibir una licencia extrapenal por motivos de salud”.

Y prosigue: “Con 23 periodistas presos, Cuba continúa siendo uno de los países líderes en esta categoría, sólo superado por China. Los periodistas han estado encarcelados desde marzo del 2003, cuando el gobierno cubano arrestó a 29 de ellos mientras la atención del mundo se centraba en la guerra de Iraq. Dos semanas después de los arrestos, los periodistas fueron sometidos a juicios sumarios –duraron un día– a puerta cerrada, y fueron sentenciados a penas que oscilan entre los 14 y los 27 años de prisión.

“A pesar de que el gobierno cubano los califica de ‘mercenarios’, un análisis de las acusaciones contra ellos demuestra que la labor que los periodistas desempeñaban se enmarca en los parámetros del ejercicio legítimo de la libertad de expresión consagrado en las normas internacionales en materia de derechos humanos”.

Tal vez.

Hay suficiente evidencia de que los aparatos de espionaje estadounidenses, con la complidad de la organización Reporteros sin Fronteras, usaron o pretendieron usar –tal vez aun utilicen– a periodistas como parte de su “juego cubano”. El ejemplo lo brinda Néstor Baguer, recientemente fallecido, que desenmascaró el rol del periodismo “disidente” en Cuba, según se puede leer en Piel de Leopardo Aquí.

Entre los firmantes destacan algunas personalidades del mundillo literario y del periodismo latinoamericano, como Tomás Eloy Martínez, de la Argentina; Elena Poniatowska, Ángeles Mastretta y Carlos Fuentes, de México; Patricia Verdugo, de Chile, y Sergio Ramírez, de Nicaragua.
El país que más adherentes proporciona a la carta –obviamente ya en poder de la delegación estadounidense a las reuniones de Ginebra– es Argentina, con 22 peticionarios, entre otros la señora Ruiz Guiñazú, Nelson Castro, Joaquín Morales y Andrew Graham-Yooll. Colombia aporta 19 firmas, entre ellas la del columnista Javier Darío Restrepo. México se sumó con 14 y con nueve el Perú.

Seis personas representan al Uruguay, cinco a Panamá, tres firmas aportan Bolivia, Brasil, Costa Rica. Diez los chilenos. Una a República Domicana (Dominican Republic en la versión en castellano del documento de marras), Ecuador, Guatemala, Honduras, El Salvador, Paraguay. Haiti aportó dos, al igual que Nicaragua, mientras que Venezuela lo hizo con tres, encabezados por Teodoro Petkoff, ex referente de la izquierda radical y uno de los dirigentes anti chavistas de mayor prestigio.

El listado completo puede encontrarse en www.cpj.org/Briefings/2005/cuba_crackdown_05/cuba_crackdown_main.html.

La Federación Latinoamericana de Periodistas, en un comunicado difundido el jueves 24 de marzo señala: “Frente a las reiteradas y sistemáticas campañas montadas contra Cuba y su Revolución, la Federación Latinoamericana de Periodistas expresa el repudio a los agresores y la solidaridad con el pueblo cubano y, particularmente, con los periodistas y su organización, la Unión de Periodistas de Cuba”.

“Llamativamente –agrega FELAP– aquellos que promueven, y se asocian, a reclamos de estas características, hacen una esquizofrénica disociación entre el bloqueo criminal impuesto por Estados Unidos, las consecuencias económicas y sociales de dicho bloqueo y el derecho del pueblo cubano a defenderse.

“El grupo de periodistas e intelectuales que reclama libertad y democracia en Cuba, actúa como si ambas cosas ?libertad y democracia- quisieran decir algo por sí mismas y por fuera de la lucha independentista, frente a las agresiones de una potencia que, como EEUU –lugar sede del CPJ–, no cesa en sus políticas imperialistas”.

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* Puede leerse en esta revista:

El impacto ambiental y el rol de las multinacionales;

¿Cómo se alimentará la humanidad?;

Nos mata el planeta o nos asesinan las bombas.

** La relación que se establece entre Estados Unidos y la emergencia de un imperio universal, la reflexiona el periodista y analista internacional Giulietto Chiesa, en la actualidad diputado del Parlamento Europeo, en su libro La guerra infinita, publicado en castellano por Ediciones del Leopardo y al que se puede acceder gratuitamente en la biblioteca virtual Wordtheque Aquí.

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