Discusión: MANFESTAR O ACEPTAR LA DERROTA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Tras una oleada de insurrecciones que duró más de 100 años, los diversos movimientos obreros y campesinos –que eran hasta el momento los artífices de tales protestas–, que venían siendo masacrados en flagrantes derrotas militarmente hablando, reconocen su error, su derrota y la
imposibilidad de ganar por la vía de las armas al Estado-capital y sus fuerzas de choque.

Es entonces cuando replantean su estrategia y vuelven a recuperar el fenómeno de la turba (que en realidad nunca se perdió y que fue el “estadio primitivo” de la insurrección) o bien a canalizarlo y organizarlo a través de la manifestación como medio de articular una protesta. Los y las luchadores y luchadoras sociales reconocían que no podían vencer a su enemigo y moderaban sus formas buscando reunir fuerzas o al menos no perderlas hasta un momento propicio.

fotoPero este hecho del cambio de metodología de lucha no sólo parte de un análisis más o menos acertado o de un replanteamiento del conflicto, también es propio de un cambio de actitud, de posicionamiento y de una jerarquización de este movimiento, o al menos de parte de él.

El cambio es sustancial, y no sólo es un mero cambio estratégico, algo que en determinados momentos y dependiendo de determinadas coyunturas y de sus
protagonistas es deseable –tampoco hay que darse de cabezazos contra la pared para tirarla si se ve que así el daño es muy superior al resultado, aunque estos asuntos son muy complejos y dependen de muchos factores,
carentes siempre de reglas fijas–.

La insurrección

La insurrección suele partir de un hecho espontáneo por un motivo concreto cotidiano, a partir del cual también espontáneamente, aunque no sin organización, se articula poco a poco una insurrección que va tomando forma sobre la marcha y que al ser consciente de su fuerza trata de llevar a la práctica el verdadero deseo del acto espontáneo: cambiar el mundo.

El acto puede empezar por un malestar general ante hechos como una subida de precios, más horas de trabajo, levas… y en su transcurso puede a un movimiento insurreccional que trate de cambiar las condiciones de existencia. Y decimos puede, porque también es cierto que la mayoría de la revueltas anteriores a la Revolución Francesa, conocidas como “revueltas del pan” acabaron tras el asalto de la panadería, y luego cada cual a su casa.

En este momento el movimiento obrero, comunal o campesino, más o menos está unido y en general, más o menos carece de una jerarquía formal, influido por tendencias más bien anti-autoritarias (incluyendo en un primer momento el marxismo, aunque –al principio– no era predominante, antes de su brutal degeneración un poco antes de la Comuna de Paris. en 1871), relativamente espontaneístas y muy románticas, en el sentido de que se
creía en un mundo nuevo y el pragmatismo de la política no había contaminado todo el actuar –aunque no por ello era inexistente–.

No obstante a partir de la derrota de la Comuna de Paris, que iba a suponer a la larga la desaparición de la Asociación Internacional de Trabajadores o Primera internacional, hay un profundo replanteamiento de las luchas. Los anarquistas, al menos una parte de ellas y ellos, que eran espontaneístas e insurreccionales (a grandes rasgos, que siempre de todo hubo), fueron expulsados de la Internacional, que adquiere
el predominio paulatino de un marxismo degenerado impulsado por un Marx que aparece totalitario.

Las organizaciones obreras que no desaparecen víctimas de la represión brutal que sucedió a la comuna (por parte de los sostenedores del Estado-capital totalmente aterrorizados por ese hecho), deben articularse de nuevo o se ven en vueltas en un proceso de jerarquización brutal.

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Se pierde todo

Surge una nueva Internacional de tendencia socialista que apuesta por la participación política y por la manifestación como forma de lucha. Se renuncia expresamente a la insurrección como desgastadora, inútil y peligrosa. Surgen los políticos obreros, los bomberos profesionales y los apagafuegos de la revuelta. Se contemporiza con el sistema. Se pierde todo.

Así pues, surge la manifestación, aunque son tiempos de transición (sobre todo entre 1871 y 1917) en el que aun hay revoluciones y revueltas que pueden empezar a la mínima de cambio. Por si fuera poco la I Guerra Mundial cumple su rol –además de regeneradora del capitalismo a través de la destrucción/creación de mercados– de aniquiladora de la
protesta.

Tenemos pues un nuevo un nuevo modo de lucha. Ya no se quiere cambiar el mundo, en líneas generales y con consabidas excepciones, sino cuando más esperar el momento para realizar un cambio no muy traumático y cuando menos simplemente protestar, reivindicar migajas, unos pocos derechos a los amos.

Claro que antes la manifestación no era como se la conoce en estos tiempos de la paz del cementerio democrático. También la manifestación ha tenido degeneraciones.

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En un principio las manifestaciones eran mini-insurrecciones de baja intensidad, en las que los disturbios, los destrozos y las muertes estaban a la orden del día. Protestas del G-8 de 2001 en Génova, que hoy parecen a la opinión pública bárbaras y brutales, eran por aquel entonces algo normal, lo mismo que hoy es normal ir a una manifestación y que esto sólo sea un paseo.

Pero poco a poco con la asimilación del movimiento obrero por parte del Estado capital, la pérdida de la máscara del sindicalismo, revelándose como lo que realmente es: una correa de transmisión y un elemento parapolicial y controlador de los y las currelas por parte del sistema, y la aceptación «democrática» han convertido las manifestaciones en paseos cansados, cansinos y aburridos en los que la calaña democrática lava su conciencia, las castas políticas y
sindicales del signo que sean tratan de presionar al gobierno de turno mostrando su “fuerza” y los hippies, buenrollistas, niños de papá y cristianos de base hacen el payaso con disfraces, malabares y florecitas…

Permanece la lucha

Olvidan que, aunque tal vez equivocada, la manifestación es un acto de lucha y no un carnaval y que el que la lucha pueda tener un carácter lúdico y festivo no significa que haya que hacer el payaso para caer simpáticos a las y los viandantes.

Pero además de esta crítica a la manifestación como hecho derrotista (si bien es cierto que en estos momentos, ni de lejos es factible que se produzca una insurrección –algo que debe ser espontáneo– en esta parte del globo), como modo de bajar el nivel y la intensidad de la lucha y como
elemento controlador, hay otras críticas.

A saber: por ejemplo que es fácilmente reprimible, al concentrarse las fuerzas en un mismo espacio, pudiendo canalizar la energía de una «mani», vamos a decir “cañera” –caso de que ésta aun exista–, en pequeños grupos que siembren el caos al mismo tiempo en diferentes espacios, siendo más dañino, menos controlable, menos previsible y mas difícil de reprimir. Además en las manis, no pasa nada; por regla general, no se rompe la paz social y cuando se rompe no tiene una continuidad, queda centrado todo en
un tiempo y un espacio.

Para todo se hace una manifestación; hay una especie de mani-mania, una falta de imaginación, de recuperación de luchas perdidas o de invención/reinvención de otras nuevas (o no). Se hace todo por inercia, y ya ni eso, porque a la
mani la sucede la concentración (porque no hay fuerzas) como forma de degradación y moderación aun más de la lucha, y a éstas otro tipo de actos aun más patéticos.

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La pregunta, para ir acabando con este asunto, es: si cuantitativamente no hay fuerzas para una lucha de “masas”, entonces ¿por qué narices seguimos empeñadas en llevar una lucha cuantitativa? Si es cierto que no hay fuerza o gente para una insurrección, por qué se hace una mani, si no hay fuerzas para ella, por qué narices se repite rebajándose su intensidad. Por qué nos conformamos con lo que hay en vez de buscar otra cosa. O si se hace, hágase bien y rómpase la paz social, no demos un paseíto para entretener a los transeúntes curiosos.

Para terminar: no decimos que haya que acabar con la mani, puede convivir, si realmente es combativa, con otras formas de lucha, pero sí decimos que hay que ir dándole un aire insurreccional y belicoso, un aire espontáneo y de revuelta hasta recuperar la insurrección, que no sabemos dónde, cuándo, ni cómo puede estallar.

Ataquemos en todos los frentes. Destruyámoslo
todo. Viva la revuelta, viva la anarquía.

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* La Rosa Negra / contra-información. José Colín Alducín / editor (http://mx.geocities.com/la_rosanegra).
Correo electrónico: colin4x@yahoo.com.mx

En: http://listas.nodo50.org/cgi bin/mailman/listinfo/urtica

Publicado en: http://argentina.indymedia.org/news/2005/08/320535.php

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