Documental. – DESATAR EL CAMBIO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

La nube de humo sobre Nueva York esa mañana de setiembre, navegó sobre el planeta. La peores pesadillas alimentadas durante los largos años de la Guerra Fría sacudieron el despertar del mundo unipolar. Y ahí mismo, en el centro del nuevo poder –como por un terremoto–, las altas torres se derritieron a la vista de todos como edificios de chocolate expuestos al calor.

Luego vendría Afganistán cuyas consecuencia y fracaso son una historia que espera ser contada; la humanidad había, un par de años antes, callado cuando la demolición de Serbia y la ex Yugolslavia, pero dos años después la mentira debió ser impuesta a punta de misiles de uranio empobrecido en Iraq. ¿Qué marcó tan hondo lo que muestra el documental Loose Change sobre lo ocurrido en Nueva York?

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Conspiración y locura corriente

Pronto surgieron, en Estados Unidos, las primeras voces que alertaron respecto de la posibilidad de un autoatentado, la inexistencia del avión que, se dijo, destruyó un muro del Pentágono, la posibilidad de que el vuelo 93 –el que oficialmente cayó– haya aterrizado en un aeropuerto militar próximo a la ciudad de Cleveland.

Y con esas teorías denominadas conspirativas, la peor sospecha –política–: ni Al Qaeda ni Osama ben Laden eran reales en cuanto constituir un peligro para el cómodo Occidente que chupa –goloso, egoísta, suicida– los recursos energéticos y alimentarios de la Tierra.

Loose Change –a disposición de quienes quieran verla en Arcoiris TV aquí–, subtitulada en castellano, es un minucioso trabajo de investigación sobre imágenes y testimonios de ese día aciago. Sus responsables son tres jóvenes neoyorkinos, Dylan Avery, 22 años (arriba izq.), su director y guionista, Kore Rowe (abajo, der.) y Jason Bermas i>(abajo izq.). Para dar forma a la película se echó mano a millares de metros filmados por noticiarios, fuentes oficiales y particulares mientras los hechos ocurrían y después.
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Para millones de personas que han visto el documental, asoman allí pruebas suficientes de la mayor conspiración de la historia para torcer, precisamente, la historia. Otras, también millones, probablemente prefieran creer en la versión del gobierno de Estados Unidos. El nuevo Caballo de Troya, de cualquier modo, mira de frente a la Estatua de la Libertad.

Y de cualquier modo, al hacerlo galopar por Asia Occidental, la maquinaria militar –y política y económica– que obedece a la Casa Blanca ha soltado las riendas de una carrera en la que nadie en su sano juicio puede apostar. El afán de dominio no es buen jinete, aunque lo parezca en el corto plazo, y tal vez no esté de más pensar que en las alforjas de la montura viaja una nueva versión de la Caja de Pandora ya a medio abrir.

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Las numerosas teorías que vinculan al gobierno de G.W. Bush con los sucesos del 11 de setiembre de 2001 en Nueva York –teorías que son un hilo de pólvora encendido en la mitad del mundo– no han podido ser acalladas; al contrario, la complicidad de los grandes medios de comunicación con el denominado mundo corporativo –poder detrás de los poderes políticos constitutivos del nuevo imperio global– crecen, se extienden y su mismo crecimiento parece dar fe de portar por lo menos algunas verdades.

Dylan Avery, Korey Rowe y Jason Bermas se han situado en el centro de este debate. Porque la película es brillante y logra convencer por la fuerza de sus imágenes –el mayor argumento– y por la cuidadosa, meticulosa organización interna del mensaje. Básica, pero no únicamente, éste postula:

– Que la caída de las Torres Gemelas y del edificio 7 del World Trade Center no se deben al impacto de los aviones, sino a implosiones idénticas a las utilizadas para derrumbar edificios antiguos o en mal estado en muchos países;

– Que el vídeo en el que Osama ben Laden se responsabilizaba de la operación, profusamente emitido por las cadenas de noticias, es una producción amañada;

–Que ningún Boeing 757 se “estrelló” contra el Pentágono.

De hecho la vida cotidiana estadounidense ha cambiado desde el 9/11; se han restringido las libertades ciudadanas por la revisión del correo electrónico y las escuchas telefónicas; el estado de derecho se hizo trizas en las prisiones iraquíes, de otros países que las prestaron y en Guantánamo; el gobierno mostró su torpe ineficiencia en Nueva Orleans y otros punto a raíz de los huracanes; las aventuras bélicas en Afganistán e Iraq pueden ser interpretadas como sendos desastres de una fuerza armada sin moral y como el rigor de la avaricia desatada de sus capitalistas; la economía de EEUU, que venía en descenso desde antes de 2001, entró en barrena y amenaza con una crisis planetaria impredecible.

En este cuadro, el documental no hace más que gatillar, no siempre en orden, una serie de reflexiones algo más que preocupantes. «Déjennos vivir nuestra Edad Media», pone en boca de Simón Bolívar Gabriel García Márquez en El general en su laberinto. Se diría que el neo conservadurismo tecno-imperial en esta fase de la mundialización de la economía nos pide algo sin duda peor: retroceder hasta tiempos de barbarie mítica como forma de huir de un presente que se torna –literalmente– irrespirable.

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